Ilumina
nuestros ojos t acaricia el alma: No parece fácil conseguir que el mármol parezca seda. Y
menos a golpe de cincel. Pero Antonio
Corradini era una de esas personas capaces de hacerlo, un
ejemplo de lo que no podemos más que denominar “artista”.
Corradini fue un magnífico escultor rococó veneciano, de
los más reconocidos y admirados de su tiempo (y en la actualidad).
“La Verdad Velada” es una de las alegorías del
escultor, que hoy podría valorar sin problemas un concurso de camisetas mojadas.
Esa tela que cubre el cuerpo de
la estatua fue esculpida con una habilidad extraordinaria. No sólo se trata de
un trabajo técnicamente perfecto, sino que el rostro y el cuerpo, protegidos
por un débil velo, transmiten una expresividad y misterio fascinantes,
aparte de esa explícita sensualidad. Algo
desde luego inusual para una estatua
funeraria.
Quizás
el hecho de que el que puso el dinero fuese Raimondo di Sangro, alquimista,
masón e intelectual de la época tenga que ver con tanto secretismo: la
mujer velada, escondida bajo ese tejido, sugiere esa “verdad” que
algún día será revelada.
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