RESUMEN HISTÓRICO DIGNO de SER LEÍDO: El líder
salteño se había puesto al hombro la defensa de la frontera norte casi en
soledad. Los porteños recelaban de su liderazgo y de sus intenciones políticas.
El 17 de junio se conmemora el día en que murió rodeado de sus gauchos.
Martín Miguel de Güemes, de 36 años, estaba ese 7 de junio de 1821 en la ciudad de Salta
con una escolta de cincuenta hombres. Fue a la casa de su hermana Macacha, en
Balcarce y España. Allí estaban su cuñado Dionisio Puch, el coronel Jorge Vidt,
jefe de su estado mayor, y Martín Otero, uno de sus lugartenientes.
Por el coronel Ángel Mariano Zerda,
un salteño de 29 años jefe de su vanguardia, ya sabía que por las serranías de
Lesser y Los Yacones, unos 400 infantes liderados por el coronel José María
Valdés, que había sido comisionado por el general Pedro Antonio Olañeta, habían entrado en la provincia para intentar una nueva invasión. Paralelamente, Olañeta con 1.000 hombres iría por la quebrada
de Humahuaca hacia Jujuy, esperando la buena nueva de Valdés cuando se hiciera
dueño de Salta.
Valdés era un valenciano que de joven
se había radicado en Salta. Por su carácter un tanto impulsivo él mismo se
había puesto el apodo de El Babarucho. Se ganaba la vida como tropero y contrabandista, por eso
conocía caminos inaccesibles y senderos ocultos. Si bien se las arregló para
acercarse a la ciudad ocultándose de día para que no delatase el brillo de las
armas, esto finalmente ocurrió.
Valdés se había mantenido oculto en
la sierra de los Yacones y en la noche del 7 de junio entró en silencio en la
ciudad y se quedó en la plaza principal. En toda historia hay un
traidor. El comerciante Mariano Benítez fue quien le pasó el
dato de que Güemes estaba en la ciudad. Entonces se preparó una encerrona para
el hombre al que los españoles debían derrotar sí o sí si querían hacerse
fuertes en la frontera norte.
El líder gaucho había nacido en Salta
el 8 de febrero de 1785, en el seno de una familia de muy buena posición
económica. Su padre Gabriel de Güemes Montero era español y su mamá María
Magdalena Goyechea y la Corte, una jujeña que se había casado quinceañera.
Durante la primera invasión inglesa,
el Justina, un buque de 26 cañones se ocupaba de bombardear a la ciudad. El 12
de agosto de 1806 por la mañana, Santiago de Liniers ordenó neutralizarlo. Al
mando de un pelotón de Húsares, un joven de 21 años lo obligó
a rendirse, aprovechando que una bajante de las aguas lo mantenía inmovilizado. Fue así como un barco inglés fue tomado por un grupo de
jinetes. Ese joven era el salteño Martín Miguel de Güemes, quien en su corta
vida se transformaría en el adalid de la guerra gaucha.
Al mando de sus gauchos, “los infernales” como se los conocía, el 14 de Abril de 1815
derrotó a la vanguardia del ejército enemigo en Puesto del Marqués. Tuvo serios
enfrentamientos con José Rondeau, jefe del Ejército del Norte, a raíz de los
cuales Güemes se fue con sus gauchos, pasó por Jujuy, donde se apoderó de
valioso armamento. Rondeau lo declaró “traidor”, pero los hechos se
precipitaron vertiginosamente. El director Carlos María de Alvear había caído
por la sublevación de Fontezuelas y Güemes tenía otros planes: derrocar al
gobierno conservador de Salta. Para ello, contaba con la colaboración de su
hermano Juan Manuel, funcionario del cabildo local, que movió los hilos para
que el 6 de Mayo de 1815 el cabildo local lo nombrase “Gobernador de la Intendencia de Salta”. Era un extenso territorio que abarcaba las
actuales provincias de Salta y Jujuy, y Tarija.
Güemes buscaba apoyo financiero.
Esperó infructuosamente, la ayuda monetaria que su amigo el director Pueyrredón
le había prometido para mantener un ejército que ya superaban
los 5.000 hombres. El jefe salteño continuaba haciendo frente a los
continuos intentos españoles por adentrarse en el territorio. Ya se había
ganado el mote de “intrépido Güemes”.
El final y la muerte-
A la medianoche de ese 7 de junio, Güemes despachó a un mensajero que
debía sí o sí atravesar la plaza. Al llegar fue sorprendido por un “quién vive”
y cuando respondió “la Patria” recibió una descarga a quemarropa.
Los disparos fueron escuchados por Güemes, quien creyó que se estaba
desencadenando una revolución y fue a ver qué era lo que ocurría. Al llegar a
una bocacalle le preguntaron “quién vive” y comprendiendo lo que ocurría,
respondió “la Patria” y escapó al galope, mientras le efectuaban, sin suerte,
una descarga.
Tal vez quiso ir a la casa de su madre, por eso tomó la calle de
la Amargura. Al llegar al viejo puente de piedra que cruzaba el
Tagarete de Tineo (tagaretes eran los canales que pasaban por la ciudad) en la
esquina de Balcarce y Belgrano se topó con un grupo de fusileros del rey y los
enfrentó con los pocos hombres que lo acompañaban, ya que algunos habían caído
y otros habían sido hecho prisioneros.
En otra esquina
volvieron a preguntarle el santo y seña y, sable en mano, saltó con su caballo
sobre dos hileras de soldados, armados con fusiles y bayoneta calada.
Una primera
descarga no lo alcanzó pero en la segunda un
proyectil ingresó por su cadera derecha y se alojó en su ingle.
Tendido sobre el
pescuezo del caballo para no caerse de la silla, galopó en la oscuridad. Al
cruzar el río Arias, se encontró con una de sus partidas: “Vengo herido”, les dijo.
Lo bajaron del
caballo, armaron una camilla con ramas y ponchos y por el camino de El
Chamical, a unas cuatro leguas al sudeste de la ciudad, fueron hasta su finca
en La Cruz. Pero como sus hombres consideraron que no era un lugar seguro,
decidieron internarse en las sierras y quedarse en la Quebrada
de la Horqueta.
Olañeta, que estaba
en Jujuy, se enteró de que estaba herido y le envió emisarios. Estos ofrecieron abrirle camino a Buenos Aires para
que pudiera ser atendido por los mejores médicos, a cambio de su rendición.
El salteño, tendido
en un catre que había armado Mateo Ríos, hizo llamar al coronel Jorge Enrique
Vidt, jefe de su estado mayor. En presencia de los emisarios españoles, le
ordenó que marchase con sus fuerzas a poner sitio a la capital, haciéndole jurar que continuaría la lucha hasta
que no quedase en la tierra un solo argentino o un solo español.
Luego se dirigió a
los españoles. “Diga a su jefe que agradezco sus ofrecimientos sin aceptarlos:
está usted despachado”.
Falleció el 17 de junio de 1821 y fue sepultado
al día siguiente en la capilla de El Chamical. En 1822 sus restos fueron
trasladados a la vieja Catedral, por 1877 al panteón familiar en el Cementerio
de la Santa Cruz y finalmente en 1918 a la Catedral de Salta, en el Panteón de
las Glorias del Norte.
La historia tardó
en reconocer su labor en el norte. Cuando murió, en Buenos Aires un diario
anunció que “había un cacique menos”.
Sería a comienzos del siglo veinte cuando la figura y la trayectoria del único
general muerto en batalla por las guerras de la independencia fue revalorizada.
La tradición
popular cuenta que su esposa Carmen,
al enterarse de la muerte de su marido, al que seguiría la de su enfermizo
pequeño hijo Luis, se encerró en su habitación, se cortó sus cabellos y dejó de
comer. Tenía 25 años cuando falleció el 3 de abril de 1822. La Carmencita había
seguido los pasos de su amado Güemes, hasta a la misma muerte.
En cada aniversario
de su fallecimiento, al pie del cerro San Bernardo, donde se levanta el
monumento que lo recuerda, se baila, se canta y se cuentan historias sobre su
vida de novela.
Fuente: Archivo de
la Nacion-
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