Los escándalos
políticos gozan de lo efímero. Es una tendencia que va de la
mano de una generación que se maneja a través de las
redes sociales. Por lo tanto, la indignación dura apenas
unos minutos, horas o días, en el mejor de los casos.
Y
queda en el pasado, sin que nada cambie, como si se tratara
de temas de discusiones momentáneas y de tratamiento
frívolo. De ese modo se va corriendo la vara. Lo que hasta ayer
era un hecho de corrupción, ahora no es más que una
decisión justificada por el contexto.
Lo que
iba en contra del comportamiento que se les exige a los funcionarios
se convirtió en un mal momento personal que no debería afectar
la gestión. Pero, sí. La afecta, y mucho, se pierde credibilidad y
respeto. Y queda cada vez más claro que la nueva política tiene
los mismos vicios que la vieja.
O que,
en todo caso, siempre fue la misma, con un desprecio por la ética
pública, que se transmite de generación en
generación, independientemente de los colores partidarios.
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