SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



martes, 19 de abril de 2022

De lo que somos capaces los humanos: Mentira y realidad de los cinturones de castidad-

 

La imagen del caballero medieval que parte a las cruzadas y deja atrás a su damisela protegida por un cinturón de castidad es solo una mentira histórica y un mito surgido en el siglo XVIII para ejemplificar el oscurantismo de esa época.



Ése es el argumento de la exposición ‘Historias secretas del cinturón de castidad. Mito y realidad‘, que se presenta hasta agosto en el Museo Katona József de Kecskemét, al sur de Budapest.

En la muestra, abierta sólo para mayores de 16 años, se exponen veinte ejemplos de estos cinturones y otros materiales para explicar cómo nació este mito durante la Ilustración y cómo evolucionaron luego estos objetos.

Los visitantes se enfrentan con unos brutales objetos de metal con candados orificios protegidos por dientes de metal ante los que la primera pregunta que surge es como podían sobrevivir a ellos sus supuestas usuarias.



“El mito del cinturón de castidad surgió durante la Ilustración para señalarse como la contrapartida de la oscura Edad Media”, explica a Efe Katalin Végh, subdirectora del Museo Katona József.

Incluso la Gran Enciclopedia Francesa, editada a partir de 1751, aseguraba que en la Edad Media el uso del cinturón estaba generalizado, lo que contribuyó a dar por cierto este mito.

De hecho, hasta una época tan reciente como la década de 1990 se consideraba aún como un hecho que en Edad Media y durante las distintas cruzadas se obligaba a la mujeres a usar esos aparatos para asegurar su fidelidad durante la ausencia de los esposos.



No sólo en la cultura popular, sino que también artículos científicos y los propios museos alimentaron un mito que choca contra el sentido común.

Sólo con observarlos queda claro que el uso de estos objetos causaría heridas, incluso mortales, por el contacto con el metal y que son incompatibles con la higiene personal, por lo que causarían infecciones.

Aparte de que los candados que los cierran pueden abrirse fácilmente, anulando su supuesta misión protectora.



Pese a ese desafío a la lógica, museos como el British Museum de Londres o el Germanisches Nationalmuseum de Núremberg (Alemania) siguieron exponiendo sus respectivas colecciones de cinturones de castidad hasta la segunda mitad de la década de 1990.

A partir de este momento, el interés de la ciencia se centró en determinar la época de fabricación de estos objetos, “algo que con un simple análisis de material se puede averiguar”, dice Végh.
“Resultó que todos estos objetos eran falsificaciones del siglo XIX”, explica la responsable del museo.

El mito del cinturón de castidad tiene también su origen en los textos de la Roma clásica que hablan de cintas, cinturones y cuerdas de castidad, o de Venus, que, según los investigadores actuales, no son más que símbolos y no descripciones de objetos reales.

El propio Museo Semmelweis reconoce esa responsabilidad de los museos en la creación de este mito y afirma que estas instituciones no sólo conservan el pasado sino que a veces también crean una historia imaginaria.

Pero lo que era un mito se convirtió en realidad siglos más tarde, cuando a finales del XIX la masturbación era vista como un pecado ante el que el cinturón era un remedio.

Hay constancia de que hasta los primeros años del siglo XX se presentaron varias patentes de diferentes cinturones de castidad, cuya misión era evitar que los jóvenes se masturbaran.

Estos cinturones “modernos”, en los que el cuero sustituye al metal, también servían o pretendían servir para proteger a las mujeres de violaciones, en un momento en el que se iban incorporando a espacios que habían sido hasta entonces exclusivos de los hombres, como las fábricas.

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