Desde la antigüedad, muchas culturas han utilizado los baños de barro o arena. Estos últimos están indicados para una gran variedad de dolencias del sistema óseo -raquitismo, reumatismo, artritis, descalcificación- y del nervioso, como lumbalgias y neuralgias.
Los terapeutas coinciden en la ventaja de utilizar la arena de las playas, calentada por el sol, completamente seca y de grano fino. Durante un tiempo, que varía entre 5 y 30 minutos, el paciente permanece con todo el cuerpo, salvo la cabeza, recubierto con una capa de unos 4 centímetros de arena.
El poder terapéutico de esta práctica se basa tanto en la capacidad de la arena para transmitir el calor como en las sales que contiene -magnesio, potasio, yodo, cloro y calcio-, sobre todo si son de origen marino, y que son absorbidas por el organismo.
Los barros termales y las arcillas también son bactericidas, antisépticas y antiinflamatorias, ayudan a eliminar las toxinas del cuerpo y aportan minerales. Además, tienen un efecto calmante sobre las zonas doloridas.
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