Arquitecto, dibujante, pintor… Bernini fue
un verdadero hombre del renacimiento en el Barroco, y
rozó la genialidad en todas las artes que cultivó. Pero si en algo destacó este
artista básico de la historia del arte universal fue en el terreno de la escultura. De
hecho, Bernini no tuvo rival en esa disciplina durante el
siglo XVII, aunque desde luego es sonada la rivalidad con Borromini, el
otro gran artista romano de la época, que se dice que era más arisco y menos
carismático.
En su obra, donde se pone un visible
acento en el dramatismo de la narrativa, se muestra de forma
clara la psicología de los personajes, ya sean mitológicos o religiosos.
Esta caracterización psicológica de los retratados, que Bernini esculpe
repletos de fuerza interior, junto a la delicadeza de los acabados, dan
un naturalismo extraordinario. El frío mármol parece cobrar
vida en manos del artista.
Es evidente la influencia de de los
clásicos y Miguel Angel, pero también del
naturalismo de sus colegas barrocos, incluso pintores como Caravaggio del que admira su materialidad y
sus claroscuros que él adopta para la escultura como si no
hubiera barreras entre las diferentes disciplinas artísticas. Fue uno de esos
artistas que inició la revolución desde la tradición. Sus santas en
éxtasis son lo que hoy en día vemos en modelos erotizadas de
publicidad.
Porque Bernini fue un
revolucionario en muchos campos del ámbito escultórico. Para empezar, fue el
que acercó la obra al espectador, haciéndolo partícipe de la
acción, rompiendo las fronteras tradicionales del arte. Como buen barroco,
gustó del movimiento. Sus ropajes, por ejemplo, ya no caen en
grandes pliegues a la manera clásica, sino que los retuerce y deforma para
incrementar el dinamismo y la agitación. También
resultan sumamente novedosas las complejas relaciones entre la
escultura y el espacio circundante. Bernini concibió
muchas de ellas para ser observadas desde un punto determinado.
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