La
inflación en 2018 fue la más alta en 27 años. Y desde 1945 todos los intentos
por frenarla fracasaron o resultaron pausas transitorias que provocaron
desequilibrios más profundos.
Pobreza,
desempleo, protestas, caos, incluso muertes, tuvieron su causa en procesos
inflacionarios imparables y en la aplicación de programas sin éxitos para
contenerlos. Inevitable preguntarse: ¿no será que en la búsqueda de soluciones
estamos equivocando los caminos? Este libro se sumerge en lo más profundo de la
economía argentina para seguir el recorrido de los precios y explicar dónde,
cómo, por qué suben, y quienes son responsables.
El Estado, los gobiernos de paso, las grandes empresas, las más chicas, el sistema financiero, los especuladores... la inflación no es un fenómeno abstracto. Si hay alguien digitando los aumentos de precios, esa es la mano de miles de actores que cada día, de una u otra manera, y por diferentes motivos, deciden contribuir a espiralizar o empujar la inflación.
El Estado, los gobiernos de paso, las grandes empresas, las más chicas, el sistema financiero, los especuladores... la inflación no es un fenómeno abstracto. Si hay alguien digitando los aumentos de precios, esa es la mano de miles de actores que cada día, de una u otra manera, y por diferentes motivos, deciden contribuir a espiralizar o empujar la inflación.
Estamos frente a uno de los dilemas más complejos de la economía ¿Pero hasta dónde estamos dispuestos a cooperar para sacar el país adelante y terminar con la inflación? Incorporando los aportes de las neurociencias y la economía del comportamiento, esta investigación propone algunas respuestas.
En una nota de El Cronista donde habitualmente publica, Victoria Giarrizzo cuenta los motivos por los que nadie puede frenar la inflación en el país, originada hace más de 70 años
Orígenes y causas:
La
Argentina tiene su nudo gordiano: la inflación. Revisar su historia económica
es revisar la historia de la inflación y de soluciones que, como las de
Alejandro Magno, han intentado cortar el nudo con recetas fáciles, en vez del
compromiso costoso y menos rentable de buscar los cabos escondidos, desatarlos
y ordenar al país. Eso ha generado crisis, recesiones, incertidumbres, y
pérdidas de bienestar en los sectores más vulnerables, mientras una minoría de
la población, en general, funcionarios, empresarios cercanos al poder y
aquellos que con la viveza o suerte de aprovechar las circunstancias, se
beneficiaron de esas soluciones a costa del empobrecimiento del resto. La
inflación, así, nunca pudo ser vencida.
La
inflación, entendida como el aumento de precios generalizado y persistente en
el tiempo, se fue convirtiendo con el pasar de las décadas en parte de la
cultura argentina. Cómo lo es el tango, el fútbol, el asado los domingos o el
mate en la playa.
Vivir
con inflación se volvió costumbre. Sólo que lejos de la alegría, unión,
aceptación y armonía de esas actividades, deja grietas, preocupación, pobreza,
inequidades, angustia y enfrentamientos. Por eso la urgencia de combatirla.
La inflación no es un mal exclusivamente argentino. Casi todos los países del mundo han sufrido algún proceso inflacionario. Si bien en nuestro país hubo años como 1989 donde los precios subieron 3080% o en 1990, con aumentos de 2314%, no tenemos el récord inflacionario anual. Nos ganan países como Alemania, que derrotada en la primera guerra mundial, emitió dinero ilimitadamente para pagar sus deudas desencadenando un proceso inflacionario feroz: en 1923 los precios en ese país se multiplicaron por más de 500 millones de veces. También Grecia en la segunda guerra mundial duplicaba sus precios cada cuatro días, Hungría entre 1945 y 1946 triplicaba sus precios cada día, y Zimbabwe entre 2007 y 2008 con los precios duplicándose cada 24 horas, nos superan en picos de inflación.
La inflación no es un mal exclusivamente argentino. Casi todos los países del mundo han sufrido algún proceso inflacionario. Si bien en nuestro país hubo años como 1989 donde los precios subieron 3080% o en 1990, con aumentos de 2314%, no tenemos el récord inflacionario anual. Nos ganan países como Alemania, que derrotada en la primera guerra mundial, emitió dinero ilimitadamente para pagar sus deudas desencadenando un proceso inflacionario feroz: en 1923 los precios en ese país se multiplicaron por más de 500 millones de veces. También Grecia en la segunda guerra mundial duplicaba sus precios cada cuatro días, Hungría entre 1945 y 1946 triplicaba sus precios cada día, y Zimbabwe entre 2007 y 2008 con los precios duplicándose cada 24 horas, nos superan en picos de inflación.
Pero
un récord que nadie nos quita es el de tener el mayor periodo de permanencia de
la inflación en el tiempo. Años y décadas de inflación casi sin pausa podemos
encontrar desde mediados del siglo pasado. No es el propósito de este libro
detallar esa historia sobre la que abundan escritos, sino entender el presente.
Pero dedicarle algunos párrafos a la persistencia de un problema que traspasó
todo tipo de gobiernos, nos ayudará a encontrar los cabos ocultos de ese gran
nudo, que es la manifestación más pura de los profundos problemas y desequilibrios
que arrastra al país.
¿Qué
nos llevó desde 1945 a
embarcarnos en tremendo proceso inflacionario? Las causas predominantes cambian
según el momento de la historia que se mire. Pero todas tuvieron patrones que
se fueron repitiendo y entrelazando, porque a menudo sucedía todo al mismo
tiempo. Hasta 1945 las inflación viajaba bastante acoplada a la inflación
mundial. Los precios en los países desarrollados por diferentes causas también
subían. Pero desde ese año, se convirtió en un problema propio. La inflación ya
era Argentina. Ese año el termómetro marcó una suba de precios de 19,7%
explicada por varios efectos simultáneos, y no habría marcha atrás.
El
primer efecto, fue el inicio de un proceso que suele identificarse como lucha
distributiva. Impulsadas por Juan Domingo Perón, ese año se lanzaron políticas
sociales destinadas a mejorar el ingreso del trabajador y transferir riqueza
desde las clases empresarias a las clases obreras. Las políticas sociales
alentadas por Perón fueron plasmadas en la Constitución de 1949, donde se
declararon los derechos del trabajador, la familia, la niñez y la ancianidad.
El derecho a un salario de "justicia social".
El
problema fue que esos beneficios no eran consecuencia de un mayor desarrollo y
riqueza en el país. Sino que venían a distribuir la misma porción de torta
entre más personas, y específicamente entre los sectores más desfavorecidos.
Esos beneficios aumentaron los costos de producción de las empresas, que no
aceptaban resignar ganancias y rápidamente los trasladaron a precios. Algunas
empresas con beneficios muy bajos posiblemente no estaban en condiciones de
absorber esos mayores costos. Otras sí, pero no estaban dispuestas a resignar
nada.
La
primera pregunta que surge es: ¿está bien que las empresas trasladen a precios
los incrementos de costos generados por políticas que apuntan a mejorar el
bienestar de los trabajadores en vez de cooperar con la distribución del
ingreso y ceder rentabilidad? La respuesta dependerá de la subjetividad del lector,
pero más adelante esbozaremos algunas reflexiones. El gobierno de Perón creía
que no era correcto y comenzó a controlar que las empresas no trasladen esos
mayores costos a los precios. Seguramente algunos lectores se preguntarán:
¿está bien que se controlen los precios o hay que dejar que el mercado los
ajustes solos?
Hay
más. Desde ese año el Estado comenzó a ser un actor fuerte en la economía. Si
bien promovía mejores condiciones de vida a las clases más vulnerables y una
mejor distribución del ingreso, todo lo que daba lo financiaba emitiendo dinero
y endeudándose porque su recaudación de impuestos no alcanzaba. Proliferaron
por entonces los organismos públicos, si en 1952 había ocho ministerios, en
1953 ya eran 21, con el incremento de empleados públicos, y emisión monetaria
para cubrir el gasto. Se subieron impuestos, pero tampoco alcanzaban para
cubrir los gastos y en cambio, las empresas trasladaron a precios esos mayores
pagos de impuestos, lo que aceleraba más la inflación.
Con
tantos recursos disponibles (más impuestos, emisión de dinero, endeudamiento),
pronto comenzaron los abusos y favoritismos del Estado y la creatividad de los
funcionarios de gobierno para manejar dinero público y ganar poder político.
Nuevamente marcamos a 1945 como el inicio de ese proceso: en marzo de 1946 se
nacionalizó el Banco Central de la República Argentina (BCRA), y también los
depósitos y el crédito.
Es
decir, el Gobierno comenzó a manejar el crédito de la economía y ordenaba la
constante creación de dinero para cubrir sus déficit fiscales generados por su
creciente gasto público. Si bien el nuevo BCRA estaba orientado a fomentar el
desarrollo, rápidamente comenzaron a otorgarse subsidios y financiamiento muy
baratos a determinados sectores e industrias allegadas al Gobierno que
distorsionaron completamente ese objetivo.
El
despilfarro del Estado se visualizaba en grandes empresas ligadas al poder
político que se beneficiaron de un Estado muy bondadoso con ellas. Un Estado
que no regulaba sus movimientos de precios muchas veces oportunistas, que les
ofrecía subsidios extraordinarios que elevaban más sus ganancias. Ganancias
obtenidas a menudo en desmedro de la sociedad, que con sus impuestos o con
inflación, sería quien las pagaría. ¿De dónde saldría sino de los impuestos que
paga la sociedad, el dinero que se les otorgaba? Fueron todas medidas que
favorecieron a unos y perjudicaban a otros. Quedaron allí sembradas las
semillas de una economía que en adelante, y hasta el día de hoy, todos
tironearían por sacar su mayor tajada. La puja distributiva quedó instalada.
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