La historia de “El Artista”, el
argentino que se convirtió en el mejor falsificador de dólares del mundo. Hay
quienes piensan que llegó a imprimir alrededor de cinco millones de dólares.
El
3 de mayo de 2005, a las ocho de la mañana, agentes de la Policía Bonaerense
allanaron una casa de la localidad de San Miguel. En el fondo de la modesta
vivienda funcionaba la imprenta clandestina diseñada por Héctor Fernández. Al
revisar el lugar, los investigadores encontraron 5.000 dólares falsos. Pero
al abrir una máquina impresora, la sorpresa fue mayor: hallaron varias planchas
con billetes impresos, por un total cercano a los 256.000 dólares.
Según los especialistas, Fernández era quien terminaba el trabajo a mano, poniendo la tinta brillante, el sello de agua, la faja de seguridad y hasta un tratamiento químico especial en el papel para que, al tacto, pareciera auténtico. También tenía un sofisticado detector de moneda falsa, para chequear cada billete. Esta “habilidad” hizo que la historia lo recuerde como “el artista” o “el Picasso de los dólares”.
Un
experto del Banco Central dijo que "los dólares falsificados en el país no
son tan buenos como para que no los detecte un cajero de banco, pero los más
logrados pueden pasar por auténticos para un comerciante u otra persona que
desconozca las medidas de seguridad de los billetes".
Aquellos 256.000 dólares parecen cambio chico si se la
compara con los datos que han quedado registrados en los procesos judiciales
que Fernández enfrentó. De hecho, se calcula que en veinte años “fabricó” alrededor de cinco
millones de dólares. Porque “El Artista” sí pudo cumplir el
sueño de tener la maquinita propia. No una, sino varias y cada vez mejores.
El don
"Consideramos
que el detenido es un artista plástico”, había dicho el policía bonaerense. Y
algo de cierto hay porque Fernández era un pintor bastante talentoso. En la
década de los ‘70 , pintaba y vendía en la calle sus cuadros, pero pronto
descubrió que podía pintar algo mucho más rentable: billetes.
Primero desplegó su arte en moneda nacional de la época, que reproducía
en un taller que había instalado en los fondos de su casa. Lo detuvieron, no porque los billetes falsos tuvieran muchos
defectos, sino porque falló al hacerlos circular.
Fue preso
durante la dictadura, lo que le valió ser torturado, pero también una oferta:
el comisario que lo detuvo le ofreció salvarse de la cárcel si trabajaba
falsificando billetes para él.
La historia
sigue con “el artista” en libertad apenas recuperada la democracia. Volvió a
las andadas y fue detenido en 1987 con dólares y australes falsos.
El método
“Nunca usé un arma. Nunca maté. Pero enloquecía si los billetes no me
salían perfectos. Estuve tres noches sin dormir en busca de la perfección.
Aspiraba a hacerlos mejor que los verdaderos. Tenía que lograr engañarme hasta
a mí mismo. Me agarraron siempre. El mejor
falsificador es el que nunca fue descubierto”, explicó en una entrevista que
concedió a medios nacionales.
Fernández
ideo un método para falsificar billetes que requería una pequeña inversión:
conseguía dólares y australes verdaderos de baja denominación, les quitaba toda
la tinta pasándolos por ácido y los “recreaba” pintándolos con el valor más
alto que había en circulación.
El
papel moneda era auténtico, lo que hacía mucho más difícil descubrir la
falsificación. Tan buenos eran esos billetes que,
cuando se lo juzgó por esas monedas falsas, sólo pudieron condenarlo por los
dólares truchos, pero no por los australes porque el Banco Central no pudo
demostrar fehacientemente que era apócrifos.
Estrategia recargada
A principios
de los ‘90 trabajaba a gran escala, como parte de una banda capitaneada por
Daniel Bellini, el dueño del boliche “Pinar de Rocha”, uno de los más famosos
de la época. Se dedicaron a los dólares: Fernández los “fabricaba” y el resto
los hacían circular. Era un plan ambicioso, que incluía sacarlos de la
Argentina y hacerlos circular por todo el mundo, incluso los Estados Unidos.
El
método seguía mejorando. Utilizaba técnicas de
serigrafía, una máquina para transformar pasta de papel en papel moneda y
terminaba sus billetes a mano: ponía la tinta brillante, imprimía el sello de
agua, la faja de seguridad y hasta les daba un tratamiento químico especial al
papel para que, al tacto, pareciera auténtico. Al final pasaba cada billete por
un sofisticado detector de moneda falsa. Solo ponían a circular los que
superaban esa prueba.
Cayeron por
impaciencia, porque se pasaron de rosca al inundar la calle con los billetes
falsos. Fernández terminaría reconociendo que solamente en 1991 fabricó unos
dos millones de dólares.
Al cumplir su condena, trató de buscar otros rumbos. Pero no dejo el mal
camino. De hecho, volvió a caer preso dos veces más, en 2005 y en 2007 y después uno de esos encarcelamientos perdió a su mujer y a
sus hijos. “Una tarde, cansada de verlo acurrucado con una lupa
sobre láminas con billetes, su esposa le advirtió. ‘Esto no puede seguir así.
Elegí: las máquinas o yo.’ El artista no dudó: se quedó con las máquinas. Su
esposa, según contaría él tiempo después, se fue con otro”, cuanta en una nota
Rodolfo Palacios, quizás el periodista que más a fondo conoció al “artista”.
Triste y solitario final
¿Cómo sigue
la historia del mejor falsificador de dólares del mundo? ¿Cómo cierra el ciclo
de quien llego a diseñar la maquinita de hacer dólares (casi perfecta) y que
imprimió millones en el fondo de su casa?
Previsiblemente, termina mal. Héctor Fernández, “El Artista”, quizás el falsificador de dólares más perfeccionista
del planeta, murió solo y en la pobreza en 2013. Ya no “fabricaba”
billetes y sobrevivía vendiendo bombachas y calzoncillos en las calles del Once
y hasta su propia ropa usada en ferias americanas. Siempre se negó a revelar
los secretos de su técnica y se llevó fórmula con él.
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