La flor de ceibo, también denominada seibo, seíbo o
bucaré, fue declarada flor nacional argentina por Decreto del Poder Ejecutivo
de la Nación Nº 138474 en diciembre de 1942.
Es un árbol originario de América, especialmente de Argentina (zona del
litoral), Uruguay (donde también es flor nacional), Brasil y Paraguay. Crece en
las riberas del Paraná y del Río de la Plata, pero también se lo puede hallar
en zonas cercanas a ríos, lagos y zonas pantanosas. Pertenece a la familia de
las leguminosas. No es un árbol muy alto y tiene un follaje caduco de intenso
color verde. Sus flores son grandes y de un rojo carmín. Su tronco es
retorcido. Sus raíces son sólidas y se afirman al suelo contrarrestando la
erosión que provocan las aguas. Su madera, blanca amarillenta y muy blanda, se
utiliza para fabricar algunos artículos de peso reducido. Sus flores se
utilizan para teñir telas.
LEYENDA de la FLOR de CEIBO:
Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná,
vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las
tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus
canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños…
Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de
piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los
ídolos, y su libertad.
Anahí
fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y
muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su
centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó,
y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y
huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron
en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al
rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte
del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.
La ataron a
un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia
la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su
cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se
fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso
milagro.
Al
siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un
hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que
se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante
el sufrimiento.
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