SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



miércoles, 8 de mayo de 2024

Que historia macabra, 3 veces asesinaron a RASPUTIN en una noche, sepamos mas de este inquietante místico.

 ¿Se acuerdan del grupo musical *Boney-M*  que creo el pagadizo tema  “Rasputin? esta inspirado en este personaje.



UN PERSONAJE PERSUASIVO

Pero cuando empezaron a circular rumores sobre su frenética vida nocturna, su imagen de hombre venerable empezó ser cuestionada. Y es que Rasputín vivía una doble vida increíblemente contradictoria: delante de sus admiradoras, cultivaba una personalidad sobria y sabia, siempre promoviendo la pureza del cuerpo y la mente.

Pero, en privado, no tenía freno con el alcohol y se comportaba como un depredador sexual. Rasputín vivía en conflicto constante entre sus profundas creencias religiosas y una compulsión incontrolable hacia el pecado. En esta encrucijada, le era imposible proyectar una imagen devota y pura todo el tiempo. A medida que crecía su fama de místico, también lo hacía su reputación de depravado.



Cuando Rasputín entró en contacto con el zar Nicolás II y su esposa Alexandra, la aristocracia rusa ya desconfiaba de él. Pero, a pesar de los rumores, los zares le dieron una oportunidad, porque necesitaban ayuda desesperadamente, y ya no sabían a quién acudir. Alexei, el hijo pequeño de Nicolás y Alexandra y heredero del imperio ruso, tenía hemofilia.

Esto significaba que cuando el niño se hacía una herida empezaba a sangrar de tal manera que su vida corría peligro. La enfermedad de Alexei se convirtió en la pesadilla de sus padres, especialmente de Alexandra. La zarina había tardado diez años en dar a luz al hijo varón que Rusia necesitaba; tenía que hacer lo que fuese para curar a Alexei y asegurar el futuro de la dinastía, así que recibió a Rasputín con los brazos abiertos.

Cuando Alexei sufrió uno de sus episodios graves de sangrado, Rasputín fue llamado a palacio inmediatamente. Allí utilizó sus habilidades sanadoras -que puede que incluyesen hipnosis- para tratar al niño, y consiguió detener el sangrado y aliviarle el dolor.



UNA NOCHE DE DICIEMBRE MUERE RASPUTIN

La crónica más detallada de lo que pasó aquella noche de diciembre de 1916 fue escrita por el propio Yusupov, que publicó su versión de la historia de la muerte de Rasputín diez años después, bajo el título El fin de Rasputín. Aunque algunos historiadores tienen dudas sobre la precisión de la narración, es una fuente generalmente aceptada. El relato, que parece casi una historia de terror, contribuyó enormemente a agrandar el mito de Rasputín.

Yusupov había entrado en contacto con Rasputín unas semanas antes para pedirle consejo sobre asuntos de salud. Fue así como se conocieron. Más tarde, Yusupov lo invitó a su palacio de San Petersburgo para presentarle a su esposa, la princesa Irina, que era conocida por su belleza.



Para proteger al propio Rasputín, la visita tenía que ser secreta, así que acordaron verse bien entrada la noche del día 16. Antes de que Rasputín llegase a su cita, uno de los cómplices de Yusupov, el doctor Lazovert, introduciría el cianuro en los pasteles que servirían a Rasputín. Dos cómplices más se encargarían de envenenar también el vino. Todo estaba a punto para recibir al desdichado invitado.

En su casa de la calle Gorokhovaya, Rasputín se preparaba para la velada. Se había arreglado a conciencia para la ocasión: se había lavado y peinado el pelo, y llevaba pantalones bombachos de terciopelo, botas bien lustradas, y una camisa de seda bordada que la zarina había hecho especialmente para él.

Recordando aquella noche, las hijas de Rasputín, que vivían con él, dijeron que su padre estaba de buen humor, aunque parecía algo nervioso, como si presintiese que algo no iba del todo bien. Aun así, Rasputín confió en Yusupov; al fin y al cabo, era sobrino del zar.



Pasada la medianoche, Yusupov recogió a Rasputín en su casa y fueron juntos en su coche al palacio. Lazovert, el médico, iba al volante, haciéndose pasar por el chófer. Rasputín esperaba encontrarse con la encantadora Irina, pero esto no iba a ser posible: Irina se había negado a formar parte del complot y aquella noche no estaba en la ciudad. Yusupov no le había dicho a su invitado que su esposa no estaría en casa, porque sabía que funcionaría como cebo.

Ya en la sala -una estancia lujosa decorada con obras de arte, vitrinas de ébano, una alfombra persa y otra de piel de oso-, los hombres se acomodaron, y Yusupov ofreció los pasteles a Rasputín. Al principio rehusó, pero después se comió uno, y luego otro. Yusupov esperó a ver su reacción, pero no pasó nada. Entonces, el anfitrión convenció a su invitado de que probase el vino, que venía de sus propios viñedos de Crimea. Rasputín bebió, pero, de nuevo, nada; el veneno no estaba haciendo efecto.

Yusupov alargó la velada como pudo, entre charlas y canciones. Dos horas más tarde, Rasputín estaba cansado, aletargado, pero no daba señal alguna de envenenamiento. Yusupov, en cambio, estaba cada vez más nervioso: su idea no había funcionado. Necesitaba un plan B, y lo necesitaba ya.

Yusupov salió de la sala y, agitado, se reunió con dos de sus cómplices en el piso de arriba. Tras una breve discusión, concluyeron que, llegados a este punto, no tenían más remedio que disparar a Rasputín. Yusupov cogió una pistola de su escritorio y volvió al sótano. Una vez allí, se encontró con que Rasputín respiraba con dificultad y le dolían la cabeza y el estómago. El invitado se puso en pie, y, en ese momento, Yusupov levantó la pistola y le disparó en el pecho. Sus cómplices bajaron a toda prisa, y vieron a Rasputín tirado sobre la alfombra de piel de oso. Lazovert lo declaró muerto… pero se equivocaba.

Lejos de sentirse aliviado por haber acabado con Rasputín, Yusupov estaba intranquilo, así que bajó de nuevo al sótano a asegurarse de que la víctima no respiraba. Entonces, al acercarse al cuerpo, los ojos de Rasputín se abrieron de repente. Así describió Yusupov aquel momento:

De pronto, y con una fuerza sobrehumana, Rasputín se abalanzó contra Yusupov lanzando un rugido salvaje. A pesar del veneno y de la bala en el pecho, estaba dispuesto a pelear. Pero, en ese instante, le falló el equilibrio y cayó de espaldas. Yusupov, completamente aterrorizado, salió del sótano en busca de ayuda.

Uno de sus cómplices cogió su pistola y bajó para rematar a Rasputín, pero al llegar a la sala vio que el hombre había conseguido salir al patio, y se alejaba tambaleándose sobre la nieve. El pistolero disparó, pero falló. Volvió a intentarlo, y volvió a fallar. Arrastrándose sobre la nieve, agonizante, Rasputín llegó a la valla del patio y un tercer disparo le alcanzó en la espalda. El tirador se acercó a él, y le disparó por cuarta vez, en la frente. Ahora sí, Rasputín era historia.

Los cómplices de Yusupov envolvieron el cadáver de Rasputín en una tela gruesa y lo ataron con cuerdas. Entonces, lo metieron en un coche, condujeron hasta el Gran Puente Petrovsky, junto al río Nevá, y lo tiraron al agua helada. Cuando volvieron a casa, por fin estaba terminado la que quizá fue la noche más larga de sus vidas.

Los rumores sobre la desaparición de Rasputín se difundieron enseguida, y la policía empezó a investigar. El misterio se resolvió tres días después del asesinato, cuando el cuerpo congelado de Rasputín fue encontrado cerca de la isla de Krestovsky. Al conocerse la noticia, muchos salieron a la calle a celebrarla. En las iglesias se rezaron plegarias de agradecimiento y se encendieron velas. Yusupov y su principal cómplice fueron homenajeados como héroes. En la corte imperial, sin embargo, la reacción fue muy distinta.


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