ENTOMOFAGIA:
A pesar del rechazo que causan en muchas personas, estos animales son
consumidos en diversas zonas del mundo y algunas investigaciones han destacado
su importante valor como fuente de proteína alternativa. México,
Camerún, China, Japón, India, Uruguay, Egipto, Sudáfrica, Tailandia,
Chile, Marruecos, Somalia o Australia son algunos de los países en los que se
comen insectos. Platos como la cucaracha
frita, el saltamontes con miel, la araña negra, los gusanos de bambú, las
larvas cocidas, los escarabajos, las hormigas rojas o los grillos
encebollados son consumidos por sus habitantes con relativa frecuencia.
No en vano y según datos de la FAO (la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la entomofagia o
ingesta de insectos complementa la dieta de aproximadamente
2.000 millones de personas en el mundo y se trata de un hábito que siempre ha
estado presente en la conducta alimentaria de los seres humanos.
Aun así, esta realidad sigue chocando mucho en lugares como
España, donde existe un gran rechazo a estos animales en buena parte de la
población. Un repudio que, tal y como señalan numerosos expertos, obedece a
aspectos culturales y emocionales, más que al propio sabor de los
‘bichos’, pues experimentos realizados hasta la fecha como catas ciegas han
demostrado que lo que produce impacto a muchos de los participantes es el
conocimiento de que se van a comer un insecto, no tanto el consumo en sí.
Asimismo,
existen otros factores que pueden explicar por qué la alimentación basada en
insectos puede estar más cerca de lo que parece en nuestro país. La propia FAO
ha señalado que prevé que
la población mundial aumente en 2050 hasta los 9.700 millones de personas,
un 30% sobre las cifras de población actual. Por ello, la organización ha invitado en
más de una ocasión a la comunidad científica internacional a explorar el
potencial que ofrecen los insectos como fuente de proteína
alternativa y sostenible para la alimentación. Un guante que ha sido recogido
en diversos proyectos, algunos de ellos realizados en Aragón y en los que
participan empresas, entidades y organismos públicos.
Sin embargo, y a pesar de los avances obtenidos, queda mucho
camino por recorrer para que estos puedan comercializarse ampliamente tanto
para la alimentación animal como para la humana, pues la legislación aún no lo
contempla de forma clara y no existen suficientes instalaciones para ello. No
obstante, los profesionales que trabajan
en el ámbito cada vez detectan un mayor interés por ellos, una circunstancia que achacan
en gran medida a que no necesitan una superficie como la de cualquier otra
granja, ni tanta agua, ni emiten la misma cantidad de metano o CO2.
En cuanto a
que los insectos formen parte de nuestra alimentación Gavín considera que a corto
plazo será difícil porque "hay una barrera cultural importante". Sin
embargo, señala que una cata ciega de alimentos preparados
con insectos que realizaron en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de
Zaragoza en 2018 mostró que a muchos de los participantes les agradó el
producto tras ingerirlo cuando no sabían que incluía insectos. En cambio, hubo
una mayor reacción de rechazo cuando sí que conocían este dato. Un
comportamiento que reveló que pesa más ese rechazo cultural que el consumo en
sí del producto.
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