El Día Mundial del Medio Ambiente nos convocó,
una vez más, a reflexionar sobre el estado del planeta. Sin embargo, en 2025
esta reflexión debe ir más allá de los llamados a proteger ecosistemas o
reducir emisiones. Es momento de preguntarnos: ¿quién sostiene la vida en medio
del colapso ambiental y en qué condiciones lo hace?
Mientras las agendas climáticas
priorizan la tecnología, los mercados de carbono y la infraestructura verde,
millones de mujeres en todo el mundo continúan desempeñando tareas fundamentales
que rara vez se reflejan en los presupuestos nacionales ni en los espacios de
decisión: recolectan agua, cultivan en suelos degradados, protegen semillas,
clasifican residuos, cuidan a niños y niñas, personas mayores o enfermas
durante olas de calor o eventos extremos. Si al trabajo no remunerado realizado
por las mujeres se le asignara un valor monetario, este sería superior al 40 por ciento del PIB en algunos países según estimaciones conservadoras. Ellas cuidan a otras personas y también al planeta. Pero ¿quién cuida de
ellas?
En todo el mundo, las mujeres
constituyen la mayoría de la fuerza laboral en el sector informal de la
economía circular: clasifican residuos, recuperan materiales, promueven el
reúso. Sin embargo, están ausentes en los espacios de innovación tecnológica,
diseño industrial o formulación de políticas circulares. Este desequilibrio no
es casual. Es producto de una división sexual del trabajo que ubica a las
mujeres en las tareas esenciales, pero menos valoradas social y económicamente,
mientras reserva los espacios de decisión y desarrollo tecnológico a otros
actores.
Estas labores —no remuneradas,
invisibilizadas y desigualmente distribuidas— conforman lo que se denomina la
economía del cuidado. Esta economía representa, en realidad, la base silenciosa
sobre la cual se sostiene el modelo de desarrollo y la actual transición
ecológica. Por ello, la crisis ambiental no es únicamente una crisis de
emisiones o consumo: es también una crisis de cuidado, generada por un modelo
de desarrollo que ha extraído valor tanto de los ecosistemas como del trabajo
no remunerado de las mujeres, sin reconocer ni reparar ninguno de los dos.
Desde ONU Mujeres abonamos a un paradigma que reconozca
las interdependencias entre las personas y la naturaleza. A la
propuesta de un nuevo modelo de desarrollo que tenga al cuidado de la vida —de
las personas y del planeta— en el centro y que incorpore la igualdad de género
en las dimensiones ambientales, económicas y sociales del modelo. Porque no
basta con transitar hacia una economía verde si esa economía sigue dejando
fuera a las mujeres; a las trabajadoras informales, a las mujeres rurales, indígenas,
afrodescendientes o a las mujeres con discapacidad.
La transición ecológica, si no
es feminista, corre el riesgo de reproducir las mismas desigualdades que han
contribuido al colapso de los ecosistemas. Cada impacto ambiental —sequía,
desplazamiento, inseguridad alimentaria— aumenta la carga de cuidados que
enfrentan las mujeres. Son ellas quienes deben buscar agua más lejos, acompañar
a personas enfermas cuando colapsan los sistemas de salud, sostener la vida
cotidiana con escasas redes institucionales de apoyo. Las políticas climáticas
rara vez consideran el impacto de género de estas realidades. Por eso, ONU
Mujeres impulsa una agenda de justicia climática que incluye el fortalecimiento
de sistemas integrales de cuidados como estrategia de resiliencia, mitigación y
adaptación, porque fortalecer los cuidados es fortalecer la sostenibilidad.
Es por esta razón que, desde
ONU Mujeres, proponemos un pacto por la vida. Un compromiso colectivo que
reivindique el cuidado como principio político, social, económico y ecológico.
Que coloque en el centro a quienes históricamente han sido silenciadas,
excluidas y sobrecargadas. Lo que está en juego no es únicamente el futuro del
planeta. Está en juego nuestra manera de habitarlo. Cuidar del planeta implica
redistribuir el poder, reconocer social y económicamente el trabajo que
sostiene la vida y garantizar la participación de quienes son más afectadas por
sus impactos en la toma de decisiones climáticas.
No se puede cuidar el planeta sin cuidar a quienes
cuidan de él
Imaginemos, brevemente, que ya
vivimos en un mundo donde el cuidado está en el centro del desarrollo, donde
las mujeres participan plenamente en las decisiones climáticas y donde el valor
de sostener la vida se reconoce y se protege. Desde ONU Mujeres, en el marco
del proyecto regional apoyado por el Gobierno de Luxemburgo, trabajamos para
que ese escenario deje de ser una aspiración y se convierta en realidad, y lo
hacemos de la siguiente manera:
- Desarrollando información y datos que
evidencien los impactos diferenciados del cambio climático y las
contribuciones invisibilizadas de las mujeres.
- Fortaleciendo las capacidades institucionales
de los gobiernos para integrar la perspectiva de género en políticas
climáticas y ambientales a nivel nacional, regional y global.
- Acompañando a mujeres representantes de
sociedad civil, especialmente, indígenas, afrodescendientes y defensoras de derechos humanos en asuntos
ambientales en sus procesos de articulación, fortalecimiento e
incidencia a través de apoyo técnico y financiero.
Construir un nuevo paradigma no
es solo imaginar un futuro diferente: es tomar acción hoy, con políticas
públicas, recursos y alianzas que pongan en el centro el cuidado de la vida y
de lo vivo. Sumarse al pacto por la vida es apostar por una transformación que
regenere los vínculos, no solo los recursos. Es elegir una sostenibilidad que
reconozca, reduzca, redistribuya, recompense y represente. De esto se trata
sumarse al pacto por la vida. Y eso es lo que impulsa ONU Mujeres cada
día.
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