Llevar una vida desordenada durante los meses de verano (exceso de alcohol, demasiada grasa...) puede hacerle daño a tu hígado. En cambio, en cuanto comiences a practicar unos hábitos más sanos, verás cómo te lo agradece
Durante estos meses estivales, los más afortunados disfrutan de unos días de vacaciones, otros muchos tienen que trabajar… pero el buen tiempo y el ambiente nos invitan a todos a llevar un ritmo de vida más relajado y despreocupado. Porque el verano está hecho para vivirlo con los cinco sentidos, pero de lo que no podemos olvidarnos es de seguir pendientes de cuidar nuestra salud, porque de ella depende buena parte de nuestro bienestar. Si comentemos excesos,incluso siendo solo puntualmente durante unos días, nuestro cuerpo puede pasarnos factura de la manera más insospechada.
Uno de los órganos que más sufren las consecuencias de esos excesos de forma “silenciosa” es el hígado, que trabaja intensamente cada día, pero no se hace notar hasta que su salud se resiente. Una de las funciones más importantes de este órgano es la de neutralizar las toxinas y eliminar de nuestro cuerpo todo tipo de sustancias tóxicas. Si lo sobrecargamos de trabajo, esta “gran depuradora” del organismo que es el hígado puede comenzar a cometer fallos en su funcionamiento, afectando a la salud de todo el cuerpo.
En los meses de calor es cuando más alcohol se consume, en sustitución del agua y de otras bebidas no alcohólicas, como zumos o refrescos. Algunas personas creen que la mejor manera para “recuperar líquidos” en verano es a base de cerveza, tinto de verano y copas, sin ser conscientes de que el alcohol no hidrata, sino que, al contrario, hace que se elimine más líquido aún a través de la orina (por su acción diurética) y del sudor (puesto que eleva la temperatura corporal).
ENEMIGO NÚMERO UNO
En lo que se refiere al hígado, el alcohol es el enemigo número uno, ya que su función es limpiar esa sustancia tóxica de la sangre para evitar que se acumule y dañe las células de órganos como el cerebro y el corazón, que son especialmente sensibles a su acción. Si se ingieren bebidas alcohólicas en grandes cantidades durante todo el día, y así jornada tras jornada, el hígado no da abasto en esa labor y se ve forzado a trabajar más lenta y dificultosamente.
El nivel máximo de alcohol en sangre se alcanza entre los 30 y 90 minutos después de la ingesta de la bebida. Con el estómago vacío, la velocidad de absorción es máxima, mientras que tras una comida copiosa y rica en grasas es mucho más lenta.
Sin embargo, en ambos casos todo el alcohol acaba absorbiéndose y haciendo efecto en el organismo. Si la cantidad de alcohol acumulada en sangre es excesiva, la temida “resaca” hará de las suyas horas después: cansancio, dolor de cabeza, aturdimiento, pérdida de apetito, malestar gástrico, vómitos..., que son señales con las que el hígado, el estómago y otros órganos nos dicen que necesitan un respiro.
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