La crisis del coronavirus está suponiendo un shock sin precedentes para
la economía europea: su efecto sobre la actividad económica es claramente
negativo y las dudas se centran en la magnitud y la duración del impacto. En
cambio, su efecto sobre la inflación genera más interrogantes. ¿Dominarán las
presiones a la baja o al alza?
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El
impacto del coronavirus en la inflación es incierto, ya que existen movimientos
simultáneos de oferta y demanda que pueden decantar la balanza hacia más
inflación, desinflación o incluso deflación.
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A corto plazo, pese a los problemas de medición y
el cierre de mercados, se ha impuesto la desinflación. A medio plazo, varios
elementos sugieren que las presiones desinflacionistas seguirán dominando. A
largo plazo, transformaciones como una desglobalización o cambios en los
patrones de consumo podrían provocar cambios estructurales.
La crisis del coronavirus está suponiendo un shock sin precedentes para la economía
europea: su efecto sobre la actividad económica es claramente negativo y las
dudas se centran en la magnitud y la duración del impacto. En cambio, su efecto
sobre la inflación genera más interrogantes.
Existen
presiones a la baja, como el colapso del consumo a causa del confinamiento y la
caída del precio del petróleo, y otras al alza, como el cierre de las fábricas
y la reducción general de la producción. Además, hay que diferenciar los
efectos a corto plazo (durante la fase de contención del virus), medio plazo
(durante la fase de recuperación) y largo plazo (cuando alcancemos la «nueva
normalidad» tras la crisis). ¿Qué fuerzas dominarán?
Impacto
a corto plazo: disrupciones de la producción, caída de la demanda, problemas de
medición y apagón de los mercados
Los datos disponibles entre febrero y mayo ya nos
dan una idea del impacto a corto plazo de la crisis del coronavirus en la
inflación. Tal y como muestra el primer gráfico, en febrero, cuando todavía no
había empezado el Gran Confinamiento en los países europeos, se produjo un leve
descenso de la inflación, aunque los precios de los bienes industriales
aumentaron de forma notable debido a las disrupciones en las cadenas de
suministro integradas con China, donde en ese momento ya habían cerrado muchas
plantas de producción (fue el mayor incremento intermensual en un mes de
febrero desde 2016).
La inflación general
continuó su descenso a gran velocidad, pasando del 1,2% en febrero hasta el
0,1% en mayo, con la entrada en vigor de las medidas de confinamiento en la
mayoría de los países europeos. La caída se observa tanto en los precios de la
energía como en la cesta de bienes que definen la inflación subyacente. En
particular, la inflación se redujo tanto en los bienes industriales como en el sector
de servicios. En cambio, los precios de los alimentos no procesados han
aumentado rápidamente.
Estos movimientos
opuestos ilustran las fuerzas de la demanda y la oferta sobre la inflación. En
el sector de los servicios, por ejemplo, la caída de la inflación sugiere un
descenso de la demanda superior al de la oferta, aunque es probable que el
sector se haya visto muy afectado por problemas en la medición de los precios,
tal y como discutimos más adelante.
En cambio, el aumento de la inflación en los alimentos
no procesados (donde destacan la fruta y la verdura) ha sido anormalmente alto
e indica una caída de la producción y un cuello de botella frente a una demanda
más estable, ya que el confinamiento de los consumidores no alteró sus
necesidades básicas. Asimismo, también podría haber influido un posible aumento
de la demanda por razones de almacenamiento. Por su parte, la caída de los
precios energéticos refleja un desplome de la demanda de las fuentes de energía
como consecuencia del cierre de la actividad en muchos sectores, como el del
transporte.
Más allá de todos
estos movimientos de precios, los condicionantes más distintivos de estos meses
son los problemas de medición y la ausencia de mercados, dos factores que
posiblemente hayan afectado en mayor medida a los precios de los servicios. Por
un lado, el cierre de los sectores provoca que los precios de sus bienes y
servicios sencillamente no existan. Además, las empresas que están cerradas no
pueden responder a las encuestas de los institutos de estadística; la propia
Eurostat estima que el 35% de los precios tuvieron que ser imputados para los
datos de abril, es decir, estimados mediante técnicas estadísticas, puesto que
no disponían de toda la información necesaria. Por otro lado, la cesta de bienes
que constituye el índice de precios ya no es representativa de las compras
medias de los hogares. Por ejemplo, durante el confinamiento el gasto en
servicios o transporte se desplomó (cuando en tiempos normales el peso de los
servicios en la cesta es del 45%).
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