Nombrada en 2010 “Patrimonio Cultural
Inmaterial de la Humanidad” por la UNESCO, la dieta mediterránea se distingue por
ser un modelo de alimentación equilibrado, variado y que
incluye todos los nutrientes necesarios para el buen
funcionamiento del organismo. Pero también, lo cual no es menos importante, por
ser sabrosa y apetecible.
Se
trata de la dieta tradicional propia de principios de los años sesenta en países
del área mediterránea donde crecen los olivos -España, Grecia, sur de Italia–
aunque no existe una dieta mediterránea única, sino que engloba a otras regiones como
el sur de Francia y otros países mediterráneos como Malta o Marruecos.
Basada originariamente en el consumo de alimentos que se obtienen de los
cultivos tradicionales en estos países como el trigo, el olivo y la vid, el
descubrimiento de América permitió incluir en ella nuevas especies de vegetales
como la patata, el pimiento y el tomate.
Principalmente,
la dieta mediterránea supone el consumo de los siguientes tipos de alimentos:
·
Cereales (pan, pasta, arroz, cuscús).
·
Verduras, hortalizas, frutas (lechuga,
borraja, alcachofa, calabacín, tomate, naranja, mandarina, pera…).
·
Legumbres (lentejas,
alubias, garbanzos.).
·
Frutos secos (nueces,
avellanas, almendras…).
·
Pescado azul fresco
(sardinas, atún, caballa…), moluscos y mariscos.
·
Aves de corral (pollo, pavo…)
y conejo.
·
Leche y sus derivados (queso,
yogures…).
·
Huevos.
·
Aceite de oliva: la grasa principal
que se usa en la elaboración y en la condimentación de los platos.
Vino: se trata de un alimento tradicional en esta dieta, que se ingiere de
manera moderada.
No obstante, el valor de esta dieta no radica
tanto en el tipo de alimentos, sino más bien en la frecuencia con que se
consumen, el modo de cocinarnos y las proporciones entre ellos. En concreto, los alimentos se consumen
frescos y de temporada, sin procesar o muy poco procesados. Y se combinan de la
siguiente manera: el aceite de oliva es la principal fuente de grasa; la
ingesta de fibra es elevada, gracias a un consumo alto de frutas, verduras,
legumbres y hortalizas; el consumo de proteínas procede fundamentalmente del
pescado y carnes blancas (aves de corral); la ingesta de cereales,
preferentemente integrales, procede del pan fresco, arroz y pasta; y se da, por
último, un consumo moderado de vino en las comidas principales. Para
cocinarlos, se usan técnicas culinarias sencillas y saludables, que realzan el
sabor y el aroma. Por ejemplo, el hervido, el vapor, la
plancha, el asado con aceite de oliva o el consumo en crudo, a menudo en
ensalada.
La pirámide alimentaria:
Este
patrón de alimentación queda perfectamente plasmado en la pirámide
alimentaria, una excelente guía a la hora de seguir una dieta equilibrada,
saludable y nutricionalmente completa. En la imagen de al lado
tienes una pirámide de guía, aunque en esta otra puedes ampliar la información.
Hay
que destacar que la dieta mediterránea no se queda simplemente en una pauta
alimenticia, sino que abarca todo un estilo de vida, ya que incluye también
factores socioculturales, como la compra de productos
frescos, a poder ser locales y de temporada, dedicar tiempo a actividades
culinarias, a comer sentado y en compañía de otras personas y a la práctica ejercicio
físico de manera regular.
Por
último, la dieta mediterránea debe complementarse con una correcta
hidratación del organismo. Como recomiendan los expertos, se
deben consumir entre 1,5 y dos litros al día.
Sabrosa, apetecible…
La
anterior combinación de alimentos, cantidades, frecuencias y actividades
asociadas da lugar a una dieta tan nutritiva como saludable, con las siguientes
características desde el punto de vista nutricional:
·
Bajo contenido en grasas saturadas, ya que no
contempla el consumo habitual de carnes rojas.
·
Elevado contenido en grasas monoinsaturadas, que proporciona el
aceite de oliva, rico en ácido oleico.
·
Abundante consumo de ácidos grasos
poliinsaturados (omega-6 y omega-3), que aportan los pescados azules y frutos
secos.
·
Baja en proteína animal.
·
Rica en fibra, vitaminas, minerales y
antioxidantes, que proporcionan las frutas, frutos secos, verduras,
hortalizas y legumbres.
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