"El Chacho", lugarteniente de
Facundo Quiroga y compadre de Felipe Varela, había nacido en Malanzán, un
pueblo de la Costa Alta de la Sierra de los Llanos, en el sur de la actual
provincia de La Rioja.
"Naides; más que naides, y menos que naides"
El Chacho no quedó conforme con el
acuerdo de Urquiza con Mitre. "Nos ha traicionado, éste sotreta";
regañaba contra el entrerriano. Se mordía de bronca. Se sentía traicionado por
Urquiza por quien se había jugado "el pellejo", una y mil veces. Y
muy propio de su conducta, decidió resistir el acuerdo, a la par que organizó
una rebelión popular desde La Rioja. "El Chacho", lugarteniente de
Facundo Quiroga y compadre de Felipe Varela, había nacido en Malanzán, un
pueblo de la Costa Alta de la Sierra de los Llanos, en el sur de la actual
provincia de La Rioja.
Pero volviendo al enojo contra Urquiza;
motivos para desconfiar le sobraban. Cuando las aguas comenzaban a
tranquilizarse, y en el medio de la pujas que llevarían a Mitre a la
presidencia, firmó una "tregua" tras sitiar la ciudad de San Luis con
el fin de acercar posiciones. El tratado de paz que comprendía el perdón y la
amnistía a los derrotados y el reconocimiento a las autoridades nacionales,
llamado "Tratado de La Banderita", se suscribió a principios de 1862.
Tratado raro en la historia nacional, ya que fue rubricado por el propio
Peñaloza y un rector universitario (el rector de la Universidad Nacional de
Córdoba) en representación de Wenceslao Paunero, aquel militar unitario,
referente indiscutido cuando de combatir montoneras federales se trataba.
Lo cierto es que la cosa venía turbia.
Así fue que cuando llegó la hora de cambiar prisioneros, se dice que Peñaloza
entregó los suyos, pero no recibió ni uno: todos sus hombres habían sido
degollados. Esto llenó de indignación a Peñaloza, ya que los hombres que lo
acusaban de asesino y ladrón, habían violado todos los códigos militares,
asesinando a prisioneros rendidos.
Todo esto se
sumaba al reinante encono y rebelde oposición ante la actitud servil de Urquiza
tras aquella Batalla de Pavón en setiembre de 1861. De ahí pues su llamado a la
resistencia.
Escribe Eduardo Gutiérrez: "(...) A
su llamado rebelde, las provincias del interior se ponían de pie como un sólo
hombre, y sin moverse de su puesto, tenía a los seis u ocho días 6 mil hombres
de pelea, dispuestos a obedecer su voluntad, fuera cual fuese.....
Los paisanos de La Rioja, de Catamarca, de Santiago y de Mendoza mismo lo
rodeaban con verdadera adoración, y los mismos hombres de cierta importancia e
inteligencia lo acompañaban ayudándolo en todas sus empresas difíciles y
escabrosas.
El Chacho no tenía elementos, ni dinero
para mantener en pie de guerra una compañía. Y sin embargo él levantaba
ejércitos poderosos, mal armados y peor comidos, que sólo se preocupaban de
contentar a aquel hombre extraordinario. El Chacho no tenía artillería, pero
sus soldados la fabricaban con cañones de cuero y madera, que se servían con
piedra en vez de metralla, pero piedra que hacía estragos bárbaros entre las
tropas que lo perseguían.
No tenía
lanzas, pero aunque fuera con clavos atados en el extremo de un palo, sus
soldados las improvisaban y se creían invencibles. El que no tenía sable lo
suplía con un tronco de algarrobo convertido en sus manos en terrible mazo de
armas, y si faltaba el alimento comían algarrobo y era lo mismo. De esta manera
el Chacho tenía en pie un ejército con el que hacía la guerra al Gobierno
Nacional, sin que hubiera ejemplo de que se le desertase un sólo soldado,
porque todos sus soldados eran voluntarios y partidarios de Peñaloza hasta el
fanatismo.
El Chacho era
valiente sobre toda exageración. Era un Juan Moreira, en otro campo de acción,
con otros medios y otras inclinaciones. Generoso y bueno, no quería nada para
sí: todo era para su tropa y para los amigos que lo acompañaban".
("El Chacho" de E. Gutiérrez).
La suerte
esquiva
Lamentablemente la suerte le fue
esquiva. Después de años de resistencia y rebeliones, en noviembre de 1863 es
derrotado en la Batalla de Los Gigantes por Irarrázabal.
El vencedor lo persiguió hasta Los
Llanos (La Rioja), y Peñaloza se rindió al comandante Ricardo Vera en Loma
Blanca, paraje aledaño al pueblo de Olta. Le entregó a Vera su puñal, la última
arma que le quedaba. Una hora más tarde llegó Irrazábal y lo asesinó sin ningún
tipo de piedad con su lanza, atravesándole el estómago. A continuación hizo que
sus soldados lo acribillaran a balazos. Era el 12 de noviembre de 1863.
Su cabeza fue cortada y clavada en la
punta de un poste en la plaza de Olta. Una de sus orejas presidió por mucho
tiempo las reuniones de la clase "civilizada" de San Juan. Su esposa,
Victoria Romero, fue obligada a barrer la plaza mayor de la ciudad San Juan,
atada con cadenas.
Al conocer la noticia, Sarmiento
escribió al presidente Mitre:
"No se que pensaran de la ejecución
del Chacho. Yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la
medida precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro,
las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".
Pocas semanas más tarde, el poeta José
Hernández publicó en un periódico entrerriano: "Vida del Chacho".
Folleto en defensa del caudillo riojano, en que advertía, premonitoriamente, a
Urquiza que los mismos que habían asesinado a Peñaloza, buscaban la oportunidad
para asesinar al él.
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