Lo que más y mejor
caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que el otro, el envidiado, no
tenga lo que tiene, de que no sea verdad que lo tenga, de que no sea cierto su
éxito o no sea tanta como parece su riqueza material
Si le molesta que promocionen o le
suban el sueldo a una compañera de trabajo, si sufre porque a un colega le dan
un premio o le aceptan un importante proyecto, si no le gusta que los hijos de
sus parientes saquen buenas notas, o que su amiga vaya siempre elegantemente
vestida, si le inquieta que su compañero tenga una pareja guapa y atractiva, si
le quita el sueño que el equipo de fútbol de su vecino gane un campeonato, o
que su partido político, el de él, gane las elecciones, si le ocurre todo o
alguna de esas y otras parecidas cosas, es muy posible que lo que usted tenga
sea envidia, envidia pura y dura.
Pero la envidia no es
desear lo que tienen los demás, cosa bastante natural, sobre todo cuando uno
tiene poco. Lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia es el deseo
de que el otro, el envidiado, no tenga lo que tiene, de que no sea verdad que
lo tenga, de que no sea cierto su éxito o no sea tanta como parece su riqueza
material. La verdadera envidia se centra imaginativamente en el otro, en el
envidiado, más que en uno mismo. La envidia se lleva solo por dentro, en la
intimidad subjetiva, pues su manifestación podría parecer y sentirse como una
declaración de inferioridad.
El envidiado, por su
parte, muchas veces ni se entera de que lo es, siendo el envidioso el que
verdaderamente lo pasa mal. La envidia puede ser más fuerte y corrosiva cuando
se genera de arriba abajo, es decir, cuando es el superior quien envidia al
inferior, una envidia que puede agravarse cuando el inferior es más joven, o
más listo, o más guapo. Envidias de ese tipo se dan especialmente en el trabajo
y en todas las relaciones sociales jerarquizadas. Verse superado por un
inferior es siempre muy doloroso, salvo en las situaciones en que el superior
pueda atribuirse todo o parte del éxito y atributos del subordinado.
La proximidad puede ser
también un factor altamente potenciador de la envidia. Se ha dicho, no sin
falta de razón, que la envidia del amigo puede ser peor que el odio del
enemigo. Al primer ministro británico Winston Churchill se le atribuye una
frase lapidaria muy relevante, que viene al caso: “En la vida hay amigos,
conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”. Es una sentencia que
arroja luz particularmente sobre la envidia proximal, la que nos producen los
éxitos de los propios compañeros y que puede a veces hacer conspicuamente más
deseable el éxito de los adversarios que el propio si lo protagonizan
compañeros o colegas a los que envidiamos.
Aunque no siempre
ocurre, ese tipo de envidia entre próximos, cuando tiene lugar, sea en la
política, en el trabajo o en cualquier ambiente social de connotación
competitiva se hace necesario tener en cuenta que las felicitaciones o el
comportamiento hipócrita de los amigos o compañeros puede no ser más que una
tapadera de su envidioso sentimiento. Cuando ese tipo de envidia tiene lugar en
la familia, particularmente entre hermanos, puede resultar altamente dolorosa y
corrosiva, mucho más siempre para el envidioso que para el envidiado. Cuando,
por ejemplo, los padres no justifican bien el reparto desigual de su herencia
entre sus hijos, lo peor que pueden estar haciendo es generar grandes dosis de
envidia y de rencor entre ellos, la peor de las herencias, en definitiva.
Cómo reaccionamos
a la envidia:
La envidia benigna, la
que solemos considerar sana, al igual que la admiración, puede motivar a
mejorar uno mismo, pero la envidia maligna se relaciona con la deshonestidad y
con la conducta inmoral, y a lo que tiende siempre es a derrotar y a hacer caer
al envidiado. Es una inagotable y permanente fuente de hostilidad hacia el
envidiado. Cuando envidiamos tratamos de convencernos a nosotros mismos de que
no es tanto lo que tiene el envidiado, es decir, tratamos de infravalorar sus
logros o su éxito.
“En realidad su trabajo no es tan bueno, pues los hay
mejores”, o “no es tan inteligente como parece” o “no es tanto lo que le tocó
en la lotería y pronto se lo gastará”, o “su novio en realidad no es tan guapo
como dicen”, o "su éxito y premios son por acomodo", entre otras muchas sentencias y consideraciones de similar
naturaleza que podemos argüir tratando siempre de aliviar la propia envidia.
Podemos también quejarnos, hipócritamente, de que el envidiado lo que vende es
humo, cuando lo que de verdad no nos gustaría es que vendiera fuego. Si
conseguimos convencernos de lo que decimos, lo cual muchas veces no es más que
engañarnos a nosotros mismos, nos sentimos mejor.
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