La pregunta estaba clara para los
cristianos de 1600: ¿Podía disfrutarse de aquel oscuro brebaje asociado al
mundo musulmán sin la condenación del alma?
¿Nos acercaba cada
sorbito a las puertas del infierno? ¿Era el café una trampa espiritual, una
bebida de inspiración demoníaca creada para condenación de las almas cristianas?
La cosa era tan seria que hasta el Papa tuvo que
pronunciarse.
Esa oscura bebida árabe. La del café es una historia a la altura de las mejores
sagas, repleta de mitos y leyendas, pero suele apuntarse que su origen tiene
una fecha y lugar concretos: Kaffa, Etiopía, en el siglo IX. Allí vivía hacia
el 850 d.C. Kaldi, un pastor que un buen día se percató de que sus cabras
parecían más animadas después de comer las bayas de un arbusto. Del resto de la
historia os hablábamos en otro post hace
varias semanas: Kaldi se decidió a probar aquellas bayas y compartió su
hallazgo con un imán que pensó que el líquido resultante era un remedio genial
para que sus fieles no se quedasen dormidos durante los rezos.
Con el paso del tiempo las plantas que tanto gustaban a
las cabras de Kaldi se expandieron hacia el sur de Arabia y ya durante el XVI y
XVII sus granos llegaron a Europa, si bien la historia tiene más matices y es
algo más compleja. Se cuenta que los musulmanes asentados aquí, en la Península
Ibérica, consumían mucho antes un brebaje llamado brunchum, una
variedad de choava, bebida que se
elaboraba con "ciertas
simientes negras". Fuera así o no, el caso es que en el XVI la
Europa cristiana veía cómo se abría paso aquel nuevo, oscuro y sobre todo
estimulante líquido procedente de las lejanas tierras de los seguidores de Mahoma.
Agrio, excitante… ¿Y de fiar? Que el café procediese precisamente de allí, del
otro lado del Mediterráneo, de tierras "infieles", no era una
cuestión menor en el siglo XVI. La pregunta era obvia, al menos para muchos
europeos que empezaban a tener acceso al café o verlo en las mesas de quienes
podían pagarlo: ¿Era de fiar aquella bebida tan popular entre los musulmanes,
con quienes los católicos habían guerreado durante siglos y protagonizado
encarnizadas batallas en Tierra
Santa?
La web de información religiosa Aleteia
desliza que hubo quien se refería al café como "la bebida
de Satanás". Otros lo apodaban "vino árabe". Apodos al margen, lo
cierto es que su consumo despertó recelo entre los cristianos más devotos.
Tantos y tan sonoros que la mismísima Iglesia de Roma decidió tomar cartas en
el asunto.
"Con el tiempo, el café llegó a la Europa cristiana y
pronto comenzó a surgir un acalorado debate. Hubo quienes en la Iglesia
sintieron que, debido a los orígenes y la historia de la bebida, los cristianos
nunca deberían beber café", señala el prelado Ronald
William Gainer en un
artículo que dedicó en agosto de 2020 al café y que aún aparece
recogido en la web oficial de la Diócesis de Harrisburg. Así las cosas, el
agrio debate sobre las implicaciones espirituales de darse a la bebida del aún
más agrio brebaje acabó llegando a las altas esferas de la Iglesia, incluido el
Papa.
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