La embolia cerebral, también conocida como ictus embólico, es un tipo de accidente cerebrovascular, es decir, una alteración transitoria o permanente del flujo sanguíneo en una o varias áreas cerebrales (Martínez-Villa et al., 2011).
En la embolia cerebral la oclusión sanguínea es producto de la presencia de un émbolo, un cuerpo de materia orgánica (coágulo sanguíneo, graso o gaseoso) que se sitúa en un vaso sanguíneo encefálico impidiendo o dificultando el flujo sanguíneo habitual y generando una zona isquémica o infartada (Ardila y Otrosky, 2012).
Estadísticas
En general, los accidentes cerebrovasculares constituyen una de las patologías neurológicas más comunes en la población general.
Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) a comienzos del año 2015, señaló que hasta aproximadamente 6,7 millones de fallecimientos en todo el mundo, tuvieron su origen en un accidente cerebrovascular (Organización Mundial de la Salud, 2015).
Además, de entre todos los eventos crebrovasculares, los accidentes de tipo isquémicos son los más comunes, representando entorno a un 88% del total de éstos (The Internet Stroke Center, 2016).
Aunque existen pocos datos exactos acerca de la prevalencia específica de la embolia y la hemorragia cerebral, a nivel clínico, suponen uno de los eventos neurológicos más frecuentes y que, además, provocan un importante grado de discapacidad funcional en las personas afectadas.
Causas
Como señalamos en la descripción inicial de la embolia cerebral, esta patología tiene su origen etiológico en la oclusión de la circulación sanguínea por la presencia de un émbolo.
Esto es una acumulación anormal de un material extraño y/o biológico, de origen cardíaco o no cardíaco, que es originado en otro punto del sistema y es transportado, por el sistema arterial hasta áreas cerebrales (León-Carrión, 1995).
Un émbolo, por tanto, puede ser un coágulo de sangre, una burbuja de aire, grasa, o células de tipo tumoral (León-Carrión, 1995). Por lo tanto, existe una amplia variedad de enfermedades o patologías que pueden generarlos y, por tanto, contribuir la ocurrencia de la embolia cerebral.
Los trastornos que, con más frecuencia se asocian a la formación de émbolos, son las patologías cardiacas, especialmente los infartos de miocardio o la fibrilación auricular. En el caso de los émbolos de origen graso, la patología más relacionada con su formación es la arterioescrorisis o los niveles elevados de colesterol en sangre (The Internet Stroke Center, 2016).
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