De un
llamativo e intenso color rojo, este habitante frecuente de la reserva llama la
atención en el paisaje. Propia de América del Sur, esta especie de ave ha
sabido despertar el amor y la imaginación de quienes han tenido la suerte de
observarla.
Así,
al cobijo de nuestra tierra, nació una leyenda que invita a la fe y nos cuenta
de su larga relación con los pobladores de estas latitudes.
"Cuenta
la leyenda que en un rancho se realizaban bailes donde corría la grapa, el
aguardiente y la caña. Estas fiestas se hacían con frecuencia, y allí se
perdían las almas de los gauchos e indios pecadores y malvados.
Dios
y San Pedro, que iban juntos, se detuvieron en el monte e hicieron fuego para
pasar la noche. Al oír la música y las risas fueron a enterarse de lo que
pasaba, y dejaron la fogata para que les sirviera de guía para poder regresar
en medio de la oscura noche.
El
diablo, colérico porque Dios rescataría esas almas que el venía buscar, vestido
de paisano, le pegó un ponchazo al fogón para poder apagarlo. Miles de chispas
se elevaron y esparcieron hacia todos lados, apagándose de inmediato.
Pero
una de las brasas quedó prendida en la rama de un lapacho para indicar el rumbo
a Dios y su acompañante.
Esa
brasa dio origen a un maravillo ave de esplendido color rojo que siempre está
indicando la presencia de Dios: el Brasita de Fuego."
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