Perú fue el primer país de la región en imponer la cuarentena (una de las
más estrictas del mundo), cuando había menos de 100 casos, y esas medidas
fueron alabadas por expertos epidemiólogos. También los economistas destacaron
la rápida reacción del gobierno, que en marzo prometió un temprano plan de 26.400 millones de
dólares (un 12% del PBI nacional) para mitigar los efectos del coronavirus.
Pero lo que parecía
la receta para el éxito contra la pandemia no evitó una tragedia que sigue en
desarrollo: Perú es el segundo país de América Latina con más contagios confirmados
(detrás de Brasil), el tercero con más muertes por la enfermedad (después de
Brasil y México) y sus hospitales prácticamente no pueden recibir a más
pacientes.
Si bien el presidente Martín Vizcarra ha asegurado
que el país entró en la “meseta” de contagios, esta semana los balances
continuaron arrojando nuevos récord diarios (con un total que bordea los 150
mil contagios y supera las 4.000 muertes) y se intensifica la carrera contra el
tiempo para habilitar más camas de Cuidados Intensivos para los pacientes que
las esperan por una oportunidad de sobrevivir.
En tanto, la sociedad muestra crecientes signos de hartazgo con el
confinamiento, que incluye un
toque de queda y se prevé como el más extenso del mundo tras ser extendido
hasta el 30 de junio, pero es cada vez menos respetado por la ciudadanía: en los mercados
de abastos se ve poco distanciamiento social entre las multitudes de
compradores y los controles en las calles son más laxos, incluso antes de los
nuevos permisos de circulación.
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