Una mujer de 42 años pasa los días en su
tienda de campaña consumiendo una droga tras otra. Angie es una de los miles de
drogadictos que viven en el barrio de Tenderloin, en el corazón de San
Francisco, una de las principales ciudades de California y de EE. UU. ¿Por qué
los poderes públicos no consiguen frenar esta plaga que azota la capital
tecnológica?
Fentanilo: la clave de la guerra y de la paz entre Estados Unidos y
México
El
mortífero opiáceo encarna la lucha contra el crimen organizado, desata
acusaciones bilaterales y marca la agenda día tras día. En unos años, el fentanilo ha pasado de ser solo un
problema de salud pública a convertirse en la palabra que condiciona las
espinosas relaciones entre Estados Unidos y México. Porque decir fentanilo es
decir narcotráfico, violencia y muertes.
En
nombre del opiáceo se capturó en julio al Mayo Zambada, líder del cartel de
Sinaloa, tras un opaco secuestro que acabó con el criminal detenido en territorio estadounidense. Ya
entonces se hablaba de una operación electoral: los republicanos clamaban
contra los carteles mexicanos, es decir, contra el fentanilo que mata cada año
alrededor de 100.000 personas en Estados Unidos, y los demócratas no podían
estar ajenos a esa misma lógica. Meses después y con Donald Trump ya casi
sentado en el despacho Oval, el fentanilo sigue emponzoñando el debate entre
ambas naciones.
Esta
semana, la presidenta Claudia Sheinbaum presentaba una campaña preventiva
dirigida a los jóvenes para evitar el consumo y aprovechaba para recalcar que
en México no es un problema de salud ni tampoco se produce fentanilo. Al otro
lado de la frontera sostienen lo contrario y piden explicaciones. A la espera
de que el equipo de Trump se haga con los mandos, el
embajador estadounidense Ken Salazar se despidió el lunes de México con talante
diplomático, pero sin paños calientes sobre esta droga: “Hay fentanilo en
México y se produce en México, pero ese debate no nos llevará donde tenemos que
ir”, afirmaba. Sin embargo, para una personalidad como la del presidente
electo, el debate es tan provechoso como el combate. Y al mismo ritmo que deja caer sus amenazas sobre declarar organizaciones
terroristas a los carteles, México redobla sus gestos: en las
últimas semanas han sido detenidas casi 7.000 personas relacionadas con el
narcotráfico, las redadas antidrogas han multiplicado los decomisos y
recientemente se han retenido medio millón de pastillas de fentanilo solo en
Sinaloa. En el terreno legal, se ha incorporado la prisión preventiva oficiosa
para los crímenes relacionados con el fentanilo.
Los
gestos por parte del Gobierno de Sheinbaum tratan de aminorar el choque que
todo el mundo espera a partir del 20 de enero, cuando Trump tome posesión como
presidente. Llegado ese día, México tendrá algunas cifras y proyectos de
seguridad que mostrar al vecino del norte. Mientras, el secretario de
Seguridad, Omar García Harfuch, está instalado temporalmente en Sinaloa,
tratando de apagar un fuego entre carteles que ha dejado ya más de 600
cadáveres en el Estado norteño tras el puñetazo en la mesa de Estados Unidos
que supuso la captura del Mayo. En la peculiar guerra contra las drogas suele
decirse que México es quien pone los muertos, por la violencia que se genera,
un promedio de 100 homicidios al día. Pero el fentanilo también ha contrariado
esa realidad, con varios cientos de víctimas mortales al día entre los
consumidores. La crisis ocasionada en Estados Unidos por el adictivo fentanilo
es más ruidosa que toda la cocaína junta de décadas atrás, un problema de orden
social insoslayable para la clase política. La emergencia sanitaria se ha
traducido pronto en un asunto de relaciones exteriores que en manos del
imprevisible líder republicano siembra de incertidumbre al Gobierno mexicano.
“El
fentanilo es la droga más mortal que nuestro país ha enfrentado y el
Departamento de Justicia no descansará hasta que todos los capos, miembros y
asociados de los cárteles paguen por envenenar nuestras comunidades”, señaló el
fiscal general de Estados Unidos Merrick Garland tras la detención en julio de
Ismael Zambada. Después de aquello se recrudecieron las acusaciones sobre quién
lo fabricaba y quién lo consumía. Es decir, si la culpa la tenía la cabeza o la
cola de la pescadilla. Tanto en tiempos de López Obrador como ahora con
Sheinbaum, el mensaje de los morenistas es que México solo es un país de paso
para el opiáceo y los precursores químicos que llegan desde China. López
Obrador escribió una carta en abril de 2023 al presidente chino Xi Jinping, en la que
pedía su colaboración para atajar el problema de salud que asolaba a Estados
Unidos. El mexicano se ponía de perfil, como un altruista voluntario, pero
nunca responsable. “Por nuestra frontera solo ingresa el 30% de lo que se
consume en Estados Unidos”, decía la carta. En esta pelea, el Gobierno mexicano
ha sostenido siempre que la crisis de adicción no afecta en su territorio por
una cuestión de “valores”. Valores familiares y culturales. Así lo han
defendido Obrador y Sheinbaum. Pero no han explicado por qué esos mismos
“valores” no alcanzan para reducir las 30.000 muertes violentas que se cuentan
en México al año, muchas de ellas por narcomenudeo.
Cada época tiene sus drogas y sus problemas de
salud pública y sociales asociados. El fentanilo se alza ahora como el más potente adictivo, principal causa
de muerte entre los estadounidenses de 18 a 45 años, debido, en buena medida, a
un uso farmacéutico descontrolado o inducido que se ha determinado con detalle.
Hasta los delfines del golfo de México tienen partículas de fentanilo en su
organismo y eso no se arregla cambiando de nombre al golfo.
Cómo y hasta dónde se extenderán el consumo y las muertes es algo que todavía
se desconoce, pero las consecuencias políticas están en su clímax y arrastran a
dos países que comparten una enorme frontera. En México el asunto es de doble
filo: en el ámbito doméstico ya comienzan en los centros educativos las
campañas preventivas contra el consumo; en el terreno exterior se redobla la
política de gestos, una campaña también preventiva ante la llegada de Trump.
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