Desde su finalización en
torno a 1773 la fastuosa sala repleta de conocimientos impresiona a los
visitantes. Por encima de todo, resultan apreciables las huellas de la
Ilustración en el diseño arquitectónico de la sala. Por un lado, en las obras
de arte y en el conjunto de libros, pero también por otro, en el suelo. Este
último llama la atención por su mármol blanco, rojo y gris, y porque permite a
cada mirada personal reconocer algo distinto en su diseño. ¿Qué puedes
reconocer? ¿Bandas, líneas en zigzag o, tal vez, cubos? En tu próxima visita,
deja que la arquitectura de la sala de la biblioteca te lleve a un viaje de
descubrimiento.
Además del suelo, también
hay algo más que descubrir: unos valiosos frescos que se hallan sobre nuestras
cabezas. Bartolomeo Altomonte realizó, cumplidos ya los ochenta años, estos
siete frescos que componen una serie narrativa. En el centro del conjunto de la
obra figura una representación de la Revelación, como principio básico del
cristianismo, que está simbolizada en la cúpula central. Por otra parte, las ciencias
y las artes son representadas en las seis cúpulas adyacentes, mostrando así la
estrecha relación entre la religión y el arte, así como la ciencia.
Los libros de Admont y sus
secretos.
No debemos abandonar la biblioteca sin reparar antes en un secreto del monasterio. Casi imposibles de distinguir de otras estanterías, pero realmente distintas, se sitúan las llamadas «puertas secretas» de la biblioteca de la abadía. Mediante la disimulación de las puertas a la vista, utilizando engañosas imitaciones de auténticos lomos de libros, mantiene la sala su aspecto homogéneo. Sin embargo, lo que constituye una realidad son los más de 70 000 libros que encuentran su sitio en la biblioteca.
En el conjunto del monasterio se hallan más de 200 000
volúmenes, entre ellos 1400 manuscritos, los cuales constituyen el más preciado
tesoro de la abadía. Probablemente, los primeros libros fueron llevados por los
monjes desde su casa madre en Salzburgo. A ellos habría que sumar los numerosos
volúmenes donados, ya en los primeros años del monasterio, por el arzobispo
Gebhard.
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