Hace milenios, el
hombre era nómada y cazaba para subsistir. Dentro de la precaria situación en
la que vivía, gozaba de pocas posibilidades y oportunidades, sin embargo,
existía igualdad. Pero entonces, ¿en qué momento se originó la desmesurada
inequidad que actualmente existe?
Un
reciente libro del profesor de Stanford, Walter Scheidel, titulado El gran
nivelador: una historia de violencia y desigualdad, hace un interesante
recuento de esta transición y llega a perturbadoras conclusiones. Según el
relato, los gorilas y los chimpancés, de los cuales deriva nuestra especie, son
altamente jerárquicos; es decir, tenemos en nuestro ADN la tendencia a
organizarnos en superiores e inferiores. No obstante, en las primeras épocas de
cazadores, las limitaciones logísticas no permitían el desarrollo de las
desigualdades.
Vivir
como nómada, de sitio en sitio, imposibilitaba acumular riqueza.
Adicionalmente, los bienes que lograban conseguir -por ejemplo, una presa
producto de la cacería- no se podían guardar y por tanto se compartían para que
no se arruinaran. No se generaban fuertes vínculos con los objetos. Por ende,
la desigualdad era muy baja. El primer gran cambio se dio en el año
mantenerse en un
lugar fijo.
El
siguiente paso ocurrió con los granos, los cuales, a diferencia de las verduras
que se pudrían fácilmente, se podían guardar y se cultivaban en un período específico
del año. Otro factor que generó desigualdad fue la posibilidad de heredar
riqueza de una generación a otra. Se estima que el coeficiente Gini para la
riqueza material era de 0,25 para cazadores (igual al de Suecia hoy en día),
0,42 para horticultores y 0,48 para agricultores (nivel aproximado actual de
Perú).
El
grado de desigualdad tenía una correlación directa con el nivel de excedentes
de producción. De esta manera, una encuesta aplicada a 258 tribus nativas
americanas determinó que 86% no tenía excedentes ni desigualdad.
Estos
factores fueron determinantes en la creación del Estado puesto que aseguraban
la riqueza de quienes estaban arriba y garantizaban el control de quienes
estaban abajo. Esto creó nuevos tipos de injusticia. Así, la participación en
la gobernanza abrió el ingreso a la compensación formal, la corrupción a través
de coimas y la protección para no pagar impuestos por parte de quienes
detentaban el poder. En el caso de las fuerzas armadas, estas accedían a todo
lo que se lograba en campañas exitosas.
Además, la
unificación de grandes imperios posibilitó la creación de riqueza mediante
mayores mercados; no obstante, estas poderosas estructuras permitieron direccionar
amplios recursos hacia la élite política y el personal administrativo, lo que
empeoró la desigualdad.
En
el Imperio romano las fortunas más grandes eran 1,5 millones de veces el
ingreso per cápita anual promedio, casi lo mismo que hoy sucede entre la
riqueza de Bill Gates y el americano común. Como afirma Scheidel “el juego
entre los desarrollos económicos y políticos fue lo que creó el ‘1 por ciento’
original”. El interesante recuento sobre el origen de la desigualdad termina en
una nota de alarma: lo único que ha logrado reversar esta tendencia ha sido las
guerras totales, sangrientas revoluciones, las epidemias y el colapso del
Estado, pero eso será tema para otra columna.
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