Nos
quejamos si el día es lluvioso tanto como si es soleado, si tenemos mucho
trabajo o pocas cosas para hacer, a raíz de que alguien nos solicita nuestra
ayuda así como por no sentirnos importantes si nadie nos la pide.
Pareciera que ya es parte
de nuestra idiosincrasia, nuestra cultura y hasta como si estuviera en nuestro
ADN. Quejarse es un hábito, una costumbre y claramente, consciente o
inconscientemente una elección.
REFLEXIONAR PARA CAMBIAR
¿Con qué frecuencia te
quejás?
¿Mejora la situación?
¿Puedo hacer reclamo
productivo?
¿Cuándo y dónde se ha
producido esa situación?
¿Cuáles eran tus
expectativas?
¿Hay mas involucrados?
¿En qué medida soy
responsable?
¿Qué crees que es injusto?
¿Hay alguna alternativa
para que algo cambie?
¿Cómo podés contribuir a
que tu enfoque, lo que estás planteando que deseas cambiar, se
modifique?
LA QUEJA INTOXICA Y DISTRAE
Las quejas son la expresión de un malestar interno, la mayoría de las quejas nacen como expresión
de una situación vivida como injusta.
Naturalizar la
queja, de la misma
manera que naturalizar una situación de malestar, nos posiciona en una actitud
pasiva y de espectador, como si uno no pudiera o no tuviera el derecho y la
posibilidad de modificar la situación, o al menos de intentar cambiar algo.
Si bien quejarse puede ser
tomado como un acto de descarga, para descargar el enojo, la frustración, la
bronca o la impotencia, abusar de este mecanismo solo lleva a “agrandar” la
sensación de malestar e incomodidad, así como la tendencia a permanecer en ese
estado, este “status quo” que paraliza y estanca.
La queja nos
distrae. Nos lamentamos
porque si dejáramos de hacerlo quedaría en evidencia la decisión que tenemos
pendiente por tomar y no nos atrevemos. Decisión de cambiar de actitud,
decisión de hacernos responsables, de modificar nuestra postura ante aquello
que nos duele.
Probablemente lo que
esconde una queja, en líneas generales tiene que ver con la sensación de
frustración, de decepción, de que algo no es como uno espera que sea, de
impotencia. La queja aparece a
manera de reclamo, de aquello que no cumplió las
expectativas deseadas.
No se trata de que no
tengamos derecho a quejarnos, pero si solo nos quedamos en la queja no nos hacemos
responsables de nuestras vidas. Mientras nos quejamos no
tomamos ninguna decisión, y preferimos quejarnos a comprometernos con nosotros
mismos a realizar los cambios.
La queja intoxica los entornos de uno e intoxica cualquier
actitud proactiva, cualquier posicionamiento que implique dirigirse hacia lo
que uno desea, más allá de lo difícil que eso pueda ser. Por esto es importante
detectar, ya sea en uno mismo como en el resto de las personas con los que uno
se vincula, cuánta queja circula, cuánta actitud pasiva y de regodeo se
instaura. Regodeo en el malestar, en la victimización. Regodeo como parte de
una elección, que aunque sea muchas veces inconsciente, no deja de ser una
elección, la de quedarse posicionado en la inacción.
Si
la queja es utilizada como disparador para registrar que algo no está
funcionando, no está siendo efectivo y/o está generando malestar, podría
considerarse como un puntapié para realizar un cambio actitudinal.
La queja, así como
la rabia, el enojo o la frustración, son emociones que permiten repensar donde
uno está situado ante lo que le pasa y qué decide hacer con aquello que le
sucede. Pero claramente,
la elección de hacer ese trabajo que implica un recorrido interno para generar
cambios de hábitos y comportamientos es completamente personal y conlleva un
esfuerzo. Entre otras cosas, salir de la conocida “zona de confort”.
Porque ya no se trata de
pensar en el problema del cual uno se está quejando.
No es el problema,
es nuestra actitud ante el problema lo que cuenta.
Ciertas actitudes provocan
una fuente inagotable de malos entendidos y problemas, un campo fértil para
interpretaciones que no facilitan acuerdos ni con uno mismo ni con el otro.
La actitud que
tengamos ante las dificultades nos define como personas: para algunos su actitud representa un
problema, y para otros, es el secreto de su éxito.
¿TE
ACORDÁS HERMANO, QUÉ TIEMPOS AQUELLOS?
Llegado a este punto
empieza a resonar una trillada frase muy instaurada en nuestra cultura acerca
de que todo tiempo pasado fue mejor.
Y de alguna manera es el
reflejo de ciertas creencias
nostálgicas acerca de momentos que hoy, con el diario del
lunes, se observan de otra manera.
Ni peor ni mejor,
todo tiempo pasado fue diferente y
evaluar a la distancia lo que ya sucedió hace que lo podamos ver de otra
manera, que no significa necesariamente que sea más objetiva.
A veces lo que
solapadamente deja en evidencia esta creencia, es cierto temor a no poder
enfrentar los nuevos obstáculos o desafíos, considerándose
incapaz de poder hacerlo.
¿Pero en el fondo de que se
trata? ¿De no saber, no poder, o no querer?
CONSECUENCIAS
NEGATIVAS
Cuando nos quejamos tenemos
consecuencias negativas de las que a veces no somos conscientes, favorecemos un
estado de ánimo negativo y creamos un mal ambiente entre nuestros amigos,
pareja, conocidos o familiares.
Los que nos rodean se
cansan de nosotros, nos evitan, a nadie le gusta estar todo el día con un
«amargado».
¿De qué sirve quejarse?
Absolutamente de nada.
Aferrarse en lo negativo, impide buscar soluciones. En líneas generales, la gente con
tendencia a la queja es poco resolutiva. Ven problemas en
las soluciones y no suelen buscar
solución a lo que les molesta. Si me quejo continuamente
de mi jefe, pero no hago algo para
modificar esa situación, ¿de qué me sirve?
No hay comentarios:
Publicar un comentario