SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



martes, 22 de mayo de 2018

La ciencia medica piensa por primera vez seriamente, en un ser humano inmortal.


Casi una piedra filosofal de la medicina, que convertirá en salud todo lo que toque. Así se presenta el hallazgo de un equipo de investigadores norteamericanos que consiguió cultivar, a lo largo de varios meses, células humanas indiferenciadas, capaces de convertirse en cualquier tejido: en hígado o riñón, para los que necesitan trasplante de esos órganos; en células del páncreas, para que los diabéticos se olviden de la insulina; en células nerviosas, para reparar el Mal de Parkinson.

 Combinado con técnicas usadas para la clonación, el descubrimiento permitirá reproducir un órgano dañado a partir de una célula cualquiera de la misma persona. Es como para soñar con la inmortalidad, y, efectivamente, la combinación de estas técnicas permite pensar, por primera vez seriamente, en un ser humano inmortal.

Durante los primeros días de su desarrollo, las células del embrión son totipotentes: cualquiera de ellas puede convertirse en célula nerviosa, o muscular, o de la piel, etcétera. Pasada la primera semana, se van diferenciando y a las nueve semanas la mayor parte tiene fijo su destino: ya se definió de qué órgano –y sólo de ése– formará parte.

El grupo de investigadores de la Universidad de Wisconsin tomó células de embrión en esos primerísimos días y las cultivó con técnicas especiales: “Después de cuatro o cinco meses, esas líneas celulares todavía mantenían la potencialidad de desarrollarse como derivados de las tres capas embrionarias, incluyendo hueso, cartílago, piel, mucosas, músculos, ganglios y células nerviosas”, anunció el equipo dirigido por James Thomson, ayer, en la prestigiosa revista Science. 

Conseguir que esas células permanezcan sin diferenciarse es el paso necesario para, después, lograr que se diferencien en el sentido deseado: que se transformen en células nerviosas o renales o pancreáticas. Estos ejemplos designan futuras probables aplicaciones: tejidos de hígado o riñón, para solucionar definitivamente la necesidad de órganos para trasplantes; tejidos de páncreas productores de insulina, para realmente curar a los diabéticos que hoy dependen de inyecciones cotidianas. La diabetes y también el Mal de Parkinson estarían entre los primeros males controlados, ya que “resultan de la muerte o disfunción de sólo uno o unos pocos tipos de células”, observan los investigadores. 

Ellos anticipan la posibilidad de hacer bancos de estas líneas celulares, tomando en cuenta –como ya se hace con los órganos para trasplantes– la compatibilidad con los tejidos de eventuales receptores.
Pero hay más. Lino Barañao –profesor de la UBA e investigador del Conicet en trasplante de núcleos celulares– explicó que “combinado con técnicas de clonación, el método permitiría partir de células de la propia persona a fin de conseguir, para ella misma, tejidos u órganos nuevos”. 

Supongamos, Juan está enfermo: se tomará una célula de su cuerpo (todas las células contienen la información genética suficiente para reproducir el organismo entero); se le extirpará el núcleo, que contiene los genes, y se lo trasplantará a una de esas células indiferenciadas de origen embrionario. Se contará así con algo inédito, valiosísimo: una célula que, genéticamente, es de Juan, pero que no está diferenciada, como si fuera de su propio embrión.

La nueva célula de Juan podrá reproducirse indefinidamente y transformarse en cualquier tejido: si Juan padece una cirrosis, convendrá guiar esa línea celular hasta convertirla en tejido hepático; si Juan es diabético, habrá que producir a partir de esa célula tejido del páncreas. Los tejidos se trasplantarán sin posibilidad de rechazo: serán sus propios órganos renacidos, con su propia información genética. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario