**La mayoría de las imágenes de grupos familiares
son de familias argentinas celebrando.
La Navidad, una de las festividades más importante
del cristianismo, conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret. Si bien en la
Iglesia católica, en la anglicana y en otras protestantes, así como en la
Iglesia ortodoxa rumana, se celebra el 25 de diciembre, la festividad tiene
lugar el 7 de enero en otras iglesias ortodoxas que no aceptaron la reforma al
calendario juliano, reemplazado por el papa Gregorio XIII en 1582.
La navidad como una de las bellas tradiciones
Si nadie se preocupó demasiado por
corregir ciertas contradicciones de la festividad navideña en Latinoamérica, es
seguramente porque los símbolos del homenaje brotaron casi a la par del
Cristianismo, se pierden en la inmensidad de los tiempos. Esa es la causa que
volvió admisible al abrigado Papá Noel, en su trineo y al vertiginoso consumo
de frutas secas en regiones en donde la Navidad, por celebrarse en verano, no
es una fiesta recoleta, que obligue al encierro en torno a leños ardientes y a
la ingestión de alimentos archicalóricos. La fe, la esperanza que entraña el
nacimiento de Cristo y la tradición han preservado ecuménicamente la
uniformidad de los símbolos, tal vez como un paralelo emblema de
confraternidad. Sobre datos obtenidos en fuentes de la Unesco, a continuación se
vierten algunas referencias poco conocidas sobre el origen de esas costumbres,
de común geográficamente remotas, a veces emparentadas con la mitología y
ciertos ritos paganos, decantados y espiritualizados por la Iglesia.
Fue el Papa Julio I quien escogió,
hace alrededor de 1600 años, el día 25 de diciembre para celebrar el nacimiento
de Cristo. Jesucristo nació en el año 748 a contar desde la fundación de Roma,
por entonces bajo el imperio de Augusto.
En
tiempos del nacimiento de Jesús, y aún antes y después, Roma festejaba en
diciembre –del 17 al 24- las llamadas Saturnales, una especie de carnaval en
memoria de Saturno. Las guerras se detenían durante ese lapso, estaba prohibido
trabajar e infligir castigos.
También
durante diciembre los judíos celebraban la Fiesta de las Luces, y los teutones
y escandinavos el solsticio de invierno. La religión mazdea de Persia rendía
homenaje al “natalicio de invicto Sol” y la diosa Mitra, que cumplía años el
día 25.
La
península ibérica fue la primera región europea en festejar públicamente la
Navidad, gracias a la acción evangelizadora del apóstol Santiago el Mayor,
muerto el año 44. España fue el primero de los países de Europa rescatados del
paganismo.
Noruega
fue el último de los países europeos en celebrar la Navidad. La fiesta fue
introducida por el rey Haakon el Bueno en el siglo X.
El
pesebre, como símbolo cristiano, fue concebido por San Francisco de Asís. Por
primera vez lo armó en un establo, con animales vivos, en la aldea de Greccio,
vecina a Asís, en Italia. Se supone que el hecho ocurrió hacia el 1200.
En
varias ciudades de Alemania y Estados Unidos se realizan actualmente concursos
comunales de pesebres, costumbre extendida también a Brasil, en donde se los
llama lapinhas.
Durante
la Navidad, cientos de ciudades latinoamericanas organizan procesiones. La de
Lima es, por tradición, la más espectacular; habitualmente coincide con la más
importante corrida de toros del año.
Las
procesiones navideñas de Querétaro y Celaya, en México, se caracterizan por sus
desfiles de carrozas representando escenas bíblicas: la historia de Adán y Eva,
Moisés dividiendo las aguas del Mar Rojo, la Anunciación.
En
los países centroamericanos, el homenaje a la Navidad empieza el 16 de
diciembre: grupos de cantores recorren aldeas y ciudades remedando los
esfuerzos de los progenitores de Jesús por hallar albergue de Belén. Cantan
esta letanía: “Por favor, dennos albergue; mi esposa está cansada y ya no puede
andar más”. Desde los balcones se les responde: “¡Marchaos! Podéis ser
ladrones, no nos podemos confiar”.
Según
la creencia religiosa, el primer villancico (y por lo tanto el más antiguo) fue
transmitido por los ángeles a los pastores de Belén. Es éste: “Gloria a Dios en
las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.
En
Chile, la Virgen del Rosario de Andacollo preside una de las principales
procesiones de la Navidad. La imagen fue descubierta por un indígena leñador,
Collo, quien tuvo cierto día -dice la leyenda- una visión celestial. “Anda,
Collo, a la colina –le ordenó la visión-. Allí te espera la felicidad”.
Encontró la estatua, tallada en madera, de un metro de alto.
La
costumbre norteamericana de adornar las casas con siemprevivas y guirnaldas de
acebo proviene de los antiguos sajones: el muérdago ha sido heredado de los
celtas.
En
épocas ya remotas, la Iglesia intentó desarraigar estos símbolos vegetales,
pero vanamente. Así, el acebo pasó a representar la corona de espinas de Cristo
(cuyos frutos, quiere la leyenda, eran blancos hasta que se embebieron de
sangre) y las siemprevivas se identificaron con la eterna esperanza cristiana.
El muérdago celta era demasiado pagano, de modo que, como emblema, apenas
alcanzó las puertas de las casas, en donde todavía constituye un relegado
adorno.
Muchos
estudiosos de las costumbres religiosas niegan que haya sido San Bonifacio,
como se creía, quien institucionalizó al arbolito de Navidad. Antes de
convertir a los alemanes al cristianismo (siglo VIII), el santo destruyó la
encina sagrada de Geismar, en Hesse, reemplazándola por siemprevivas, símbolo
del nuevo culto.
Fue
en Alemania, en el siglo XVI, donde se aderezó el árbol de Navidad tal como se
lo conoce hoy. Y soldados alemanes que pelearon en la Guerra de Secesión lo
introdujeron en los Estados Unidos. Aun así, Virgilio cuenta en Las geórgicas que los romanos colgaban
máscaras de Baco en los pinos, una manera de augurar fertilidad.
Se
supone que Papá Noel o Santa Claus (o Julenissen, en Dinamarca y Noruega; o
Tomte, en Suecia) son “descendientes” de Votan, un dios nórdico que durante el
crudo invierno cabalgaba un mágico caballo de ocho patas, distribuyendo
alimentos a los más necesitados, y un poco de tibieza (y por eso descendía por
las chimeneas).
Un
obispo de Europa central, ahora San Nicolás, que vivió en el siglo IV,
transformó en realidad las especies mitológicas: famoso por sus limosnas y su
amor por los niños, a su muerte se convirtió en patrono de una decena de
ciudades europeas y también de la isla de Manhattan, en Nueva York. Su imagen
aparecía en el mascarón de proa del primer navío holandés que arribó a esas
costas.
En
Nueva Ámsterdam (primitivo nombre de Nueva York), San Nicolás pasó a llamarse
Santa Claus y dejó de ser un viejecito ascético para convertirse en un
rubicundo fumador de pipas, tripulante de un trineo henchido de juguetes y
empujado por ocho renos. Nadie sabe por qué en los Estados Unidos Santa Claus
coloca sus regalos en una media y no sobre los zapatos.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar





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