Un poco de historia: En 1910, Thomas Jennings
escapó de una escena del crimen dejando una pista que marcaría su destino: una
impresión perfecta de sus huellas dactilares en la pintura seca de una baranda
ubicada en la parte exterior de la casa donde había cometido el asesinato.
Las huellas dactilares de
Jennings fueron las primeras en ser usadas en Estados Unidos como evidencia en una
investigación criminal, y condujeron a su condena por homicidio en 1911.
Desde ese momento hasta ahora, las huellas
dactilares continúan siendo una evidencia crucial en las investigaciones
forenses. Estos marcadores de identidad únicos son tan ideales para la lucha
contra la delincuencia, que es casi como si por eso que existen.
Y
aunque el tema de este artículo no es precisamente el crimen, sí nos lleva a
plantearnos esta pregunta: ¿Por qué tenemos huellas dactilares y para qué
propósito biológico sirven?
Las
huellas dactilares y la fricción
Resulta
que históricamente los científicos han estado en desacuerdo con la respuesta.
Según afirma Roland Ennos, investigador de biomecánica y profesor visitante de
biología en la Universidad de Hull en el Reino Unido:
Ennos ha dedicado parte de su
carrera a investigar la primera idea: que las huellas dactilares nos dan
agarre. Durante mucho tiempo, esta ha sido la teoría guía, que las minúsculas
ondulaciones de las huellas dactilares crean fricción entre nuestras manos y
las superficies que tocamos. Una parte de la evidencia que respalda esta
teoría es que las yemas de los dedos podrían funcionar como los neumáticos de
goma en los coches, cuya naturaleza flexible les permite adaptarse a la
superficie por la que se desplazan.
En los neumáticos, esta flexibilidad se
combina con bandas de rodadura que decoran su superficie, y esto amplía la
superficie del neumático, aumentando también la fricción y la tracción. Ennos
quiso investigar qué tan bien se sostendría esta idea en un experimento de
laboratorio.
Para averiguarlo, los científicos deslizaron
una lámina de vidrio acrílico seco (Perspex®) a través de las yemas de los
dedos de una persona, variando la fuerza en distintos intentos y usando tinta
de huellas dactilares para determinar cuánto del área de la carne estaba
tocando el vidrio.
Sorprendentemente, estos
experimentos revelaron que el área real de contacto se redujo
por las huellas dactilares, porque no se produjo contacto entre los canales de
las almohadillas y el vidrio acrílico. En otras palabras, en comparación con la
piel lisa que cubre el resto del cuerpo, “las huellas dactilares deben reducir
la fricción, al menos en superficies lisas”.
Según
el investigador, esto no desecha por completo la idea de que las huellas
dactilares ayudan al agarre. Se cree que podrían ayudarnos a agarrar
superficies en condiciones húmedas. Por ejemplo, los canales de nuestras
huellas dactilares absorben el agua al igual que lo hacen los canales de los neumáticos de los coches,
evitando que se deslicen sobre una superficie. Sin embargo, esta idea es más
difícil de probar porque resulta complejo imitar perfectamente el
comportamiento de las huellas dactilares humanas en estas condiciones. Pero existe la otra teoría, que podría tener mayor
sustento: el papel de las huellas dactilares para ayudar al tacto.
¿cuál
es el beneficio de tener esas yemas de los dedos hipersensibles?
Durante
milenios, nuestras manos han sido herramientas cruciales para encontrar y comer
alimentos, y nos han ayudado a navegar por el mundo. Esas tareas están mediadas
por el tacto. La sensibilidad a las texturas, en particular, podría ser
evolutivamente beneficiosa porque nos ha ayudado a detectar el tipo correcto de
alimentos.
Para darle peso a la idea, Debregéas señaló que
la combinación de huellas dactilares y corpúsculos de Pacini también existe en
otros animales como los chimpancés y los koalas, que en parte dependen de la
sensibilidad táctil como ayuda para encontrar
su comida. Sin embargo, el experto enfatizó que su experimento no es
prueba de que las huellas dactilares evolucionaron para este propósito. Pero es
una tesis convincente y elegante, no es para menos.
Por ejemplo, si algo se
resbala mientras lo sostienes, necesitas ser capaz de detectar el cambio en su
superficie con las sensibles yemas de los dedos, con el fin de mantenerlo
agarrado. Así entonces, Debrégeas cree que es posible que nuestro fino sentido
del tacto y agarre preciso en realidad coevolucionaron.
Parece que ofrecer pruebas forenses irrefutables a los
detectives y la policía, por ahora, nuestras huellas dactilares siguen siendo
algo así como un enigma.
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