NUESTROS HÉROES: Encontró un
método para conservar la sangre y evitar la coagulación. Su trabajo dio la
vuelta al mundo, posibilitó hacer transfusiones sin la necesidad de que sean
directamente de dador a paciente y salvó vidas durante la Primera Guerra
Mundial. Su descubrimiento fue clave, a tal punto que se negó a patentarlo y lo
cedió en beneficio del mundo. Un día como hoy hace 68 años la noticia de su
muerte no tuvo la trascendencia que se merecía.
Los Agote eran una familia numerosa y de buen pasar
económico. Su padre, el catamarqueño Pedro Francisco, había sido diputado
nacional y ministro de Hacienda, y su madre, Quiteria García Sedano era una
chilena que dedicó su vida a criar a ocho hijos.
Luis Agote había nacido el 22 de septiembre de 1868 en
la ciudad de Buenos Aires, hizo la escuela primaria en un colegio inglés y la
secundaria en lo que hoy es el Colegio Nacional de Buenos Aires. Luego se graduó de médico en la Universidad de
Buenos Aires en 1893 con la tesis “Las hepatitis supuradas”.
Al año siguiente fue nombrado Secretario del
Departamento Nacional de Higiene y luego director del Lazareto que funcionaba,
desde la época de la epidemia de fiebre amarilla, en la isla Martín García.
Llegó a ser jefe de sala en el Hospital Rawson y desde 1915 hasta 1929 se
desempeñó como profesor titular de Clínica Médica.
En 1895 se casó con María
Robertson Lavalle, la hija de un expedicionario al Desierto. Tuvieron cinco
hijos.
En 1911 fundó el
Instituto Modelo de Clínica en el Hospital Rawson, que se convirtió en un
centro de investigació y estudio. El grave problema sobre cómo recuperar la sangre que perdían los
pacientes desvelaba a los investigadores al mismo nivel que lo hacía
el combate de las infecciones, que cobraban miles de vidas.
En esos tiempos las transfusiones se realizaban
directamente de dador a paciente porque no
existía un método que pudiese conservar la sangre. Fue su preocupación
desde que comenzó a estudiar cómo parar las hemorragias en pacientes
hemofílicos. Aseguran que Agote estaba íntimamente comprometido en la búsqueda
de una solución a la cuestión de la sangre porque en su familia había un
integrante que sufría de hemofilia.
Primero experimentó junto a su colaborador, el
laboratorista Lucio Imaz Apphatie en
el diseño de recipientes especiales. Sometieron a la sangre a distintas
temperaturas pero el líquido, ante la sola exposición del aire, se coagulaba. Hasta que Agote probó con agregarle citrato de
sodio, que es una sal derivada del ácido cítrico presente, por ejemplo, en
el limón.
Guardó la mezcla y pasadas dos semanas comprobó que
la sangre no se había coagulado. Y
en el mismo sentido, vio que el citrato de sodio era perfectamente eliminado
por el organismo. Comenzaron experimentando transfusiones con perros entre
razas diferentes y no observaron rechazos.
Era el momento de hacer una transfusión
entre humanos.
La primera prueba la
hicieron el 9 de noviembre de 1914 con el portero del Instituto Modelo de
Clínica Médica, que funcionaba en el Hospital Rawson, Ramón Mosquera, quien fue
el donante, internado en la cama 14. El doctor Ernesto
Merlo supervisó la técnica que fue exitosa.
El 15 de noviembre de 1914 se realizó una
demostración a las autoridades. Enrique Palacios, Intendente Municipal;
Epifanio Uballes, rector de la UBA; Luis Güemes, decano de la Facultad de
Medicina y Baldomero Sommer, Director General de Asistencia Pública fueron los
testigos de la transfusión.
La paciente era una pálida parturienta que “esperaba con gran temor, lo que ella
supusiera cruenta operación”, según la crónica de la época, que recibió 300
cm3 de sangre que le habían extraído de su brazo derecho al carpintero del
Instituto, señor Machia. La sangre donada estaba en un recipiente
–posteriormente bautizado como “Aparato
modelo Profesor Agote”, inventado por el médico- donde se mezcló con
el citrato de sodio al 25% y luego se la inyectaría a la mujer. A los tres días, la paciente recibió el alta.
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