-Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 82.
Desde
muchos foros se mantiene que las estelas de condensación de los aviones son en
realidad pruebas de la dispersión de productos químicos o biológicos tóxicos,
que se esparcen siguiendo un plan para destruir a la Humanidad. El asunto se ha
convertido en algo más que un bulo de los típicos que circulan por Internet: ya
es una creencia, a veces muy arraigada, que va creando una comunidad de
personas adeptas cada vez más activas.
Uno
de los efectos de la llamada sociedad de la información, de la mano de las
nuevas tecnologías y, en especial, de Internet y sus innumerables blogs y
foros, es la facilidad con que se propagan todo tipo de ideas y creencias,
posiblemente por una especie de fe ciega hacia la máquina que genera
información. Entre los temas que circulan por esa maraña de canales de
información figura el fenómeno de los chemtrails, una palabra de origen
anglosajón que es una contracción de chemical (químico) y trail (rastro), por
lo que esta expresión viene a significar en español “rastro químico”.
Si
usted quiere ver un chemtrail nada más tiene que mirar al cielo y fijarse en
alguna de las innumerables estelas blancas que dejan los aviones tras sí. Todos
los mortales creíamos que estas estelas eran simplemente el rastro de los gases
de la combustión o el agua de condensación de los motores de los modernos
aviones a reacción, de ahí que este fenómeno es conocido en aviación como
contrails, a su vez contracción de las palabras condensation (condensación) y
trails (rastros). Pero, según se mantiene desde muchos foros, blogs y páginas
web, se trata de productos químicos tóxicos que están sembrando los aviones,
según un programa bien planificado para destruir a la Humanidad. El asunto es
algo más que un hoax o bulo de los típicos que circulan por Internet. Es una
creencia, a veces muy arraigada, que va creando, allá donde emerge, en
numerosos puntos de todo el globo, una comunidad de adeptos que ya empieza a
manifestarse y reclamar responsabilidades a los Gobiernos.
En
efecto, lo que al principio eran temores conspiranoicos sobre las estelas de
los aviones, ahora ha ido complicándose cada vez más: se habla de lluvias de
polímeros, plan para modificar el clima, contaminación de la cadena
alimenticia, control de la explosión demográfica, etc. Las personas convencidas
de este plan se duchan inmediatamente después del paso de un avión a gran
altura, llamándolo “ducha preventiva”. En este contexto, los ecologistas, que
mostramos una visión escéptica respecto de estas cuestiones, somos considerados
como parte del “sistema” conspiratorio: luchamos contra las cosas en que
“ellos” quieren que nos fijemos, y no en lo que es el auténtico veneno de la
Humanidad.
Las estelas de los aviones
Es
ampliamente conocido el hecho de que los motores de los aviones a reacción
despiden unos gases (dióxido de carbono, vapor de agua) que quedan fijados, a
modo de estela o rastro de condensación en la atmósfera, durante un tiempo
variable. En este sentido, la supuesta diferencia entre chemtrails y contrails,
basada en que los primeros “duran más”, no se sostiene ante la física de la
formación de estelas, según la cual, la duración y anchura depende de las
condiciones atmosféricas existentes en el lugar en que se produce y no de la
liberación de sustancias químicas adicionales.
Para algunos, una prueba del plan es la multitud de
estelas que a veces se divisan. Lógicamente, en lugares de mucho tráfico aéreo
estas estelas llegan a ser tan abundantes que forman una auténtica malla. La
explicación, desde 1953 por H. Appleman [1] hasta
las más recientes de Heymsfield y otros [2], es
que estas estelas se producen por la condensación del agua producida por la combustión
del queroseno, detrás de los escapes de las turbinas, donde se forman cirros
artificiales (estelas de vapor de agua), vórtices que originan pequeños
cristales de hielo en una atmósfera húmeda y fría, de unos -57 ºC, y a una
presión muy baja, condiciones propias de la altitud a la que vuelan.
Ciertamente,
no se oculta que estas estelas pueden afectar a la formación de nubes, y actuar
como un forzante radiativo, pero como lo hacen las nubes en general: durante el
día reflejan la luz solar por albedo (y por tanto baja la temperatura en la
troposfera, el día es más frío) y durante la noche, la misma barrera actúa al
contrario, impidiendo que el calor terrestre se evacue al exterior, dando
noches más cálidas. Esto se comprobó muy bien cuando se cerró el espacio aéreo
de Nueva York tras el atentado de las torres gemelas el día 11 de septiembre,
pues al no pasar aviones se produjo localmente el efecto contrario: el día
resultó más cálido y la noche más fría, como cuando no hay nubes.
Pero
los defensores de la teoría de la conspiración van más allá e introducen dos
elementos ajenos a estas consideraciones científicas: a) Las estelas de los
aviones no son inocuas sino que contienen productos químicos tóxicos, microbios
patógenos como el ébola, la gripe aviar, el sida, nanopartículas, etc. de
efectos perniciosos para los seres vivos; y b) Esta siembra de productos
obedece a un plan preconcebido para destruir a los seres humanos.
Dejando
para luego el asunto de la conspiración, el sistema de dispersión de tóxicos no
puede ser más burdo. Un piloto especializado en fumigaciones agrícolas decía al
respecto que “si lanzas un producto químico o biológico desde 33.000 pies,
simplemente, no llega a su destino, se pierde antes de impactar con el suelo.
Nosotros lanzamos insecticida a los campos desde 4 o 5 metros de altura porque
a partir de los diez ya se pierde. Utilizamos una cantidad de un cuarto de
litro por hectárea, con una disolución de 0,025 gramos de materia activa por
litro de aceite mineral, así que imagínate la cantidad que necesitarías para
fumigar desde 10.000 metros. Imposible”.
Geoingeniería del mal
Uno
de los argumentos más socorridos es que existe un plan cuidadosamente
organizado por la Geoingeniería para modificar el clima de la Tierra. La
Geoingeniería, cuyo precedente es la provocación de lluvias artificiales
sembrando sales en la atmósfera, es básicamente una ingeniería del clima, a
escala terrestre y, actualmente, su principal meta es estudiar el cambio
climático antropogénico, e idear formas de controlarlo y combatirlo, como
mediante la captura y almacenamiento subterráneo de carbono, el aumento del
albedo, la modificación de las nubes, el enfriamiento de la estratosfera
mediante aerosoles sulfúricos, etc. Actualmente, desde 2010, hay una moratoria de
Naciones Unidas para este tipo de experimentos porque se parte del principio de
que podrían tener efectos imprevisibles.
Pero la fuente más socorrida es un estudio de
investigación de siete oficiales de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos,
titulado Owning The Weather in 2025 [3], que
se publicó en 1996, en el que subrayan cómo los sistemas anti-radar y la
formación de nubes por los aviones cisterna permitirían a las fuerzas
aeroespaciales de EE UU “poseer el clima” (manipular el clima según su
conveniencia) para el año 2025. Es un informe que constata la capacidad de
producir cambios atmosféricos por los sistemas asociados a la aviación, pero
que se extralimitan de forma inconcebible, y así lo aseguran los científicos
que escucharon este informe, al creer que de este modo se puede controlar el
clima.
Así
pues, una cosa es admitir que la tecnología puede cambiar temporalmente un
determinado estado de la atmósfera, y otra cosa muy distinta es concluir que
hay una operación orquestada para cambiar el “clima” (no el tiempo atmosférico
en un momento determinado). Pero hay que leer los estudios posteriores para
advertir que aquello no fue más que una idea (de hecho material desclasificado
por la USAF), calificado como una ficción sobre futuros escenarios, con débiles
argumentos científicos.
Los defensores de la conspiración por la Geoingeniería
suelen usar como la biblia científica un informe de 2010 de P. Vermeeren, de la
Delft University of Technology, de 300 páginas, titulado Case Orange [4]. Esta
monografía, que se puede adquirir libremente en diversas páginas de internet,
viene a ser un compendio de hechos que abundan en el papel que desempeñan los
aviones a reacción en la modificación de las condiciones atmosféricas, la mayor
parte de los cuales son hechos incuestionables, otros admiten cierta disensión,
cuando no son disparates sin paliativos. Pero da igual, lo importante es que
estos hechos, según se afirma (sin más prueba que el documento anteriormente
citado) conducen a un plan preconcebido del Gobierno de Estados Unidos. De nada
sirve que la Administración estadounidense se haya esforzado en explicar que no
hay tal propósito, ni conspiración alguna, en folletos como el de la Agencia de
Protección del Medio Ambiente [5]. Los
conspiranoicos están predispuestos a no creer una sola palabra tranquilizadora.
La lluvia de cabellos de ángel
Uno
de los supuestos productos de los chemtrails es un filamento semejante al hilo
de seda de una araña. Por su parecido han sido denominados “cabellos de ángel”
(angel hairs). Para los amigos de lo oculto y esotérico, estos hilos de seda
que a veces se ven llover sobre la tierra, pero que “desaparecen si se intenta
cogerlos”, tienen un origen de lo más diverso, incluyendo ovnis, el
“ectoplasma” exudado por la propia atmósfera, una forma de maná, etc. Para los
partidarios de los chemtrails, estos “cabellos”, son precisamente uno de los
productos de las fumigaciones a las que estamos siendo sometidos los seres
humanos por los aviones.
Se
asegura que este material puede verse caer como una lluvia fina y
frecuentemente en la tierra, los arbustos, etc., pero pocos están capacitados
para verlo. Es más, para aumentar el mito y evitar con ello cualquier tentativa
de esclarecer la composición de esta materia, advierten sobre el extremo
peligro de tocarlos porque “son extraordinariamente tóxicos”, obviamente, sin
que esta toxicidad se haya demostrado en ninguna parte del mundo. Para redundar
en la condición de “siembra tóxica” se afirma que estos filamentos causan
ciertas enfermedades cutáneas raras, como la enfermedad de Morguellons, sin que
haya un solo estudio epidemiológico que establezca tal relación, atribuyéndose
a los angel hairs cualquier dermatitis.
En
estas condiciones, no es sorprendente que este fenómeno no se haya podido
estudiar científicamente. Incluso las personas que afirman verlo diariamente y
lo han fotografiado han sido incapaces de coger una muestra y llevarla a un
laboratorio para analizarla, lo cual abunda en el carácter “misterioso” de
estos productos. Algunos supuestos análisis (no comprobados) afirman que son
“polímeros”, lo cual no nos saca de dudas. De hecho, la mayoría de los
científicos son partidarios de atribuirlos a polímeros naturales (ej. hilos de
seda de arañas u orugas, a secreciones o fibras de plantas) o artificiales
(polímeros sintéticos de la basura). Otras veces pueden ser filamentos
metálicos que ocasionalmente, en zonas de maniobras de las fuerzas aéreas,
puede verse caer, porque forman parte de los llamados chaffs que eyectan los
cazas para engañar a los radares y misiles. Pero estos filamentos son
totalmente inofensivos, y por su dispersión ni tan siquiera se les puede
relacionar con el aumento de aluminio en el suelo.
Un plan misántropo preconcebido
El
aspecto más llamativo de estas teorías catastróficas es la creencia de que los
chemtrails constituyen una evidencia “irrefutable” de que un sujeto (que nunca
se aclara, pero que se da por sentado que son personas de mucho poder y con
claros intereses misántropos) lleva decenas de años ejecutando un plan para
destruir la Humanidad mediante irrigación o fumigación de productos químicos y
biológicos a los seres humanos desde el aire, con aviones. Se postula que
mediante estas técnicas se pretende producir efectos negativos en la salud
(como cáncer, leucemia, epidemias, etc.) o incluso sobre el medio ambiente (ej.
el cambio climático) de forma intencionada. Se trata de una de las teorías
conspiranoicas más llamativas de las muchas que circulan por el mundo, y ahora
por Internet.
Pero
el asunto más débil es el objetivo de esta conspiración: no existe un consenso
entre los seguidores de chemtrails sobre cuáles son los objetivos perseguidos
por los conspiradores. Así, según la corriente que consultemos, podemos leer
que se tratan de productos químicos para idiotizar y controlar mentalmente a la
población, para que acepten sin rechistar un golpe militar en marcha en EE UU
que implantará el Nuevo Orden Mundial, entre otros muchos disparates. No
obstante, lo más común es que se mezclen sin criterio alguno una y otra
intención, sin importar en absoluto que resulte totalmente delirante la
planificación de una serie de acciones que pretenden controlar a la población,
cambiar el clima del planeta, hacer la guerra química y conseguir aumentar las
alergias infantiles, todo como parte del mismo plan. Pero todavía nadie ha
sabido explicar, y menos demostrar, que tanto esfuerzo (en realidad chapucero)
beneficie a alguien.
Aclaremos
las cosas: el que los ecologistas no apoyemos estas ideas conspiranoicas no es
por desprecio o desconsideración hacia las personas que las sienten como
reales, sino porque nos guiamos por la lógica y la razón, y también por los
sentimientos, pero procurando que estos no nos cieguen, por más que ciertos
clichés que se dan en nuestra sociedad sigan considerando que somos personas
exaltadas, catastrofistas e insensatas. Nuestra posición frente a este tipo de
bulos fantasiosos y pseudocientíficos es una prueba de que no es así y espero
que los argumentos de este artículo demuestren que los ecologistas no eludimos
ningún tipo de asunto que afecte al medio ambiente y la calidad de vida para
los seres vivos, incluidos los humanos.
Lo que sí es una verdadera lástima es que toda esta
energía conspiranoica no se esté canalizando hacia el problema real con el que
se tiene que enfrentar la Humanidad del siglo XXI: el cambio climático. Este sí
que es un asunto para preocupar, y mucho, a todas las personas, y que debería
hacer que nos involucrásemos en todos los ámbitos, cada cual con su
contribución personal, y presionando a las autoridades para que se establezcan
los medios necesarios para frenar esta auténtica y real calamidad ambiental.
Notas
[1] Appleman, H. (1953),
The formation of exhaust condensation trails by jet aircraft. Bull. Amer.
Meteor. Soc., 34: 14-20.
[2] Heymsfield, A.; et al
(2010) Contrail microhysics. American Meteorological Society, Abril 2010:
465-472.
[3] House, T.J. et al.
(1996), Weather as A Force Multiplier. Owning The Weather in 2025. A Research
Paper, United States Air Forces, 44 pp.
[4] Vermeeren, P. (2010),
Case Orange. Contrail Science, its impact on Climate and Weather Manipulation
Programs Conducted by the United States and its Allies. Belfort Group, Hoiwege,
Evergem Belgium, 300 pp.
[5] EPA (2000), Aircraft
Contrails Factsheet. United States Environmental Protection
Agency.
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