El Estado gasta más de 1.000 millones de pesos al año en subvenciones a estos alimentos que apenas alcanzan para un tercio del mes.
Hace casi 60 años el mercado racionado llegaba a todos los cubanos, pero con las crecientes diferencias sociales que han surgido en la Isla ese escenario está cambiando. Al menos dos grupos sociales compran poco o nada de la cartilla con precios subsidiados y se ubican en extremos opuestos del espectro económico: los nuevos ricos y los ilegales.
En diciembre pasado el oficialismo puso finalmente número a los cubanos que viven en situación "ilegal" en la Isla: 107.200, de los cuales 52.800 lo están desde hace más de dos décadas, según reconoció en el Parlamento el presidente de Planificación Física, Samuel Rodiles Planas.
Estos 'ilegales' son personas que residen en una vivienda diferente al domicilio que aparece registrado en su carné de identidad y, por lo tanto, tienen también muchas dificultades para adquirir su cuota del mercado racionado.
Estos ilegales son personas que residen en una vivienda diferente al domicilio que aparece registrado en su carné de identidad y, por lo tanto, tienen también muchas dificultades para adquirir su cuota del mercado racionado, especialmente cuando están lejos de su provincia de origen, porque a cada núcleo familiar le corresponde comprar en una bodega y solo en una.
Roberto Macías lleva siete años "ilegal" en La Habana. Llegó desde la lejana ciudad de Guantánamo, la provincia que más habitantes pierde cada año por la migración interna: 9,1 por cada 1.000. Desde entonces vive "sin libreta", aunque su madre recopila el azúcar y el arroz de la cuota racionada para enviárselos cada tres meses.
La mayoría de los migrantes cubanos dentro de la Isla eligen como destino la capital, donde llegan cada año en promedio 15.000 nuevos residentes, seguida de Matanzas, Artemisa y Mayabeque, según datos del Anuario demográfico de Cuba correspondiente a 2015 y publicado por la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI).
No solo deben decir adiós a sus casas y familiares en busca de oportunidades, sino que muchos de ellos tienen que renunciar a los productos del mercado racionado. "No he logrado tener una dirección en La Habana que no sea provisional, y sin eso no puedo hacer el traslado de mi libreta para acá", lamenta Macías.
El guantanamero nació en 1963, justo un año después de la creación de la Libreta de Abastecimientos, como sistema de subvención y racionamiento de alimentos para garantizar una canasta de productos básicos asequibles para todos los cubanos. Era casi una medida de emergencia, como la que se tomó en algunos países europeos tras la Segunda Guerra Mundial, pero en el caso cubano está a punto de cumplir seis décadas.
En ese momento se justificó la imposición de un mercado racionado a través de la amenaza "imperialista" de Estados Unidos y su embargo comercial, pero el economista y catedrático Carmelo Mesa-Lago en sus estudios la atribuye también a la colectivización de los medios de producción y a la congelación de los precios de los bienes de consumo que llevó a cabo el Gobierno de Fidel Castro.
Macías ha visitado la Oficina del Registro de Consumidores (OFICODA) de la barriada del Cerro donde reside actualmente, pero la respuesta es siempre la misma: "Si no tiene la dirección del carné de identidad aquí no podemos inscribirlo en la libreta", le responden.
Aunque con el paso de los años la variedad y cantidad de los productos que se ofertan por el racionamiento ha ido decreciendo significativamente, el Estado gasta más de 1.000 millones de pesos al año en subvenciones a estos alimentos que apenas alcanzan para un tercio del mes. En un país que importa cerca del 80% de los alimentos que se consumen, la cifra no es nada despreciable.
Con las magras porciones de arroz, pollo, azúcar, leche, aceite, huevos, frijoles y la cuota diaria de pan que suministra el racionamiento es difícil sobrevivir, pero muchas familias las utilizan como un apoyo básico al que le agregan los productos que deben comprar a elevados precios en las tiendas en divisas, los mercados agrícolas o las redes informales de comercio.
Macías, sin embargo, no tiene siquiera esa base. "Es muy duro porque cada día tengo que inventar qué va a comer mi familia y cuando no puedo buscarme un peso me quedo totalmente en el aire", asegura.
Esta semana, le toca ir a buscar "la caja" con el envío trimestral que le llega por ferrocarril desde Guantánamo con la cuota de granos y arroz que le correspondió por octubre, noviembre y diciembre. Su madre le ha advertido que en esta ocasión "ha tenido que coger un poco para ella por los días de fin de año", cuenta.
A escasos metros del lugar donde reside el guantanamero en La Habana vive una familia que tampoco compra los productos de la libreta, pero por una razón bien diferente. Músico de una orquesta de salsa él y nacionalizada española ella, la pareja tiene una holgura económica que le permite prescindir de los alimentos subsidiados.
"Es muy duro porque cada día tengo que inventar qué va a comer mi familia y cuando no puedo buscarme un peso me quedo totalmente en el aire"
"Hace años que le di a una tía mía el derecho a comprar la cuota porque a ella le hace mucha más falta", cuenta Katia Lucía, de 48 años. Entre las razones que esgrime está que no quiere "seguir haciendo la cola para comprar en la bodega" y que "la calidad ha caído mucho", por lo que prefiere "gastar un poco más en comida pero comer mejor".
La cubañola viaja con frecuencia a Cancún para abastecerse de productos. "El boleto es barato y traigo desde puré de tomate concentrado, hasta cuadritos de sopa, además de queso, mantequilla y papel sanitario". Con tres viajes al año, más lo que gana su marido como músico, dice que puede "resolver sin apelar a la libreta".
El núcleo familiar de Katia Lucía y su marido sigue recibiendo cada mes los mismos productos que llegan a los más desvalidos. Una contradicción que el propio Raúl Castro lamentó en 2010 cuando dijo que "varios de los problemas que hoy afrontamos tienen su origen en esta medida de distribución que (...) constituye una expresión manifiesta de igualitarismo que beneficia lo mismo a los que trabajan que a aquellos que no lo hacen".
"Lo que te den cógelo", ironiza Katia Lucía recordando una frase muy popular y que refleja como ninguna otra el clientelismo que ha generado la distribución racionada. "No voy a dejar esos alimentos en la bodega ¿Para qué? ¿para que se los coja otro?", explica a 14ymedio. "Prefiero regalárselo a mi tía o dárselo a los perros, pero si me toca no voy a dejarlos".
"No voy a dejar esos alimentos en la bodega ¿Para qué? ¿para que se los coja otro?", explica a '14ymedio'. "Prefiero regalárselo a mi tía o dárselo a los perros, pero si me toca no voy a dejarlos"
Durante los debates públicos sobre los Lineamientos de la Política Económica y Social, en 2010 y 2011, la posible eliminación de la libreta de abastecimiento fue el tema que provocó más comentarios y temores.
Mantenerla es como arrastrar un peso que la estancada economía apenas puede sostener debido a los abultados subsidios que implica la venta de los alimentos a precios muy bajos. Algunos expertos sugieren limitar el acceso a la libreta a la gente más necesitada para que cada uno tenga una cantidad de alimentos más elevada.
Es el caso del economista Pedro Monreal, que propone en su blog "una redistribución presupuestaria más sagaz". Por ejemplo, si se reduce el número de hogares beneficiados a 3 millones en lugar de los 3.853.000 actuales, el subsidio para cada familia aumenta en 28,5%. Con 2,5 millones de hogares, el subsidio para cada uno crece en 54%, y con 2 millones, el incremento es del 92,6%.
Queda una pregunta en el aire, que Monreal no escamotea: ¿cuál será el criterio para reducir el número de beneficiados "sin que ello cause un malestar social extendido"?
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