SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



martes, 14 de enero de 2025

DE LO QUE SOMOS CAPASES: Hambre, prisión, tortura y fusilamiento de más de 1500 trabajadores rurales, por un gobierno democrático en Argentina.

 

AYER COMO HOY LOS APELLIDOS, EL DINERO Y EL PODER DISPONEN DE LA VIDA Y PERTENENCIAS de las FAMILIAS: Entre 1921 y 1922, en aquellas tierras lejanas, bravas, de imponente belleza de la Patagonia, tuvo lugar una de las más importantes gestas del movimiento obrero. Fue seguida por la mayor masacre llevada adelante por el ejército y civiles bajo un gobierno democrático. Acorde a la prensa anarquista, 1500 obreros fueron fusilados en un operativo en el que los grandes latifundistas se erigieron como jueces que decidían la vida o la muerte de los trabajadores mientras miembros del batallón 10mo de caballería, comandados por el general Varela, ejecutaban su voluntad. A cien años, proponemos revisitar estos acontecimientos y rehabilitar un proceso fundamental de la historia argentina tantas veces olvidado.




Ovejas, oligarcas y peones

Nos situamos en la Patagonia: rondan los años 20 y Argentina está inserta en el mercado mundial bajo un modelo agroexportador.

En estas tierras se concentraba la producción lanar –principal resorte de la economía regional– acompañada de frigoríficos y comercios. Un puñado de apellidos rimbombantes y capitales extranjeros –principalmente británicos– se repartieron las estancias, así como los grandes almacenes y los transportes que permitían la colocación de la producción en el mercado externo.



Muchos estancieros eran inmigrantes o descendientes de inmigrantes. Su ruda y masculina figura imponía el progreso y la modernización capitalista en un territorio en que el poder nacional recién había logrado afirmar su dominación de la mano del despojo de las poblaciones nativas. Osvaldo Bayer (2009) señala que allí el desprecio por la vida era moneda corriente y la bondad un símbolo de debilidad. Estas pocas personas extendían su poder más allá del límite de sus estancias, y los funcionarios públicos y la policía actuaban garantizando su dominación. Durante el régimen oligárquico, el sistema político fluía en la relación con los latifundistas.



Estas tierras debían ser pobladas de gente apta para el duro trabajo. Llegaron inmigrantes europeos –mayormente españoles– y chilenos, especialmente chilotes (migrantes del archipiélago Chiloé, que se encuentra sobre el Pacifico a la altura de Chubut). Junto con algunos nativos, constituían la mano de obra y la población local. Se trataba de una sociedad predominantemente masculina y poco consolidada (Bohoslavsky, 2009). Muchos trabajadores ni siquiera tenían un domicilio fijo, sino que vagaban de estancia en estancia recorriendo en su extensión estas ventosas tierras, especialmente crudas en los inviernos. Las condiciones de trabajo que se les imponían eran bravísimas. Sin abundar en detalles, podemos señalar que estaba vigente el sistema de camarotes, por el cual los peones vivían de lunes a sábado en la estancia, hacinados en “cuartos” que no garantizaban mínimas condiciones de salubridad, mal alimentados y, muchas veces, sin cobrar su sueldo en moneda nacional.

 

 

Militares, policías, radicales y anarquistas:

Desde comienzos de siglo, los obreros patagónicos protagonizaron distintos ensayos de lucha y organización. Esta acumulación de experiencias fue vigorizada por la llegada del español Antonio Soto, militante anarquista que se distinguió en estas tierras por su calidad de organizador y agitador. De su mano, la Sociedad Obrera cobra un nuevo impulso y una gran extensión.



Otro personaje novedoso irrumpe en esta tierras y favorece a los obreros: se trata del juez Viñas, radical que desentona con los intereses de los latifundistas. Pero la provincia, así como la policía, está a cargo de Correa Falcón, que sí les responde.

En 1919, se suceden conflictos en los que intervienen distintos sectores obreros adoptando medidas como la huelga o el boicot. Interesa destacar que muchas de las veces no son las demandas económicas las que empujan a la acción, sino la solidaridad entre trabajadores y la demanda de dignidad y respeto que les deben los patrones, valores centrales en la prosa y el imaginario anarquista.

Los conflictos se van radicalizando de a poco, en su extensión, en sus demandas y en su repertorio de protesta. En 1920, la policía emprende una caza de anarquistas por todo el territorio, apresándolos y amenazándolos con la deportación. La Sociedad Obrera declara la huelga general en solidaridad con estos trabajadores. Luego de distintas idas y vueltas en las que el gobernador intenta mantener presos a los obreros mientras el juez Viñas declara que deben ser puestos en libertad, llega la resolución de Yrigoyen de liberarlos a todos. Es un triunfo de la Sociedad Obrera, que había demostrado disciplina y organización en la huelga.

Saboreando el triunfo, preparan un nuevo pase a la ofensiva: se declara la huelga general para conseguir un pliego de condiciones para los obreros rurales y mejoras monetarias para los trabajadores del comercio. No encontramos en este pliego demandas que versen sobre abolir la propiedad privada o establecer gobiernos obreros: encontramos demandas laborales que pueden resumirse en ser reconocidos como humanos y, como tales, merecedores de dignidad y respeto. Piden poder asentarse y criar una familia, poder alimentarse, poder higienizarse.

La ciudad de Río Gallegos se paraliza, la actividad portuaria es suspendida y la huelga se extiende por el campo como un reguero de pólvora que avanza estancia por estancia, sublevando a la peonada, tomando las estancias y a sus propietarios como rehenes. Los intentos de represión local contribuyen a radicalizar el conflicto y, poco a poco, el centro de gravedad de la huelga se instala claramente en el campo. Finalmente, llega la resolución de Yrigoyen. De la mano del cambio de gobernador –desembarca el capitán Iza– y de las tropas del comando 10mo de caballería comandadas por Varela, esta primera etapa del conflicto se resuelve aceptando el pliego de condiciones y liberando a los detenidos. La situación es vista por todos como un triunfo total de los obreros.

Pero los estancieros ya están planeando su contraataque, y sus próximos movimientos son en Buenos Aires. Desde allí, comienzan, de diferentes formas, a presionar a Yrigoyen y a intervenir en la prensa. Mientras se organizan cada vez más (la Liga Patriótica desembarca en el Sur) y logran nacionalizar su versión de que el terror maximalista y extranjerizante se apodera de la Patagonia y amenaza la seguridad nacional, los obreros patagónicos van quedando más aislados. Las discusiones entre Antonio Soto y la Fora sindicalista llevan a que esta adopte una política que Bayer (2009) denomina como divisionista en un momento en el que el apoyo de los trabajadores porteños era central tanto para presionar al gobierno nacional como para imponer otro relato en la prensa.

Los estancieros se niegan a cumplir las condiciones resultantes de la primera huelga. Los obreros saben que el conflicto no está cerrado y todo el año 1921 se desarrolla entre diferentes luchas con la Sociedad Obrera como protagonista.

En Buenos Aires, las presiones habían tenido efecto: Yrigoyen envía una nueva intervención nacional comandada por el Teniente Coronel Varela, el mismo que antes había decepcionado a los estancieros y logrado alguna confianza de los obreros. Pero esta vez las órdenes son otras y con un objetivo claro: limpiar la Patagonia estancia por estancia, campamento por campamento. Así avanza el ejército, en pie de guerra contra los obreros. Los huelguistas están mal armados –y confiaban en poder negociar con el ejército–. Del otro lado, la miseria humana, la crueldad inútil. Se suceden crímenes atroces, masacres, detenciones sin paradero declarado, se atestan las cárceles de huelguistas, los muertos son enterrados por la zona, obligados a cavar sus propias tumbas o quemados con querosene. En esta masacre participan también los estancieros, erigiéndose en jueces de la vida o la muerte de los obreros. El ejército hace de verdugo que ejecuta la voluntad de los propietarios. Los anarquistas denuncian más de 1500 obreros fusilados: es la mayor masacre contra el movimiento obrero bajo un gobierno democrático en la historia argentina.

 

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