Inaugurado en 1999 Tierra Santa es el primer parque temático del mundo
dedicado a la religión. Una delirante genialidad de cartón piedra y fervor
místico que no puede faltar en la agenda de todo turista de paso por la capital
porteña.
Visite Jerusalén en Buenos Aires todo el año» reza uno de
los carteles colocados a la entrada de Tierra Santa, un parque temático ubicado
a orillas del Río de la Plata. Rodeado de la majestuosidad de los camellos de
cartón piedra, la ternura de los pastorcillos de fibra de vidrio, las toscas
casas de adobe trucho y las frondosas palmeras de corchopán, al visitante le
parecerá estar en el río Jordán.
Por apenas 100 pesos –unos 10 euros al cambio oficial y
alrededor de 8 al cambio paralelo– o gratis para algunos elegidos, el
visitante, nada más traspasar la boletería, se sentirá trasladado a la
Palestina del siglo I pero sin abandonar las comodidades del siglo XX, como los
restaurantes de comida rápida, los aseos con agua corriente o las cabinas de
teléfono, que nunca se sabe cuándo puede recibirse la llamada del Señor.
Para ello, los responsables del parque no han dejado
ningún detalle al azar y han desplegado una puesta en escena de inequívoco
aspecto bíblico que abarca desde la señalética hasta la indumentaria de los
empleados. Aquella tiene un toque muy secular y estos últimos lucen ropajes
talares a la moda que hacía furor en el Oriente Medio de la época o las
armaduras propias de los legionarios del ejército romano de ocupación.
Las calles recrean una Jerusalén en miniatura, con sus
casas, su mezquita (a la que, como es preceptivo, hay que entrar descalzos), su
sinagoga, su templo romano y su iglesia porque, aunque la religión cristiana y
más concretamente la católica gana a las otras dos por goleada, el parque está
dedicado a las tres grandes religiones monoteístas: la cristiana, la musulmana
y la judía.
Cada esquina esconde una sorpresa como capillas dedicadas
a Juan Pablo II, a la madre Teresa de Calcuta, a Martín Lutero y a Gandhi. Una
gruta con un Sagrado Corazón a tamaño Godzilla, un refugio de franciscanos con
cerdos, asnos, ovejas de aspecto mutante y otros amigos del Santo y edificios y
escenas relacionados con el Antiguo y Nuevo Testamento.
Entre ellos se cuentan la carpintería de José, la prisión
de Jesús, el juicio de Pilatos, la flagelación, la oración en el huerto, Adán y
Eva, y, sin ánimo de hacerles un spoiler, un espectacular vía crucis que desemboca en un calvario.
Gracias a él los niños pueden comprobar el sufrimiento de Cristo en la cruz con
todo lujo de detalles.
En Tierra Santa no todo va a ser muñecos de cartón piedra
y dioramas a escala 1:1. No, amigos, no. Tierra Santa no es un museo de ninots
falleros, sino un parque con la más avanzada tecnología puesta al servicio del
proselitismo religioso y de la fe. Ejemplo de ello son las diferentes
atracciones en las que autómatas recrean con efectos de luz sonido y locuciones
ad hoc, escenas como el nacimiento y adoración de Jesús, la Creación –es
aconsejable asistir con colegios de primaria que mostrarán su entrañable humor
infantil al ver a Adán y Eva desnudos– y la Última Cena.
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