Ese día, por la mañana, los miembros del Cabildo se
reunieron a puertas cerradas y se aprobó lo que el avispado síndico Julián
Leyva venía tramando para que el bando del virrey conservara el poder.
La junta de gobierno,
conforme a lo planeado, quedó entonces integrada por Baltasar Hidalgo de
Cisneros, Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, el sacerdote Juan Nepomuceno
Solá y José de los Santos Inchaurregui, un comerciante español.
Se dispuso, además, “Que
los Sres. que forman la presente corporación comparezcan sin pérdida de momento
en esta Sala Capitular a prestar juramento de usar bien y fielmente su cargo,
conservar la integridad de esta parte de los dominios de América a Nuestro
Amado Soberano el Señor D. Fernando Séptimo, y sus legítimos sucesores y
observar puntualmente las leyes del Reino”.
A las tres de la tarde, los nombrados cumplieron el
rito y Cisneros pronunció un breve discurso. Una vez concluida la ceremonia, el
quinteto cruzó la plaza en medio de repiques y salvas, rumbo al fuerte, la sede
del gobierno. Desde los balcones, Leyva y los suyos contemplaban la escena:
pese a todo, el virrey seguía a la cabeza. Mientras, en los barrios y en la
sede de los regimientos crecía el descontento.
Esa noche se armó un gran
revuelo en lo de Rodríguez Peña: en medio de voces subidas de tono, Saavedra y
Castelli, los dos representantes del grupo en el flamante gobierno, fueron
interpelados por los demás, que no entendían por qué habían aceptado integrar
una junta presidida por Cisneros. Era, a todas luces, hacerles el juego a los
intrigantes del Cabildo que pretendían seguir ejerciendo el poder.
Manuel Belgrano, un hombre
normalmente tranquilo, montó en cólera. Empuñando su sable, exclamó: “¡Juro a
la patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día de mañana el
virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por las ventanas de la fortaleza!”.
Tras un intenso debate que duró varias horas, se
adoptaron dos decisiones: los dos vocales renunciarían de inmediato y se
plantearía la creación de una nueva Junta, que en lugar de cinco, tendría nueve
miembros: un presidente y ocho vocales; dos de ellos con rango de secretarios.
Esa misma noche la junta
quedó disuelta y se convocó a los cabildantes para el día siguiente a primera
hora. Nadie durmió esa noche, en especial French y Beruti, que recorrieron los
suburbios convocando a la plaza para presionar a los miembros del Cabildo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario