El Papa
Francisco dirigió su mensaje pascual a los fieles de la ciudad de Roma y del
mundo e impartió la Bendición Urbi et Orbi este Domingo
de Resurrección, 31 de marzo, desde el balcón central de la fachada de la
Basílica de San Pedro.
A continuación, el Mensaje Urbi et Orbi del Papa
Francisco:
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!
La Iglesia
revive el asombro de las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del primer
día de la semana. La tumba de Jesús había sido cerrada con una gran
piedra; y así también hoy hay rocas pesadas, demasiado pesadas, que
cierran las esperanzas de la humanidad: la roca de la guerra, la roca de
las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la
roca del tráfico de personas, y otras más. También nosotros, como las
mujeres discípulas de Jesús, nos preguntamos unos a otros: “¿Quién nos
correrá estas piedras?” (cf. Mc 16,3).
Y he aquí el gran descubrimiento de la mañana de Pascua: la
piedra, aquella piedra tan grande, ya había sido corrida. El asombro de
las mujeres es nuestro asombro. La tumba de Jesús está abierta y vacía. A
partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino
nuevo, aquel que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino
de la vida en medio de la muerte, el camino de la paz en medio de la
guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino de la
fraternidad en medio de la enemistad.
Hermanos y hermanas, Jesucristo ha
resucitado, y sólo Él es capaz de quitar las piedras que cierran el
camino hacia la vida. Más aún, Él mismo, el Viviente, es el Camino; el Camino
de la vida, de la paz, de la reconciliación, de la fraternidad. Él nos
abre un pasaje que humanamente es imposible, porque sólo Él quita el
pecado del mundo y perdona nuestros pecados. Y sin el perdón de Dios esa
piedra no puede ser removida. Sin el perdón de los pecados no es posible salir
de las cerrazones, de los prejuicios, de las sospechas recíprocas o de
las presunciones que siempre absuelven a uno mismo y acusan a los demás.
Sólo Cristo resucitado, dándonos el perdón de los pecados, nos abre el
camino a un mundo renovado.
Sólo Él nos abre las puertas de la vida, esas puertas que
cerramos continuamente con las guerras que proliferan en el mundo. Hoy
dirigimos nuestra mirada ante todo a la Ciudad Santa de Jerusalén,
testigo del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y a todas
las comunidades cristianas de Tierra Santa.
En el día en que Cristo nos ha
liberado de la esclavitud de la muerte, exhorto a cuantos tienen
responsabilidades políticas para que no escatimen esfuerzos en combatir el
flagelo de la trata de seres humanos, trabajando incansablemente para
desmantelar sus redes de explotación y conducir a la libertad a quienes
son sus víctimas. Que el Señor consuele a sus familias, sobre todo a las que
esperan ansiosamente noticias de sus seres queridos, asegurándoles
conforto y esperanza.
Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y
convierta nuestros corazones, haciéndonos conscientes del valor de toda
vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada. ¡Feliz Pascua a
todos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario