Cordobesa de
pura cepa, se crió en un pequeño tambo familiar. Estudió agronomía y allí,
haciendo prácticas para pagarse la beca, conoció y se enamoró del garbanzo. Está jubilada, pero es una
referente ineludible en materia de un cultivo tan noble al paladar y bueno para
la salud como poco consumido en Argentina: el garbanzo.
Julia Carreras nació y se crió en Dean Funes,
el norte cordobés. Perdió a su padre cuando tenía apenas 9 años y su madre pudo
mantenerla a ella y a sus hermanos con lo que le daba el campo. No sin
esfuerzo, pero sí con muchos valores. Cuando era chiquita tenían un tambo
familiar y Julia recuerda que se levantaba con sus hermanos para ayudar en el
ordeñe y después irse al colegio. Del
mejoramiento genético se enamoró cuando apenas tenía 19 años y cursaba segundo
año de la carrera de Ingeniería Agronómica en la Universidad Nacional de Córdoba.
Es científica,
agrónoma, Magister en Ciencias Agropecuarias y Doctora en Biociencias y Ciencias
Agroalimentarias. Además es una de las editoras del libro “El cultivo
de Garbanzo en Argentina”. Y aún despunta el vicio en la docencia como profesora
Asociada en Mejoramiento Genético Vegetal en la Facultad que la vio crecer.
Es la nueva protagonista de la serie de podcasts ELLAS, y su historia se puede conocer a
continuación.
– ¿Cómo fue tu infancia? ¿Dónde creciste? ¿En qué
contexto familiar te criaste?
– Soy la mayor de cuatro hermanos, tres mujeres
y un varón. Nacimos en la zona rural cercana a Dean Funes, a 15 kilómetros de
ahí (norte de la provincia de Córdoba). Perdimos a mi papá cuando yo tenía 9
años. Mamá continuó criándonos, tuvo que hacerlo sola, con lo que el campo
produce. Un campo chico, 100 hectáreas.
Si algo nos transmitió fue el amor a la
tierra y que desde un lugar pequeño, mediano o grande se puede alimentar una
familia y desarrollarse y cumplir su sueño. Hoy,
transcurrido el tiempo, si miro para atrás, no te sabría decir si ayuda tener
menos para aprender como lo hicimos nosotros. Incluso, la falta de un padre. Es
muy fuerte. Porque una mujer tiene que hacer las dos funciones.
– ¿Qué viste en tu madre? ¿Qué es para vos ella?
– El ejemplo de mi madre me ayuda siempre. Su
tesón, capacidad de trabajo, su visión. Nunca la vi bajar los brazos. Eso es
fuerte. Uno puede quejarse que le faltó el padre, pero mi madre dio todo. Ella
apostó todo a la educación.
– Si cerrás los ojos y te dejás llevar por sensaciones
de esa época. ¿Qué te acordás?
– Todo lo que sea lácteo me lleva a esa época.
El rótulo de tambo le quedaba grande a lo que teníamos nosotros. Eran 10-20
vacas y no eran holando argentina… Todo lo que esté relacionado con la leche me
transporta a esa época. Soy un ternero andante. Es decir, te pido un café con
leche pero es 80% de leche y 20 de café. El café es para que haga color nomás…
el queso, la cuajada, la manteca, que la he ido dejando un poco, pero me
encanta. De niño se graban muchas cosas que se quedan en el inconsciente que es
la tierra húmeda, la tierra seca, salir detrás de la lluvia.
– ¿Más recuerdos de aquella vida rural?
– Lo que tiene la vida de campo es la apertura
de la mente. Los sonidos de los pájaros, el viento, si oscurece y viene la
tormenta. El contexto con la naturaleza te alerta sobre lo que se viene. El
caballo a la mañana es una cosa y después de la escuela es otro. Todos los
sentidos se ponen en alerta.
Llegó el momento de decidir qué estudiar y optaste por
agronomía. ¿Por qué?
– El primario lo hicimos a 5 kilómetros de la
casa y lo hacíamos a caballo, caminando o en bici. Después la secundaria a 15
kilómetros, al principio estaba en la casa de una tía, después mi madre pudo
pasar del sulky a un auto y en tercer año, mediados de los 60s, nos llevan a un
viaje de estudio, o algo parecido. Nos llevaron a Río Tercero a la planta de
Atanor y a la vuelta a la Estación Experimental de INTA Manfredi, recién
inaugurada. Cuando vi lo que era Manfredi, me acuerdo como si fuera hoy, quedé
impresionada. El campo en otra dimensión. Y estaba en tercer año de la
secundaria recién.
– ¿Cómo tomaste la decisión final?
– Cuando estábamos terminando el secundario, la
escuela nos armaba charlas con profesionales, fueron pasando médicos, abogados,
bioquímicos, enfermeros, lo clásico. No me atraía ninguna. Y la guía
universitaria para ir leyendo. Cuando vino a hablar el agrónomo, recién
recibido, me acordé de lo que había sentido en tercer año cuando visité
Manfredi. El tema era que pudiera costear los estudios en Córdoba.
– ¿Tuviste que trabajar?
– Primer año no. Después obtuve una beca
universitaria. Pero sí, tuve que trabajar porque la beca te exigía trabajar en
el lugar donde estabas estudiando, colaborar. Entonces el decano me asignó a
trabajar con un mejorador de garbanzo y ahí empecé, midiendo vainas de
garbanzo, contando semillas…
– La primera cita con el garbanzo…
– Claro, a los 19 años. Y de ahí para adelante.
– ¿Qué te enamoró del garbanzo?
– Era un cultivo importante en Cruz del Eje,
como economía regional, pero estaba en crisis. Pero lo que me gustó era que
había mucho por hacer. Introducción de materiales de distintos lugares del
mundo, bibliografía para leer, probar y aprender. Leer es importantísimo. Te
hace viajar por el mundo. Yo conozco la India por bibliografía, también Canadá
la conocí por textos. Después tuve la posibilidad de conocer Canadá y comprobar
que era tal cual decían los autores en sus trabajos.
– ¿Qué falta para que el garbanzo tenga más protagonismo
en Argentina?
– ¿Vos viste cómo entro la soja? No es un
cultivo nativo de aquí. Pero fue introducida, con un apoyo fuerte de empresas e
instituciones de Estados Unidos. En el caso del garbanzo, que tampoco es
originario de aquí, y por ende es más difícil desarrollarlo. ¿Qué le faltaría
al garbanzo? Desde la alimentación es muy completo, pero nos falta dar a
conocer con vehemencia, contando la verdad de lo bueno que es el garbanzo para
el ser humano. Las legumbres
en general, con los cereales, con alimentos muy completos, básicos de la
humanidad. Para que Argentina le de una vuelta necesitás una fuerte política de
información y contarle a la gente qué cosas se pueden cocinar y hacer con
garbanzo. Los programas de cocina y las ferias demostrativas ayudan muchísimo.
Se exporta casi
todo, no?
– El 95% o más se va afuera. A 50 destinos. Es
una pena, porque lo tenemos y no lo aprovechamos. Sí se come cuando estamos en
crisis, ahí todo el mundo empieza a comer legumbres.
– Sos docente, ¿Qué ves en los jóvenes? Lo que viene…
– Confío en ellos. Son el motor. Toda la vida
trabajé con estudiantes, universitarios y secundarios. Tienen fuerza y van para
adelante. Son un motor limpio. Y están con las antenas en alerta para ver lo
que le estás transmitiendo.
– ¿Qué te gusta hoy de lo que hacés? De tu día a día…
– La naturaleza. Ese contacto es impagable.
Tomar un mate afuera, ver un rosal que está floreciendo, si llovió ver cómo la
planta cambia de color. Los olores. Tengo un patio chico pero tengo
plantineras, hago lechugas, acelgas. La naturaleza es impresionante lo que te
motiva. Ni hablar cuando estamos en el campo. Hay que aclarar que son campos de
productores y a ellos les estoy muy agradecida también, porque los proyectos
que hacemos nosotros tienen socios, y uno de esos socios son los
productores.
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