SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



jueves, 7 de junio de 2018

El adiós a LOLA MORA fue su paso a la inmortalidad. Un dia como hoy partia dejando sus estremesedoras obras escultoricas.


El 7 de junio de 1936, hace ochenta y dos años, falleció la gran escultora Lola Mora. Tenía 69 años. El hecho ocurrió en Buenos Aires, en la casa de sus sobrinas, de la calle Santa Fe 3036. Allí vivía desde unos años atrás. Últimamente estaba muy disminuida: un episodio cerebral la había dejado postrada, con pérdidas de memoria y frases inconexas.


La suya fue una vida rica en luchas, que le aparejaron grandes triunfos y también grandes fracasos. Nació en 1867 y fue bautizada en la parroquia de la villa tucumana de Trancas, a metros de una casa de campo que allí tenían sus padres, Romualdo Mora y Regina Vega. Aunque algunos sostienen que era salteña, en varios actos públicos de su vida -como el casamiento- se declaró nacida en Tucumán.

Becaria en Roma



Estudió en nuestra ciudad en el Colegio Sarmiento, de la Municipalidad, y mostró desde adolescente un resuelto interés por las artes plásticas. El maestro Santiago Falcucci encauzaría esa inclinación. Empezó a ser conocida como artista en 1894, cuando ejecutó, a la carbonilla, los retratos de los gobernadores, desde la Organización Nacional hasta ese momento. Los expuso y los donó al Gobierno, en una nota donde hacía votos por la prosperidad de “mi provincia”.
Corría 1896 cuando gestionó y obtuvo, del Congreso Nacional, una beca de estudios en Europa, beca que le fue renovada en 1899. En Roma, asistió al taller del afamado pintor Francesco Paolo Michetti, y luego al de los escultores Constantino Barbella y Giulio Monteverde. Fue este último, de alta nombradía por entonces, quien la decidió a dedicarse exclusivamente a la escultura.

La Fuente

Pronto los trabajos de Lola Mora empezaron a destacarla en Roma. La crítica los elogiaba en los diarios, a tiempo que su autora se vinculaba con intelectuales y con representantes de la nobleza. Ya estaba rodeada de prestigio en 1900, cuando regresó a la Argentina, y el Estado le encargó dos obras muy importantes: la Fuente de las Nereidas, para Buenos Aires, y el monumento a Juan Bautista Alberdi, para Tucumán.


No sin polémicas, la Fuente quedó emplazada en el entonces Parque Colón, de Leandro Alem y Cangallo (hoy Perón). Se descubrió en 1903 y le deparó nuevos encargos oficiales: los relieves de la Casa Histórica, la estatua de La Libertad y las figuras de próceres y alegorías destinadas a decorar el flamante Palacio del Congreso.

Tras un regreso a Roma, al año siguiente trajo sus obras a Tucumán. Dirigió la colocación de los dos relieves en la Casa, así como la instalación de La Libertad, al centro de la plaza Independencia, y el monumento a Alberdi, en la plaza que lleva el nombre del prócer.



Después, vuelta a Europa. Eran los años de máximo esplendor en la vida de la escultora. Residía en los altos del palacete que había comprado en Via Dogali, uno de los barrios aristocráticos de Roma. En la planta baja funcionaban su taller y la suntuosa sala de exposición, por la que desfilaban visitantes ilustres, como las reinas Elena y Margarita de Italia.



En 1906, ya en Buenos Aires, instaló su taller en una dependencia del Palacio del Congreso. Modeló los grupos alegóricos para el edificio (los leones de la escalinata, las figuras de La Libertad, El Comercio, El Trabajo y La Paz) y las estatuas de Laprida, Alvear, Zuviría y Fragueiro. En esa época se casó (1909) con Luis Hernández Otero, varios años menor que ella. Sería una desacertada decisión.

El viento en contra 

Además de confeccionar numerosos bustos y obras menores –como el Tintero de los Presidentes- le llegaron nuevos encargos del Estado. Los principales fueron el monumento a Nicolás Avellaneda, para la ciudad bonaerense de Avellaneda, y el gran Monumento a la Bandera Nacional, a emplazarse en Rosario. El monumento a Avellaneda se inauguró en 1913, en una ceremonia que marcó el punto culminante de la carrera de Lola Mora.



Después, la vida dejaría súbitamente de sonreírle. Empezó en el Congreso una fuerte campaña contra su valor como artista, y ya no estaban sus amigos para defenderla. Nunca había tomado en cuenta a los críticos, y muchos de ellos le pasaron la factura, hablando desdeñosamente de sus trabajos.

Su Monumento a la Bandera no llegó a ver la luz. Las piezas que envió desde Roma quedaron encajonadas durante ocho años: nunca se armó el conjunto y finalmente lo confiaron a otros artistas. Fue un duro golpe para Lola Mora y no sería el único. Sus obras del Congreso fueron retiradas y repartidas en las provincias. También se sacó la Fuente de las Nereidas, relegándola a la Costanera Sur. Y, para rematar el panorama, su matrimonio con Hernández Otero terminó en separación.



Había sido siempre una luchadora. Batalló para imponerse como mujer artista, en un ámbito reservado a los hombres, y debió batallar también para cobrar los honorarios por sus trabajos. El viento en contra no la amilanó. Vendió el palacete de Roma e intentó otros caminos: primero el cine y luego la búsqueda de petróleo en Salta, trajín este que arruinó su salud y que consumió su fortuna. 

Los años finales

Regresó enferma y envejecida a Buenos Aires, para refugiarse en la casa de las sobrinas hasta el fin de sus días.



A la muerte de Lola Mora, LA GACETA le dedicó una nota necrológica sin precedentes. Ni bien conoció la gravedad de su dolencia, el diario destacó a un periodista, Carlos Peláez de Justo, para que permaneciera en la casa de la escultora hasta el final, recabando a la familia datos biográficos e imágenes. 

La edición del día siguiente al de la muerte, dedicó a Lola Mora la mitad superior de la primera página, y las segundas y tercera completas, en una minuciosa crónica tapizada de fotografías inéditas y de recuadros. Por otra parte, semanas atrás, LA GACETA había tomado a su cargo la exposición y venta de obras de arte donadas, en la muestra que se organizó a beneficio de la artista agonizante.



Los restos de Lola Mora se inhumaron en La Chacarita. Allí permanecieron hasta el 11 de junio de 1977. Ese día llegaron a Tucumán en una urna de bronce, que contenía también las cenizas de sus hermanas Paula Mora de Rücker y Regina Mora. La urna fue colocada a la entrada de la Casa de la Cultura. El 6 de agosto de 2001, sería trasladada al Cementerio del Oeste, donde reposa hasta hoy. 

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