Se piensa que las
primeras estrellas eran muy diferentes de las actuales. Tenían un tamaño 100
veces mayor que el Sol y estaban hechas de hidrógeno, el elemento más sencillo
del universo. Emitían muchísima luz, pero vivían poco.
En apenas tres millones
de años explotaban y sus restos esparcidos por el cosmos engendraban nuevas
generaciones de estrellas. La carne, los huesos y el resto de órganos de todos
los seres humanos están hechos de elementos fabricados por estrellas que
estallaron en algún tiempo y lugar del universo. Mather y el resto de
científicos del James Webb buscan la luz del primer ancestro
de todas esas estrellas.
Ver el primer astro del
universo es un reto tecnológico espectacular. Su destello ha pasado 13.700
millones de años viajando por el espacio hasta llegar hasta nosotros. Ahora es
una debilísima radiación infrarroja invisible a los ojos humanos. El equipo internacional
de ingenieros y científicos que ha construido el Webb ha
tenido que idear el telescopio más grande, caro y complejo de la historia para
captarla.
“Este telescopio será una
revolución en todos los campos de la astrofísica”, resume Luis Colina,
coinvestigador principal de España en el James Webb junto a su
colega Santiago Arribas. Mientras habla al teléfono se escucha el estruendo de
los cazas despegando, pues el Centro de Astrobiología (CAB) donde se encuentra
la mayoría de científicos de nuestro país involucrados en el proyecto está muy
cerca de la base aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid. “La atmósfera de la
Tierra absorbe la mayor parte de la luz infrarroja que llega del universo.
Además, todos los cuerpos que hay en la superficie emiten radiación de este
tipo, por lo que quedas cegado si observas desde tierra. Al estar en el
espacio, este telescopio se quita de en medio toda esa luz tan intensa y puede
ver cosas muy, muy pequeñas en el universo lejano que ni imaginábamos que
estaban allí”, resalta.
Hace unos días, Pablo
G. Pérez González calculaba en su ordenador cuál será la
galaxia más lejana que podrá ver el James Webb en su primer
año de operación. Nadie lo sabe exactamente, pero el simple hecho de captar su
luz tiene implicaciones casi filosóficas. ¿Existen aún las galaxias que
emitieron la primera luz del universo o desaparecieron hace millones de años y
no lo sabemos porque esa información no ha llegado hasta nosotros aún? “Todo
depende de qué entiendas por existir”, explica el astrónomo del CAB y miembro
del proyecto. “Para nosotros esas galaxias existen en este momento del
espacio-tiempo. Lo que vamos a ver es una foto de cuando nacieron, pero están
en una zona del cosmos tan lejana y desconectada a la nuestra que es posible
que se hayan transformado en una galaxia mucho más evolucionada o en un agujero
negro”, señala.
Para saberlo habría que
esperar miles de millones de años a que la luz más reciente llegue hasta
nosotros. Del mismo modo, añade Pérez, “es posible que en alguna parte del
universo haya alguien viendo nuestra galaxia, la Vía Láctea, tal y como era al
principio, justo cuando nació, en un tiempo en el que no existía la Tierra ni
los humanos”.
Este telescopio no solo
será el primero en ver las galaxias —agrupaciones de millones de estrellas— más
lejanas y antiguas, sino que podrá localizar cientos de ellas. Pérez forma
parte del equipo que usará el telescopio para hacer el primer censo de las
galaxias más lejanas. Según sus cálculos, en el primer año el Webb podrá
ver galaxias nacidas unos 200 millones de años después del Big Bang. El
telescopio tiene una vida útil de 10 años durante la que tal vez alcance la
ansiada primera luz de la que habla Mather, emitida unos 100 millones de años
después.
Nikku Madhusudhan,
astrónomo de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), coordina uno de los
proyectos más interesantes en el estudio de exoplanetas que se harán tras el
inicio de operaciones: echarle un vistazo a K2-18b. “Es el planeta con más
posibilidades de reunir condiciones aptas para la vida más allá de nuestro
sistema solar”, resalta el astrónomo.
Este planeta es unas tres
veces más grande que la Tierra y está a unos 110 años luz. Habría que viajar un
siglo y 10 años a la velocidad de la luz para llegar hasta él, algo impensable
para la tecnología humana. En 2019 se detectó agua en su atmósfera, un compuesto
imprescindible para la vida en la Tierra. Nadie sabe qué hay en la superficie
de este mundo lejano, pero el equipo de Madhusudhan ha hecho cálculos y piensa
que puede estar totalmente cubierto de agua líquida: un mundo oceánico.
El James Webb es
tan sensible que podrá ver la atmósfera de este planeta. Cada compuesto químico
emite un rango de luz infrarroja, así que indicará si hay agua, metano, dióxido
de carbono u otros compuestos con posible origen orgánico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario