Cuenta una vieja leyenda guaraní que
Yasí, la diosa luna, hace muchísimo tiempo quiso conocer la tierra y ver
con sus propios ojos todas las maravillas que apenas podía ver entre la
espesura de la selva, allá abajo. Un día con su amiga, Araí, la diosa nube,
bajaron a la tierra en la forma de dos jóvenes hermosas. Cansadas de recorrer
todo y maravillarse, buscaron un lugar donde descansar.
Vieron una
cabaña entre los árboles. Cuando se dirigían hacia ella para pedir donde
dormir, descubren, agazapado, un yaguareté acechándolas en una roca cercana.
Súbitamente, salta sobre ellas con las zarpas listas. Al momento, se oye un
silbido. El yaguareté cae atravesado por una flecha, herido de muerte. El
salvador era un cazador que al ver a las jovencitas indefensas, se compadece y
también les ofrece la hospitalidad de su casa.
Las
muchachas aceptan y lo siguen, hasta la cabaña que habían visto antes. Al
entrar el hombre les presenta a su esposa y a su joven hija, la que, sin
pensarlo dos veces, les ofrece, una rica tortita de maíz, su único y último
alimento. Cuando las mujeres se van a buscar el mejor sitio para
las visitas, el cazador les cuenta que decidieron vivir solos en el
monte, alejados de su tribu, para salvar y conservar las virtudes,
regalo de Tupá, que tenía su bonita y bondadosa hija, un tesoro para ellos.
Pasan la noche y a la mañana siguiente, Yasí y Araí agradecen sinceramente a la
familia su hospitalidad y se alejan.
Una vez en el cielo, Yasí, no pudo olvidar su
aventura en la tierra. Cada noche que ve al cazador y a su familia, recuerda su
valentía y generosidad. Sabiendo de su sacrificio filial, decide premiar a su
salvador con un valioso regalo para él, y para el tesoro que tanto cuidaban: la
hija. Cierta noche, Yasí recorre los alrededores sembrando unas semillas
mágicas.
A la mañana, ya han nacido y crecido unos árboles
de hojas color verde oscuro con pequeñas flores blancas. El hombre y su
familia, al levantarse, contemplan asombrados estas plantas desconocidas
que aparecieron durante la noche. De repente, un punto brillante del cielo
desciende hacia ellos con suavidad. Reconocen a la doncella que durmió en su
casa.
—Soy Yasí, la diosa Luna —les dice—. He venido a
traerles un presente como recompensa de vuestra generosidad. Esta planta, que
llamarán “caá”, nunca permitirá que se sientan solos y será para todos
los hombres, un especial símbolo de amistad. También he determinado que sea
vuestra hija la dueña de la planta, por lo que, a partir de ahora, ella vivirá
por siempre y nunca perderá su bondad, inocencia y belleza-. Después de
mostrarles la manera correcta de secar las hojas, Yasí prepara el primer mate y
se los ofrece. Luego, regresa satisfecha a su puesto en el cielo.
Pasan muchos años y luego de la muerte de sus
padres, la hija se convierte en la deidad cuidadora de la yerba mate, la
Caá Yarí, esa hermosa joven que pasea entre las plantas, susurrándoles y
velando su crecimiento. A ella, también confían su alma los trabajadores de los
yerbales…
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