En los últimos años se ha popularizado la atención sanitaria dirigida al mantenimiento del buen estado del suelo pélvico. Sin embargo, en prácticamente todos los casos se hace en referencia a la salud de la mujer durante el embarazo, el posparto y el envejecimiento.
La realidad es que
el sexo masculino también es sensible a trastornos urosexológicos de tipo
muscular. Es decir, a patologías que alteran la micción, la defecación y/o las
relaciones sexuales por culpa de alteraciones del periné. Así es como se llama
al conjunto de músculos, tendones y ligamentos que forman el suelo pélvico.
En ocasiones,
estos problemas tienen como origen la práctica de deportes como el ciclismo, el
rugby, el atletismo o el tenis.
Aunque, en la
mayor parte de los casos, en el sexo masculino los originan otras patologías
como la hiperplasia benigna de próstata y el cáncer prostático. La hiperplasia
benigna de próstata es una enfermedad muy frecuente y cuya incidencia aumenta
con la edad.
Se estima que
alrededor del 70 % de hombres mayores de 50 años presentan esta alteración. Se
trata de una enfermedad totalmente independiente del cáncer. Puede coexistir
con un tumor maligno, pero no degenera en él obligatoriamente.
Característicamente,
el cáncer de próstata se desarrolla en la periferia de esta estructura. Sin
embargo, el adenoma se relaciona íntimamente con la uretra.
Un hombre
debiera sospechar de que puede haber desarrollado un adenoma benigno de
próstata si siente dolor durante la micción, tiene micciones intermitentes
(como a empujones), sus micciones son débiles (de "chorrito flojo"),
le salen gotas tardías de orina una vez finalizada la micción y nota que
aumenta el número de micciones diarias y nocturnas.
Todos esos
síntomas hacen que aparezcan (o se agraven si ya se tenían de antes) las
hernias inguinales y las hemorroides. Ambas por el esfuerzo asociado a la
micción y la repetición continuada del mismo (por el aumento de la frecuencia
miccional). Es decir, la solicitación excesiva y repetitiva de la musculatura
del periné.
Además, la necesidad de realizar
fuerza de expulsión para orinar (habitualmente en apnea, esto es, conteniendo
la respiración) provoca aumentos de la presión intraabdominal.
Este fenómeno,
que podría parecer independiente, provoca un desplazamiento hacia abajo de las
vísceras del abdomen y el consecuente abombamiento del periné hacia los pies. Estos
abombamientos, repetidos en el tiempo, debilitan progresivamente la musculatura
perineal.
Al final, se inicia un círculo
vicioso en el que los hombres necesitan generar cada vez más fuerza, lo que
aumenta más la presión intraabdominal y deforma más todavía el periné. Para
colmo de males, el periné, cada vez más débil, se vuelve progresivamente más
deformable y, en consecuencia, menos apto para contener la orina.
Es el momento
en el que se instaura la incontinencia urinaria.
Hay que decir
que este proceso de esfuerzo muscular, aumento de presión intraadbominal y
deformación perineal se produce de forma homóloga en los casos de
estreñimiento. Por tanto, si coexisten ambos problemas, el cuadro clínico
provocado será más grave y avanzará más rápidamente.
Los escapes de
orina en los hombres también son frecuentes como efecto secundario de la
resección endoscópica del adenoma y cáncer prostáticos. Esta intervención puede
afectar a algunas estructuras de la uretra, especialmente su pared muscular.
Además, en los
casos de tumoración maligna, si es necesario aplicar tratamiento de
radioterapia y/o quimioterapia, también es normal que aparezcan cuadros de
incontinencia (o se agraven los preexistentes).
Ambos
tratamientos de medicina nuclear reducen la capacidad de respuesta muscular en
general y de la zona a tratar en particular.
El fenómeno es
más grave tras el tratamiento con quimioterapia cuando daña la función
nerviosa. En ese caso se agravan las pérdidas de orina y es habitual que
aparezca impotencia sexual.
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