La hambruna que arrasó
Europa entre 1315 y 1317 fue la primera de una catastrófica serie de carestías.
El hambre ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes,
unas veces en soledad y otras en compañía de otros males fatales como la guerra
o las plagas. Entre los años 1315 y 1317, una hambruna devastadora afectó,
sobre todo, al norte europeo, desde Francia hasta Polonia y Escandinavia, así
como a las islas británicas y algunos territorios del Báltico, que se vieron
sumidos en una crisis de subsistencia a nivel global.
Las causas que propiciaron esta carestía se explican por una conjunción nefasta de circunstancias. La población europea había crecido de manera exponencial desde el siglo X, pero las cosechas no siempre aseguraban un volumen de producción de grano proporcional a las necesidades de la población. Si el tiempo era propicio, los cereales y frutos recolectados permitían alimentar cómodamente a la población y disponer de reservas para todo el año, pero en condiciones adversas, la producción caía en picado y ponía en peligro su supervivencia .
El
nivel de productividad de los campos durante la Edad Media era dependiente de
factores externos como la lluvia, el frío o las plagas parasitarias, que
resultaban incontrolables para los campesinos.
En esos
primeros años del siglo XIV, el tiempo no acompañó a los labriegos. La meteorología adversa se manifestó a partir de
1310, aproximadamente, con inviernos muy
fríos y veranos lluviosos. Resultaba imposible que, bajo estas condiciones,
el grano pudiese madurar. La humedad, además, imposibilitó que los terrenos
pudiesen ararse, pudrió parte de las semillas y lo poco que consiguió
cultivarse apenas consiguió llegar a los mercados. Los cereales constituían la
base de la dieta medieval, mientras que, con la hierba seca, los campesinos
alimentaban al ganado, pero la carencia tanto de grano como de paja ponía en
riesgo todo el sistema de producción campesino. La
escasez de trigo provocó, al mismo tiempo, la
subida de los precios del pan. Los nobles y el clero pudieron beneficiarse
de las reservas de sus silos, pero el grueso de la población se vio abocada al
hambre.
En 1317, las condiciones meteorológicas regresaron a la
normalidad, pero la recuperación fue lenta y se vio interrumpida por una nueva sucesión
de carestías. La situación adversa se prolongó posteriormente debido a otras
hambrunas periódicas que flagelaron reinos como Francia e Inglaterra. La explosión de la Peste Negra a partir de 1347 encontró a
una población empobrecida y debilitada en la que hizo mella con extrema facilidad.
Otros eventos violentos, como la Guerra
de los Cien Años, que enfrentó a Francia e Inglaterra durante más de un
siglo, también ralentizaron la recuperación de las gentes.
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