El Dato: Para 2014-2015
los cascos azules dispusieron de un financiamiento de más de 8 Mil millones de
dólares. La ONU cuenta con un contingente internacional
de más de 100.000 militares (AFP | Ashraf Shazly)
Primero la violaron. Luego le ofrecieron alimentos o dinero,
como a una prostituta. La víctima, una mujer de la República Democrática
del Congo, narró su historia para un informe sobre la responsabilidad de los
cascos azules, publicado por Naciones Unidas en 2005. La escena se había
repetido antes en Bosnia, en Camboya, en Timor Leste y en otros países del
África Occidental. Una década después, los abusos sexuales aún corroen el
prestigio de esas fuerzas multinacionales.
A pesar de la política de tolerancia
cero promovida por el exsecretario general Kofi Annan y en la actualidad por
Ban Ki-moon, la violencia persiste en las zonas controladas por los militares
de la ONU. Según
un informe revelado recientemente, el organismo multilateral desconoce el
alcance del problema, pues muchos casos no se investigan. Pero los reportes
entregados cada año a la prensa insisten en un optimismo cómplice.
La conjura del silencio: En noviembre de 2013 un grupo de expertos suministró a Ban
Ki-moon un reporte sobre los abusos y la explotación sexual en cuatro misiones
de la ONU : Haití,
Sudán del Sur, Liberia y la República Democrática del Congo. El secretario
general engavetó el documento hasta que la organización no gubernamental
Aids-Free World recibió una copia de manos de un funcionario anónimo. El texto
fue enviado de inmediato a la prensa y los países miembros.
De
acuerdo con la investigación, los esfuerzos de la ONU por hacer cumplir la
política de cero tolerancia han encallado ante el desconocimiento de la
magnitud de las violaciones. “Las cifras oficiales ocultan lo que parece ser
una cantidad significativa de explotación sexual y abusos no reportados”,
sostiene el equipo de especialistas.
En
2014 el personal de la ONU
fue acusado de protagonizar cerca de 80 casos de violencia sexual y
participación en redes de prostitución. Las cifras han descendido desde 2005,
gracias a la implementación de las recomendaciones del llamado Informe Zeid
(por el Príncipe Zeid Ra’ad Zeid Al-Hussein, representante de Jordania). No
obstante, la ausencia de datos fiables aconsejaría cautela, en lugar del
optimismo del secretario general.
Las
fuerzas de mantenimiento de paz estudiadas en 2013 compartían una cultura del
silencio. Además, protegían con sumo celo los derechos de los presuntos
culpables, en detrimento de la justicia para las víctimas. En consecuencia,
“aquellos que rompen las reglas no son castigados y esa impunidad constituye
más la norma que una excepción”, indica el texto.
Inmunidad igual a impunidad: Los militares desplegados bajo la bandera de Naciones
Unidas gozan de inmunidad frente a los sistemas de justicia de los países donde
operan. Ante las alegaciones de comportamiento inapropiado, el organismo
multilateral puede repatriar a los acusados y prohibirles alistarse en futuras
misiones de cascos azules. La responsabilidad de juzgarlos queda en manos de
las autoridades de la nación de origen. Por esa grieta se han escurrido muchos
criminales.
Los
expertos consideran que las fuerzas de paz poseen un entrenamiento insuficiente
en temas como la violencia de género y los derechos de las mujeres. Además,
carecen del poder para investigar las denuncias y procesar a los culpables de
una manera expedita. Las demoras en las pesquisas, si finalmente se emprenden,
restan credibilidad a los cascos azules. La mayoría de las víctimas prefiere
callar porque desconfía de sus “protectores” internacionales y teme al estigma
social.
En
diciembre pasado la ONU
creó el Grupo Independiente de Alto Nivel sobre las Operaciones de Paz, que
debe proponer soluciones, entre otros problemas, a la persistencia de los
abusos sexuales. El análisis dará otra oportunidad al organismo con sede en New
York para disciplinar sus filas. El reporte final de esta comisión podría
ofrecer malas noticias a Ban Ki-moon. Pero ese trago amargo, como una buena
medicina, podría también iniciar la cura a una vergonzosa enfermedad que ha
contagiado a quienes velan por la paz.
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