La historia
empieza en la ciudad italiana de Cremona,
donde en 1644 nació Antonio Stradivari. No sabemos con certeza
algunos detalles de su vida, pero se da por sentado que inició como aprendiz
del laudero Nicolo Amati, nieto del gran maestro Andrea Amati, a quien muchos
atribuyen la invención del violín moderno.
Antonio
Stradivari dedicó su vida al perfeccionamiento, el diseño y la fabricación de
violines, y sus creaciones a la fecha se
reconocen como “los mejores violines que se hayan construido en la historia”.
El primer violín Stradivarius que conocemos data de 1666, construido cuando
Antonio tenía 22 años, y se estima que a lo largo de su vida produjo alrededor
de mil violines y otros instrumentos de cuerda, de los cuales sobreviven unos
650.
Una vez
que dominó la técnica de los Amati, Stradivari introdujo mejoras en el diseño
que resultaban en una mejor sonoridad, timbre y proyección. Los expertos aseguran que los mejores violines
Stradivarius se crearon entre 1700 y 1725, cuando el maestro
laudero estaba en plenitud de facultades; estos instrumentos se consideran
hasta hoy el estándar en la industria.
Los violines Stradivarius son tan preciados que muchos
tienen nombres propios, derivados de la persona para quien fueron construidos.
Entre los más antiguos y célebres están el Lipinksi de
1715, y el Messiah, de 1716, el cual Antonio nunca vendió y conservó hasta su
muerte — éste actualmente se conserva bajo clima
controlado en el Ashmolean Museum de Oxford, Inglaterra.
Después
de 1725, las habilidades de Antonio decayeron hasta su muerte en 1737, pero aun
así produjo piezas notables. Lo que es un hecho es que hasta hoy expertos, lauderos y científicos tratan de dar con
las claves del sonido inimitable de un Stradivarius: ¿es
el diseño, la madera, el barniz o algo más lo que les otorga el brillo, la
profundidad y la sonoridad que los hace inconfundibles?
Algunas teorías que buscaban explicar la magia de Stradivari
la atribuían a un “barniz especial” con el que el maestro revestía sus piezas;
sin embargo, en 2009 un equipo de científicos franceses llevó a cabo un análisis espectrográfico y químico que reveló que el maestro no añadía ningún ingrediente exótico,
y se valía de los mismos aceites y resinas que se usan hoy en día.
También se creía que, debido a una temporada inusualmente
gélida que tuvo lugar en Europa entre 1645 y 1715, la madera de los abetos que usaban Stradivari y sus
coetáneos era más densa pues los árboles habían crecido
más lentamente debido al frío; no obstante, expertos en acústica no han sido
capaces de hallar una relación entre un mejor sonido y la madera más densa.
Y entonces surge otra interrogante: ¿será acaso que los
Stradivarius no poseen ninguna cualidad especial y que su fama centenaria
predispone a los escuchas a percibir una especie de “sonido superior”? Para
salir de dudas, Claudia Fritz,
experta en psicoacústica, llevó a cabo un estudio en el que
hizo a solistas profesionales comparar violines antiguos con piezas modernas… a
ciegas.
“Cuando
un intérprete realmente se conecta con un instrumento —continúa Roberts—, éste
deja de ser solamente los materiales y sus propiedades físicas: se convierte en una extensión del cuerpo del músico, un apéndice
imbuido con el poder y el peso de 300 años de historia. Quizás
esta intersección de materia y emoción sea el brillo extra que las audiencias
dicen escuchar cuando insisten que un Stradivarius es, simplemente,
extraordinario”.
Este humilde sombrerero no ha tenido el honor de escuchar
con sus propios oídos un Stradivarius, de modo que no podría dar una opinión
objetiva. Sin embargo, coincido en que las emociones que despierta un Van Gogh
—o un solo de guitarra de Jimmy Page— jamás podrían
ser medibles por un instrumento científico. Así que quizá haya
que buscar la grandeza del Stradivarius en otro lado.
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