Desde que nuestros primeros ancestros comenzaron a volverse
sedentarios, los humanos nos hemos vuelto expertos en el arte de descubrir,
crear y trabajar todo tipo de materias para la construcción, vestido,
almacenamiento y un largo etcétera. Dominamos los metales, la roca, la madera,
las pieles, la arcilla y los primeros polímeros naturales, el cuerno, el ámbar,
una resina que exudan algunos árboles, principalmente coníferas; la goma laca
que no es más que las excreciones de una chinche asiática, y la gutapercha, la
savia chiclosa de otro árbol del sudeste asíatico: los primeros plásticos.
Pero fue a partir de la revolución industrial cuando
empezamos a buscar alternativas sintéticas para suplir la carencia y el costo
cada vez más alto de los materiales naturales. Así nacieron el celuloide, la
baquelita, la viscosa o rayón y el fenol-formaldehído, todos antes de empezar
siquiera el siglo XX. En 1922, sin embargo, Hermann Staudinger, investigador
alemán, publicaba en una revista suiza de química un artículo donde explicaba
cómo estos plásticos eran en realidad cadenas larguísimas de estructuras más
simples, lo que aporta las características únicas a lo que él llamó
macromoléculas, nuestros polímeros de hoy en día. Por sus descubrimientos en
ese campo, Herr Staudinger recibió el Nobel de Física en 1953. Y sí, tu ADN es
también un polímero.
Fue a partir de la década de 1930 cuando el
plástico (vamos a unificar términos con el fin de simplificar ¿les parece?) se
convirtió en una industria. Por primera vez los humanos teníamos a nuestro
alcance cada vez más y más sustancias con propiedades sorprendentes, aislantes
del calor, electricidad, resistentes al ataque de sustancias químicas,
transparente, deformable o durísimo, y que se podía moldear o inyectar en casi
cualquier cosa que nuestras necesidades nos hicieran imaginar. Cinta engomada
transparente, medias de seda sintética, recubrimiento para cables subacuáticos,
recipientes de cocina, empaques desechables baratos, cubiertas de cocina, telas
coloridas y baratas, accesorios y bisutería, discos, muchos discos, pegamentos,
pinturas, ladrillos Lego, muñecas Barbie…
En los 60 y
70 todo parecía estar hecho de plástico, no era fácil encontrar un lugar
en la vida cotidiana, o el arte incluso; donde no estuvieran presentes los
sempiternos polímeros. Fue en esa década cuando los plásticos empezaron (o eso
creíamos) a abrirse camino dentro de nuestro cuerpo, en la forma de los
primeros implantes de seno totalmente seguros a base de gel de silicona. En los
80 utilizabamos catéteres, vendajes internos y externos así como
diferentes suturas hechos de plásticos, y se implantó con éxito el primer
corazón artificial hecho de plástico, principalmente poliuretano. Por supuesto,
no podemos obviar la importancia de las jeringas de plástico en la prevención
de enfermedades transmisibles, especialmente notable en el caso de las vacunas
y suimplantación masiva. Es también en los 80s cuando se normaliza el uso del
triángulo de Möbius, símbolo ubicuo del reciclaje: ♻
Con el siglo XXI llegó el advenimiento de los
plásticos de alta tecnología y los materiales compuestos; fibras de carbono,
nanopartículas y otras sustancias usualmente asentadas dentro de una matriz de
polímeros abarcan hoy día todos los sectores de producción. Desde plásticos que
pueden detener una bala de 9mm y cerrar cualquier agujero que pueda dejar; a
los materiales compuestos que desde 2009 forman más de la mitad del peso total
de los aviones de pasajeros más grandes jamás construidos,
el Boeing 787 Dreamliner (a veces llamado el Sueño
de Plástico de Boeing) convirtiéndolo también en el más ligero por volumen en
toda la historia de la aviación. Tenemos polímeros que al contacto con la luz
solar generan corriente eléctrica, sangre artificial polimérica para usar en
emergencias cuando no hay sangre natural disponible, PEEK (Polieteretercetona)
un polímero implantable que desde hace 16 años se utiliza en cirugías
vasculares y cerebrales con magníficos resultados.; podemos imprimir en 3D
matrices para ayudar a regenerar el hígado, el corazón, los riñones y miembros
prostéticos, tenemos pantallas digitales flexibles y pantallas gigantescas,
todo esto (y mucho más) gracias a los polímeros que hemos desarrollado en el
último siglo y medio.
Pero no seríamos humanos si no hubiésemos abusado de estos
recursos hasta un punto donde amenazan directamente nuestra existencia. Nuestro
planeta se ahoga en plástico, lo ingerimos en nuestros alimentos y los
respiramos incluso; está disuelto en casi todos los cuerpos de agua de la
Tierra y amenaza la supervivencia de innumerables especies, incluyendo la
nuestra. En la próxima entrega hablaremos más sobre la otra cara de la
reluciente y valiosa moneda que son para nuestra sociedad esas sustancias entre
mágicas y diabólicas, entre bendiciones y catastróficas maldiciones, nuestros
inevitables plásticos.
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