El principio de todo es aceptar la realidad , tal como es. La vida fluye permanentemente y en
su discurrir nos deja un sinnúmero de experiencias que constituyen nuestro
conocimiento. Este conocimiento se refiere a nosotros mismos, a otros y a todo
cuanto nos rodea. Las experiencias pueden ser estimulantes, divertidas y
trascendentales y esto otorga un plus de sabiduría a nuestra existencia.
También hay experiencias dolorosas,
porque desde el principio la vida también está hecha de carencias, frustraciones e imposibles.
Cuando esto no se logra asumir, despierta en nosotros temores, desconfianza y
pesimismo. De hecho, terminamos culpándonos. Así, si llegamos a eso, es
indispensable encontrar la manera de reconciliarnos con nosotros mismos.
Uno de los recursos terapéuticos más extendidos y que mejores resultados
ofrecen consiste en observarnos con mayor indulgencia. No es fácil, pero sí importante aprender a aceptar nuestras
limitaciones y nuestros rasgos individuales.
No tenemos que ser tan duros con nosotros mismos, como tampoco empezar una
lucha sin cuartel contra nuestra personalidad pensado que esta es toda ella
horrible.
El principio de todo: mirarnos al espejo
Es probable que cuando nos ubiquemos
frente al espejo no nos guste lo que vemos o la menos una parte. Puede que
tengamos tendencia a criticarnos severamente y de forma negativa.
Muchas
veces ni siquiera nos miramos, sino que nos comparamos con un ideal mental. Por eso es importante aprender a observarnos
con cuidado y, por qué no, cariño. En principio, una buena idea es conocer y
reconocer esa imagen física. Es única en el mundo y no se puede comparar.
Otra buena idea tiene que ver con mirarnos en el espejo de nuestro
mundo interior. Allí hay virtudes y
limitaciones como las hay en todo ser humano. Así, lograremos aceptarlas cuando
entendamos que a todos, absolutamente a todos, nos impregna la imperfección.
Si no podemos aceptarnos a nosotros mismos, no vamos a poder
aceptar a los demás. Un rasgo distintivo de quien se acepta y se aprecia es que
también puede valorar a los otros. Por el contrario, quien mantiene una batalla
interna sin tregua también traslada ese conflicto a los demás.
No hace falta viajar al Himalaya y
entrar en un estado de concentración y silencio absolutos para ver dentro de
nosotros mismos. En principio, para reencontrarnos solo se requieren dos cosas: querer hacerlo y
estar perdidos. Para aceptarnos y querernos, primero es
necesario que nos conozcamos, y luego que nos reconozcamos desde la bondad y la
comprensión.
Aprender a perdonarnos
A veces no logramos aceptarnos porque nos encargamos de llenarnos de
culpa. No asumimos un defecto o una limitación como una realidad de todo
ser humano. A cambio de ello nos fustigamos y aprendemos a convertir
los errores en un lastre que cargamos para siempre. No logramos perdonarnos las
equivocaciones y nos comportamos como si fuéramos enemigos de nosotros mismos.
En el interior de todo ser humano se albergan las dudas respecto a sí
mismo. Por esta razón, en principio es muy importante aprender a identificar la
manera en la que te relacionas con tus propios pensamientos. Es importante detectar esas líneas de pensamiento autodestructivas.
Piensa que superar la percepción negativa que pudieras tener sobre ti mismo te
libera de esa prisión.
No
importa qué grado de perfección busquemos alcanzar. La naturaleza humana,
aunque maravillosa, es imperfecta. Y tal
vez este sea su mayor atractivo, porque nos conducirá a intentar ser mejores en
el día a día.
De igual modo, reconocer nuestras
limitaciones es un paso importante hacia la madurez y la sabiduría. Y lo mejor:
constituye una experiencia directa que cada uno vive de una forma diferente.
Honestidad con nuestros sentimientos
Cuando
actuamos en contra de lo que sentimos, nuestro cuerpo se expresa. De hecho, podemos convertirnos en una especie de enfermedad para
nosotros mismos.
Entonces, no solo nos atacamos, sino
que también nos desconectamos de ese equilibrio que existe en el universo.
Piensa que muchas de enfermedades que padecemos tienen un origen emocional y
casi todas están relacionadas con la auto-aceptación y el amor propio.
Por contradictorio que parezca, a veces no logramos aceptarnos porque tenemos una gigantesca
vanidad. Algunos le llaman también “narcicismo”. No nos interesa ser
nosotros mismos, sino ser superiores a otros. Por eso, no logramos aceptar
nuestros errores o fracasos. Nos señalamos con el dedo y nos maltratamos
emocionalmente.
Piensa que los errores no conducen al fracaso,
sino a la experiencia. Lo que sí constituye un error es quedarte en el lamento por
haberte equivocado. Siempre hay formas de resarcir los desaciertos. Todo esto
forma parte de una conciencia evolutiva que debe abrirse a nuevas formas de
valorar y resolver las limitaciones. El principio de todo es reconciliarte
contigo mismo y darte la oportunidad de disfrutar de la persona que eres.
**Es conveniente ante dudas de salud en
este tema recurrir a los especialistas-
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