Según la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el 68% de los adolescentes entre
los 10 y los 18 años consume habitualmente bebidas energéticas.
Tras la aparición de Red Bull en 1997, han ido
apareciendo otras marcas y, en la actualidad, se comercializan ya más de 200. En
un principio, las bebidas energéticas estuvieron relacionadas con el mundo
deportivo, pero la realidad es que hoy en día la mayoría de los adultos que
consumen bebidas energéticas lo hacen buscando energía para soportar largas jornadas de trabajo,
y los adolescentes las consumen especialmente durante la época de exámenes para
tratar de vencer el sueño
nocturno y, lo más preocupante, para paliar los efectos
del alcohol.
Las bebidas energéticas contienen ginseng, guaraná, vitaminas del grupo B, moléculas
como la L-carnitina y
la taurina,
supuestamente implicadas en la recuperación del tono muscular, de ahí el
consumo de las mismas por parte de los deportistas.
También contienen grandes
cantidades de azúcar y cafeína, que es lo que realmente preocupa a las agencias
de seguridad y a los profesionales de la salud. Para que nos hagamos una idea,
una lata de Burn de
medio litro equivale a tres
tazas de café expreso y a 15 sobres de azúcar.
El estudio de la EFSA ha puesto de manifiesto el
consumo de bebidas energéticas en niños
de corta edad, incluso de 3 años, lo que es altamente
preocupante, ya que el
etiquetado de las mismas no indica qué dosis de sus ingredientes es la adecuada
para cada población de consumo.
Además, estas latas, con
su fin de transmitir “fuerza”, tienen un color plateado o brillante y no permiten leer bien la composición de
su contenido. Por tanto, estos niños están ingiriendo grandes cantidades de
cafeína, estimulante presente en muchas bebidas y productos alimenticios, pero
las bebidas energéticas pueden contener entre 70 y 400 mg por litro y el organismo de los niños tiene una sensibilidad a
la cafeína mucho mayor, al no estar completamente desarrollado
ni a nivel cardiovascular ni nervioso.
Los
efectos perjudiciales de las bebidas energéticas.
En adolescentes, se calcula un consumo medio de 7 litros al mes y,
como hemos indicado anteriormente, lo más preocupante es que se calcula que un
53% de ellos las consume en fiestas, combinándola con alcohol para enmascarar el efecto depresor que este
produce. Esta combinación es una bomba para el organismo, que
provoca intoxicaciones
hepáticas, taquicardias e hipertensión arterial. De hecho, se
han disparado los casos atendidos en los servicios de urgencias, relacionados
con la ingesta de estas bebidas energéticas mezcladas con alcohol y drogas ilegales, las cuales
pueden potenciar los efectos de la cafeína. Además, hay que tener en cuenta
que la cafeína puede producir dependencia.
Por otra parte, las bebidas energéticas
contienen grandes cantidades de
azúcares fácilmente absorbibles, incluyendo sacarosa, glucosa y
jarabe de maíz rico en fructosa, lo cual proporciona una fuente de “energía
rápida”. La concentración de azúcar es del 11-15%, mayor que la de los
refrescos convencionales, lo que aumenta el riesgo de diabetes y obesidad.
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