Fue cantante de canciones criollas y tangos y
heredera directa de los primitivos payadores. El suyo es un caso único en la
historia de la mujer en el tango. Ninguna se expresó como ella, cantaba con la
misma cadencia y el mismo "dejo" con el que hablaba, fue el prototipo
femenino, irrepetible, de lo arrabalero.
Interpretaba naturalmente, como le
salía, y pulsaba la guitarra por tonos, tal como le enseñara Juan de Dios
Filiberto, su vecino en el barrio de la Boca. Hablaba
intercalando palabras lunfardas y vulgares, con un ritmo canyengue, tal como lo
habría escuchado de los hombres de su casa, laburantes del puerto y carreros.
Lo hacía ceceando y su voz no era potente pero generaba un clima intimista como
si cantara para si misma. Este estilo la acompañó hasta su muerte a pesar de
que ya había superado la pobreza y tenía una posición económica muy acomodada.
El periodista Jorge Göttling la llamó "La Piaf del arrabal porteño". Falleció en
Buenos Aires en 1984.
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