Desde que fuese documentada por primera vez una boda en la Mesopotamia
del año 4.000 a.C. En la tablilla donde se dejaba por escrito el pacto entre
hombre y mujer aparecían reflejados los derechos y deberes de la esposa, el
dinero que obtendría la mujer en caso de ser rechazada y el castigo en caso de
infidelidad.
Stephanie Coontz, autora de
uno de los grandes ensayos de referencia sobre el tema, Historia del
matrimonio. Cómo el amor conquistó el matrimonio (Gedisa) afirma que
“algunas de las cosas que la gente considera tradicionales son en realidad
innovaciones relativamente recientes”.
Como, por ejemplo, la “tradición según la cual el matrimonio tiene
que ser aprobado por el Estado o santificado por la Iglesia”, una novedad
de 2.000 años de antigüedad. Pero, al mismo tiempo, “muchos aspectos que la
gente cree que no tienen precedentes, en realidad no son nuevos”. Es el caso de
las relaciones extramatrimoniales o los nacimientos fuera del matrimonio, más
comunes y más aceptados en un pasado que hoy en día.
En Esparta, la homosexualidad estaba permitida pero el matrimonio era
obligatorioLos antropólogos se han preguntado a menudo por qué tantas
sociedades reproducen una institución semejante. Claude Lévi-Strauss recordaba
que los estudiosos sociales del siglo XIX habían mantenido dos teorías, a las
que califican de simplistas: o bien se trataba de una estructura social que
aparece con el avance de las sociedades, o bien se trata de un fenómeno
universal.
¿Por qué se formalizaría por primera vez la relación entre hombre y
mujer? Probablemente, como control social de la pareja y con el objetivo de
desarrollar un contexto que favoreciese la crianza de niños, y con ella, la
conservación de estructuras sociales superiores (familias, grupos social) establecidas
alrededor del matrimonio. Pero, rápidamente, este comenzó a transformarse en
una herramienta por la cual las élites mantenían el poder. Los vínculos
sociales y la expansión de territorios se establecían a través de los matrimonios,
que reforzaban alianzas mediante los herederos comunes. Sí, como en Juego
de tronos.
Te doy a mi hija, me das tus tierras
El interés entre cónyuges y deudos fue el criterio principal para el
establecimiento de estas relaciones durante gran parte de la Edad Antigua. Para
los sumerios, el matrimonio era ante todo un contrato entre el padre de
la novia y el novio por el cual establecían una relación de
colaboración. Esparta, como suele ser habitual, tenía unas reglas muy concretas
para el matrimonio.
La homosexualidad era plenamente aceptada, pero el matrimonio era
obligatorio. Pero este no conducía a la convivencia en pareja, sino que la Gran
Retra establecía que este sólo podía darse a partir de los 20 años y que el
marido debía fecundar a su mujer para, acto seguido, volver a reunirse con los
hombres. El objetivo primordial era crear varones fuertes. Plutarco decía
a tal respecto que, así, “los hombres evitaban la saciedad y el declive de los
sentimientos que entraña una vida en común”.
La Iglesia impone la monogamia y prohíbe la consanguinidadLos usos del
imperio romano eran bastante peculiares. Entre sus opciones de matrimonio
destacaba el coemptio, que se podría traducir por “compra
recíproca”, y que antecedía el matrimonio moderno. Los dos miembros
se hacían regalos, no tenían ninguna imposición paterna y, por lo general, esta
relación solía llevarse a cabo por plebeyos. Lo más cercano a nuestras bodas
contemporáneas. No son estos los únicos modelos de la cultura occidental, claro
está. El pueblo hebreo defendía la poligamia, lo que inspiró a los mormones
siglos más tarde. En la Biblia, se dice del Rey Salomón que tenía más de 700
mujeres y 300 concubinas.
Todo cambió con el declive del imperio romano y el consiguiente auge de
la Iglesia, que por primera vez impone que el matrimonio es una unión
ante Dios, y no ante el hombre, sacralizando lo que hasta entonces había
sido civil. La monogamia se impone y se prohíbe la consanguinidad y, debido a
que se trata de una relación sancionada por Dios, este es indisoluble, y así
será durante siglos (o si no, que se lo digan a Enrique VIII, que
tuvo que fundar su propia religión para divorciarse). En 1215, en el Concilio
de Letrán, el matrimonio pasa a formar parte de la lista de sacramentos
católicos, y el Concilio de Trento señala que no puede existir matrimonio por
rapto, una práctica muy frecuente. Durante el siglo XII y XIII, el amor por
antonomasia era el amor extramarital; se trataba de una institución demasiado
importante como para perderse en vacuos sentimientos.
El amor llega al matrimonio
Daniel Defoe dijo a
principios del siglo XVIII que el matrimonio era “prostitución legalizada”, una
visión muy acorde con el rol de la mujer por aquel entonces. La ley
inglesa desposeía a todas las mujeres (exceptuando a la reina) de sus
posesiones cuando contraían matrimonio. No podían poseer tierras ni tenían
control sobre sus posesiones, algo que, matizado, ocurriría hasta mediados del
siglo XX, cuando las mujeres aún debían pedir permiso de sus maridos para abrir
una cuenta bancaria o adquirir un automóvil. Y la dote era una moneda de cambio
habitual.
En 1856, 26.000 mujeres reivindicaron su derecho a gozar del producto de
su trabajoTodo cambiaría con la Ilustración y el pensamiento positivista, el
momento en el que el amor comienza a ser un factor más de la ecuación. El
Romanticismo de la primera mitad del siglo XIX y la revolución industrial,
que propiciaron la aparición de una amplia clase media,
instaurarían por completo el amor como centro del matrimonio. El hombre ya no
vivía en el campo, sino en la ciudad, y podía elegir con quién quería pasar su
vida gracias al fruto de su trabajo. Es también cuando aparecen los primeros
movimientos liderados por mujeres, que reivindican su derecho a decidir, y que
cambiarán para siempre la percepción del matrimonio. En 1856, 26.000 mujeres
trasladaron una petición al Parlamento británico señalando que “es hora de que
se proteja el producto de nuestro trabajo y que al ingresar al matrimonio ya no
se pase de la libertad a la condición de esclavos, cuyas ganancias pertenecen a
su amo y no a sí mismos”. Era sólo el principio.
Qué ocurrió en el siglo XX
El psicoanalista Sigmund Freud también desacreditó las
uniones por interés, a las que pidió se castigaran. Poco a poco, los
matrimonios de conveniencia volvieron a ser patrimonio exclusivo de casas
reales y alta aristocracia: el amor triunfó. Los divorcios, también. La
visión que a partir del siglo XX se conformó sobre el matrimonio difiere
bastante de aquella que se mantuvo durante los milenos precedentes y ha venido
determinada por dos factores esenciales. Por una parte, la adquisición de los
derechos de la mujer, ya en igualdad de condiciones con el hombre; por otra, la
desacralización de dicha unión, en sintonía con la progresiva pérdida de peso
de las religiones en la vida privada.
El horizonte de la mujer deja de ser únicamente el de ama de casa y los
divorcios aumentanSi el siglo XIX fue el siglo del amor, el XX fue el
siglo del sexo. Especialmente, de los años sesenta para adelante. Las
relaciones sexuales esporádicas dejaron de ser tabú y comenzaron a ser
aceptadas (incluso aplaudidas) socialmente, y los métodos anticonceptivos
contribuyeron a hacerlo todo más fácil.
Finalmente, en los años setenta
la legislación de la mayor parte de países occidentales ya podía considerarse
como neutral para hombres y mujeres que, si bien desempeñaban roles distintos
en la pareja, veían cómo la ley los reconocía de la misma manera. Los divorcios
aumentan en un 100% en Estados Unidos entre 1966 y 1979 y se convierten en
práctica habitual en Occidente. El horizonte vital del sexo femenino ya no es
únicamente ser ama de casa y esposa.
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