SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



lunes, 1 de febrero de 2016

CÁRCELES de MUJERES: Un infierno para quienes tienen que pagar su deuda con la sociedad. Aumento considerablemente la cantidad de presas.

Usar productos esenciales de higiene femenina es una quimera para miles de prisioneras. En Guatemala y Zambia las reclusas no reciben almohadillas gratuitas, ni jabón. En ese país africano deben usar agua sucia para asearse, las sábanas están infestadas de piojos y en vez de uniformes se cubren con harapos. ¿Un infierno? Nada comparable con las cárceles en Sri Lanka, donde además de ratas en celdas hirvientes, como promedio 75 presas comparten dos baños con frecuencia fuera de servicio.

El número de mujeres encarceladas se ha duplicado desde inicios de este siglo. Ese desproporcionado incremento agudiza la crisis en los sistemas penitenciarios, que no suelen adaptarse a las necesidades especiales de la población carcelaria femenina. El entorno hostil que empuja a muchas tras las rejas empeora al interior de las prisiones, donde el abuso y la violación de los derechos humanos constituyen lugares comunes.
Origen y destino: violencia: El camino hacia la prisión comienza con uno de los incontables actos de violencia de género que marcan la vida de las mujeres. Los abusos pueden suceder antes, durante y después del paso por el centro de reclusión. La ocurrencia de episodios violentos constituye una realidad para muchas presas a nivel mundial, confirmó en 2013 Rashida Manjoo, Relatora Especial sobre violencia contra las mujeres, sus causas y consecuencias.

Una investigación realizada por el Instituto Danés Contra la Tortura (DIGNITY) en cárceles de cinco países –Albania, Guatemala, Jordania, Filipinas y Zambia—ilustra los maltratos que sufren las reclusas. El estudio ha publicado una serie de reportajes con testimonios de prisioneras humilladas por sus celadores; aisladas para obligarlas a tener sexo por comida, productos de higiene femenina o información del exterior; sometidas a abusivos procedimientos disciplinarios como los cacheos, que en algunos casos llegan hasta la búsqueda dentro de los órganos genitales, incluso durante el período menstrual.
El número de mujeres en prisión ha aumentado a un ritmo superior al crecimiento demográfico en todos los continentes, menos África (Lwp Kommunikáció - Flickr)

Otras historias recogidas por la relatora de Naciones Unidas denunciaron las violaciones sexuales cometidas por reclusos y guardianes, la prostitución forzada y el uso de uniformes degradantes, para satisfacer el apetito sexual de las autoridades del penitenciario.
“Las mujeres en prisión son observadas y puestas bajo vigilancia de manera rutinaria”, señala Manjoo. “Hay reportes sobre custodios que miran a las mujeres desnudas mientras estas se desvisten, se bañan, usan las instalaciones sanitarias o durante exámenes médicos”, describe el texto de la funcionaria.
El peligro es aún mayor en los centros de detención de la policía. En 2009 el relator especial de la ONU denunció el caso de una adolescente brasileña, arrestada bajo acusaciones de haber cometido un robo menor, que fue retenida durante 26 días en un calabozo junto a 20 presos adultos. La joven fue violada en repetidas ocasiones por sus compañeros de celda.

El reporte de DIGNITY también recogió testimonios en Zambia sobre la coerción sexual en estaciones de policía. Las mujeres deben someterse a los deseos de sus captores si quieren comer, contactar a sus familiares o, incluso, acceder a los servicios sanitarios.
El número de mujeres en prisión ha aumentado a un ritmo superior al crecimiento demográfico en todos los continentes, menos África (Lwp Kommunikáció - Flickr)
Otras historias recogidas por la relatora de Naciones Unidas denunciaron las violaciones sexuales cometidas por reclusos y guardianes, la prostitución forzada y el uso de uniformes degradantes, para satisfacer el apetito sexual de las autoridades del penitenciario.
“Las mujeres en prisión son observadas y puestas bajo vigilancia de manera rutinaria”, señala Manjoo. “Hay reportes sobre custodios que miran a las mujeres desnudas mientras estas se desvisten, se bañan, usan las instalaciones sanitarias o durante exámenes médicos”, describe el texto de la funcionaria.
El peligro es aún mayor en los centros de detención de la policía. En 2009 el relator especial de la ONU denunció el caso de una adolescente brasileña, arrestada bajo acusaciones de haber cometido un robo menor, que fue retenida durante 26 días en un calabozo junto a 20 presos adultos. La joven fue violada en repetidas ocasiones por sus compañeros de celda.
El reporte de DIGNITY también recogió testimonios en Zambia sobre la coerción sexual en estaciones de policía. Las mujeres deben someterse a los deseos de sus captores si quieren comer, contactar a sus familiares o, incluso, acceder a los servicios sanitarios.
Alrededor de 205.000 mujeres guardan prisión en Estados Unidos, más que en cualquier otro país (WFIU Public Radio - Flickr)
Una de las conclusiones del estudio de DIGNITY es “la urgente necesidad de que las cárceles y los centros de detención cuenten con un marco de salud con perspectiva de género”. Este último término, tan de moda en los discursos políticamente correctos, significa concretamente atender a necesidades específicas como la menstruación, la menopausia, la atención ginecológica y el cuidado de las embarazadas, entre otros temas de salud sexual femenina.

Las mujeres encarceladas cometen más actos de automutilación e intentos de suicidio que sus pares varones. Ellas expresan de esa manera su frustración, mientras los hombres recurren en mayor medida a la violencia física y los motines. Una investigación realizada en Inglaterra y Gales reveló que la tasa de suicidios entre las ex reclusas era 36 veces mayor que en el resto de la población. Pero los servicios de salud mental constituyen la excepción en las prisiones femeninas.

Más de 700.000 mujeres cumplen condenas de prisión, de acuerdo con datos del Institute for Criminal Policy Research, con sede en Londres. Esa cifra se ha disparado desde comienzos de la centuria, notablemente en países latinoamericanos como Guatemala, El Salvador, Brasil y Colombia. En la región El Salvador exhibe la mayor tasa de convictas por 100.000 habitantes, 45,9. Alrededor de 300.000 latinoamericanas viven tras las rejas

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