Contaminante común. El mal
manejo de los residuos ha convertido los plásticos, en especial los que tienen
un tamaño menor a los 5 milímetros, en uno de los contaminantes más comunes del
planeta, encontrándose en el aire que respiramos, nuestro sistema hídrico y en
la cadena alimentaria, consiguiendo de esta manera ingresar al cuerpo humano;
en este último su presencia crea en los diferentes órganos inflamación en los
tejidos, lo que a su vez afecta la funcionalidad de éstos.
Actualmente se producen 400 millones
de toneladas de desechos plásticos al año y se calcula, de acuerdo con la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –https://shorturl.at/vCUW5–, que la cantidad de residuos se
triplicará en 2060, mientras que alrededor de la mitad terminará en rellenos sanitarios
y menos de una quinta parte se reciclará.
Este mal manejo de los residuos ha
convertido los plásticos, y en especial los microplásticos (con un tamaño menor
a los 5 milímetros), en uno de los contaminantes más comunes del planeta,
encontrándose en el aire que respiramos, nuestro sistema hídrico y en la cadena
alimentaria, consiguiendo de esta manera ingresar al cuerpo humano.
“Al ingresar al organismo las partículas
nanoplásticas atraviesan la barrera intestinal pasando al torrente
circulatorio, donde se ponen en contacto con los macrófagos, células
responsables de la respuesta inmunológica del cuerpo”, detalla Gregorio Rafael
Benítez Peralta, académico del Departamento de Anatomía de la Facultad de
Medicina.
Sin embargo, estudios recientes, comenta
el especialista, han encendido la alerta sobre los daños que los microplásticos
(MP) podrían ocasionar al cerebro: “Con la ayuda de modelos informáticos, los
investigadores han descubierto que una determinada estructura superficial (la
corona biomolecular) es decisiva para el paso de partículas de plástico al
cerebro como el polistol –las cuales están cubiertas de colesterol o desnudas y
pueden atravesar la doble membrana lipídica–, permitiendo su tránsito por la
barrera hematoencefálica, que es un obstáculo celular importante el cual
protege al cerebro de la invasión de patógenos o toxinas, facilitada por
moléculas de colesterol y proteínas como transportadores”.
Un grupo de investigadores de la
Universidad de Rhode Island, en Estados Unidos, publicó un estudio titulado “La
exposición aguda a microplásticos indujo cambios en el comportamiento y la
inflamación en ratones jóvenes y viejos” en el International Journal of
Molecular Sciences –https://shorturl.at/ar127–,
en el que aseguran que cuando este tipo de residuos entra al sistema digestivo,
y de ahí al torrente sanguíneo de los mamíferos, su presencia modifica la
conducta de éstos.
“Los datos de estos ensayos sugieren que
la exposición a corto plazo a MP induce tanto modificaciones de comportamiento
como alteraciones en los marcadores inmunológicos en los tejidos del hígado y
el cerebro. Además, observamos que estos cambios difieren según la edad, lo que
indica un posible efecto dependiente de ella. Estos hallazgos aconsejan la
necesidad de realizar más investigaciones para comprender mejor los mecanismos
por los cuales los microplásticos pueden inducir cambios fisiológicos y
cognitivos”, se lee en dichos estudios.
Gregorio Rafael Benítez Peralta explica
que la presencia de nanoplásticos crea en los diferentes órganos del cuerpo
inflamación en los tejidos, lo que a su vez afecta la funcionalidad de éstos.
“Sin embargo, se sabe que algunas
partículas son excretadas por la vía fecal sin afectar algún sistema. Aquéllas
de menos de 5 milímetros pueden depositarse en el hígado, tiroides y pulmón,
produciendo tejidos inflamados. Referente al cerebro, se han encontrado en
animales de laboratorio. Se observaron en embriones de pez cebra y en cerebros
de ratones las partículas de plástico, con un tamaño cercano a los 200
nanómetros, detectables apenas dos horas después de su ingestión con
alimentos”, señala Benítez Peralta.
El especialista refirió que la
investigadora Verena Kopatz, de la Universidad de Medicina de Viena, ha
propuesto que en cuanto a enfermedades degenerativas, las nanomoléculas podrían
aumentar el riesgo de trastornos neurológicos o, incluso, padecimientos
neurodegenerativos, entre ellos el alzhéimer o el párkinson. “Los cambios de comportamiento
en los ratones hacen suponer la alteración de la función cerebral –demencia y
depresión–, como afirma Lukas Kenner”.
¿Qué hacer?
Si bien la presencia del plástico en la vida moderna es en
apariencia universal, algunos cambios en nuestro día a día contribuyen a
reducir la cantidad de nanopartículas que afecten nuestra salud en el largo
plazo.
Para evitar el consumo de poliestireno –“que está presente en
los vasos de yogurt”–, señala Benítez Peralta, lo ideal es no comprar alimentos
contenidos en ese tipo de empaque y dar preferencia a los envases de cristal.
La misma indicación se extiende al consumo de agua a lo largo de
la jornada, ya que al hacerlo en una botella de plástico podría significar que
se ingieren unas 90,000 partículas de este material al año.
“Una solución más difícil es cambiar el estilo de la ropa que
usamos, muchas telas están llenas de materiales plásticos como el nylon”, las
cuales al lavarse, apunta el investigador, aumentan la cantidad MP en el ciclo
hídrico del planeta.
Y subraya: “Somos víctimas de nuestros propios inventos. Es muy
complicado realmente que pueda haber una fórmula mágica o un remedio”. Por lo
anterior, concluye, lo mejor es prevenir y cambiar hábitos de consumo poco a
poco, con el objetivo de reducir la cantidad de plástico en nuestro cuerpo.
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